domingo, 8 de abril de 2018

Nacional y católica


Publicado en Levante edición Castellón el 6 de abril de 2018
España necesita una urgente regeneración. Romper las cadenas que todavía la atan al franquismo y construir un país nuevo, con sus paranoias, pero nuevo. No es una licencia literaria decir que en España los herederos del franquismo siguen ocupando todos los resortes del poder, que la ni Transición ni el felipismo ni todo lo que ha venido después, ha conseguido hacer de este país una democracia auténtica, en donde muchos de los acontecimientos que están acaeciendo últimamente, no deberían producirse. Sobre todo desde que Mariano Rajoy es inquilino de La Moncloa, que ha hecho que los tics franquistas broten a borbotones por toda la sociedad. Si no como podríamos explicar, por poner un ejemplo la apoteosis de Semana Santa que ha vivido este país hace unos días.
                Cómo calificar el feliz y renovado matrimonio entre el Ejército y la Iglesia, con banderas a media asta por la muerte de Cristo en cuarteles e instalaciones militares, incluido el ministerio de Defensa de la ínclita M.D. Cospedal.  Por cierto, ¿nadie va a demandar a la ministra ante el Tribunal Constitucional por vulnerar el artículo 16.3 de la Constitución, que proclama la confesionalidad del Estado Español? «Ninguna confesión tendrá carácter estatal», dice el mencionado artículo. Sin embargo, la bandera a media asta, la abundancia de  ministros en las procesiones, la escolta de militares y guardia civiles uniformados a pasos, el himno de España solemnizando los desfiles de nazarenos e imágenes religiosas, los indultos del gobierno a reclusos como indulgencia hacia la benevolencia de la Iglesia, la televisión pública retransmitiendo en directo procesiones y un largo etcétera, que nos han hecho recordar esta Semana Santa aquellos años de dictadura en los que el país se paralizaba. Sólo ha faltado el corte de la programación de las emisoras de radio, para emitir música sacra y el cierra de discotecas y demás antros de mal vivir para manolas, obispos y gente de buena familia. Claro que éste último asunto chocaría de pleno con la caja registradora en la que se ha convertido la Semana Santa, gracias al turismo.
                No molestan a nadie, dicen muchos. Ciertamente, no molestan más que cualquier festividad patronal de las muchas que hay en España, y los católicos tiene todo el derecho a celebrar sus festividades, igual que se hacen Fallas, San Fermines, San Isidros, Magdalenas y La Mercè. Lo que no es pertinente, en un país aconfesional, es que el Estado esté presente y participe en estos actos, de la manera que está en las festividades católicas. Porque el Estado, sino está claramente separado de la religión, convierte al país en reo del catolicismo y su moral, y le hace retroceder a los años de la dictadura, con el olor a naftalina e incienso de aquellos tiempos, que convertidos en Cruzada, tanto daño hicieron a los españoles.
                Esa relación entre los poderes públicos y la Iglesia Católica es, junto con la corrupción, lo que más nos une al pasado, que, apuntados a lo políticamente correcto, muchos dicen ya superado, pero que sigue siendo una realidad palpable en determinados comportamientos de la sociedad española y la clase política conservadora, a derecha e izquierda. Y lo podemos ver en la cantidad de privilegios, que tiene la Iglesia: exenciones fiscales; expolio del patrimonio cultural por inmatriculaciones, avaladas por el gobierno; casilla específica de la renta para la Iglesia; clase de religión en la escuela, que no es otra que adoctrinamiento católico al alumnado; control de la mayoría de la escuela concertada, etc. Y lo que es más importante: el peso ideológico que tienen los obispos y su Conferencia Episcopal entre los diferentes poderes del Estado: gobierno, judicatura, ejercito… nada ajeno a su poder durante el franquismo, consiguiendo que se gobierne sin ofender a los obispos, cuando se trata de cuestiones morales y sin daño a sus intereses, cuando se trata de cuestiones materiales.
                Solamente cuando el Estado rompa definitivamente con los vínculos ideológicos, morales y materiales que le une  a la Iglesia, España empezará a convertirse en un país democrático, sin tutelas divinas. Entonces, quizá, ya estemos soltando amarras de ese franquismo que nos ata al pasado, porque en las elecciones se haya enviado a sus representantes políticos al rincón de la historia y España podrá afrontar el siglo XXI liberada de Franco y sus herederos.

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