lunes, 26 de febrero de 2018

La Edad de Plata 1902-1939.


                
LA EDAD DE PLATA.1902-1939

(Ensayo de interpretación de un proceso cultural)
José Carlos Mainer
Ediciones Cátedra. Madrid 1983 ((Edición revisada)
Primera edición 1977
466 páginas


Reseña de González de la Cuesta

            He releído, recientemente, el libro “La Edad de Plata. 1902-1939. (Ensayo e interpretación de un proceso cultural)”, de José Carlos Mainer (Cátedra 1983). Me ha parecido muy interesante comprobar cómo muchos de los procesos políticos y culturales que hoy están ocupando los medios de comunicación, tienen su génesis en aquellos años, en los que la cultura alcanzó en España unos niveles de máximo esplendor.
            El ensayo muestra una panorámica de la cultura española, principalmente literaria e intelectual desde 1902, todavía con la resaca del “Desastre del 98” y fin de las colonias, hasta 1939, año en el que desaparece el dinamismo cultural e intelectual de las décadas anteriores, por el sumidero de la Guerra Civil.
            Mainer nos da las claves de su ensayo en el prólogo: “Este libro intenta asumir críticamente el irrenunciable legado de treinta años de actividad: la ideología  política que hubo detrás de una literatura politizada, con sus evasiones, sus errores y sus riesgos. Fue la inmadurez de la política, la profunda indecisión histórica de las capas medias de la burguesía, la causa inmediata de aquellos: de la <>, de la pugna irresistible entre lo castizo y lo nuevo, de la distancia que separaba la experiencia personal y de quienes eran (de algún modo) privilegiados y las necesidades colectivas de un cambio político y social. Y, sin embargo, el problema estaba más cerca de la solución cuando este libro termina su recorrido”.
            Para alcanzar este objetivo, utiliza una metodología basada en el comentario cronológico de los distintos momentos literarios, nacionales y regionales, extrayendo de estos alguna obra representativa de los autores más destacados. De esta manera, consigue dar una visión global de la evolución ideológica de la literatura española a lo largo de esos años, siempre que la selección de las obras haya sido la correcta.
            Al final aporta una extensa e interesante bibliografía y un índice cronológico de los acontecimientos y las publicaciones. Lo que es de agradecer, en una obra tan exhaustiva.


viernes, 23 de febrero de 2018

Las mujeres en huelga


Publicado en Levante de Castellón el 23 de febrero de 2018

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, dice que la huelga del 8 de marzo está planteada para desgastar al gobierno de M. Rajoy. Razón no lo falta, teniendo en cuenta que el actual ejecutivo es el que ha hecho menos por acabar con la desigualdad de género, desde que existe la democracia. Tampoco va a hacer huelga Inés Arrimadas, la triunfadora fallida de las elecciones catalanas del 155. No le parece bien la huelga, porque según ella: “Es una huelga ideológica” (?). Desconozco cómo serán las huelgas en el mundo de naranja del fin de las ideologías de Inés Arrimadas y su Partido. Pero en el mundo real, todas las huelgas tienen un principio ideológico, porque las ideas surgen de la observación de la realidad, para cambiarla, unas veces para peor y otras para mejor, y la huelga es un instrumento de ese cambio. Otra cosa, es que la líder de Ciudadanos en Cataluña piense que en la situación de desigualdad de género que sufren las mujeres no hay nada que cambiar, no vaya a ser que el sacrosanto capitalismo de sálvese quien pueda, que ella y sus correligionarios de Partido defienden, se vea cuestionado y denunciado. Aunque tengo que decirle una cosa, para su tranquilidad: el machismo y la sociedad patriarcal no es una cosa nueva, que haya inventado el capitalismo, tiene varios miles de años de historia y salpica a todas las ideologías, incluidas las actuales. En ese sentido, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Donde está la diferencia entre sus ideas y las de la señora Cifuentes, es que hay otras que defienden que la igualdad, la equidad salarial y la libertad para que cada persona (mujer u hombre) planifique su vida, es un derecho que ya no resiste más seguir silenciado.

                La verdad es que yo tampoco voy a hacer huelga y no porque no me lo pida el cuerpo,  sino porque los hombres de mi generación y de otras más jóvenes, necesitamos, regularmente, que nos den una colleja, para sacarnos de la comodidad de un machismo que nos han inculcado desde la cuna, y en el que se vive muy cómodo.
                Es necesario que se visualice a las mujeres y sus reivindicaciones, sin interferencias. De eso se trata, de que se vea que sin mujeres la sociedad se paraliza, la vida no funciona, aunque estemos los hombres al pie de cañón (!). Por ello, no se trata de que hagamos sus tareas, si fuese así, la huelga no tendría ninguna incidencia y se daría la imagen de que son prescindibles en el funcionamiento de la sociedad. Huelga fallida. A ver si ahora, nos vamos a poner los hombres estupendos y nos pasamos el día poniendo lavadoras, llevando a los niños al cole, haciendo los deberes o esquiroleando un poco en el trabajo, para sacar la faena que ellas no va hacer por estar en huelga.
                Lo mejor que podemos hacer los hombres el 8 de marzo, es seguir haciendo lo que hasta ahora: algunos mucho y otros nada, salvo en casos de necesidad imperiosa: los niños tiene que comer. Esa debe ser nuestra solidaridad con las mujeres, nuestro apoyo, que en este caso es más importante que sea desde la grada, como cuando vamos a un partido de fútbol y nos dejamos la garganta (algunos algo más) animando a nuestro equipo. Las mujeres tienen que sentir nuestra presencia, pero desde la barrera;  nuestro apoyo, pero no haciendo de esquiroles;  nuestras solidaridad, yendo a las manifestaciones en un segundo plano; nuestro afecto, pero sin paternalismos que impidan su protagonismo.
                El éxito de esta huelga es también  nuestro éxito, si creemos que el mundo de la postverdad es un cuento chino, que sólo sirve para seguir manteniendo a la mitad de la población doblemente explotada y sometida. Su lucha es también nuestra lucha, para que no volvamos a leer noticias como esta: “La brecha salarial hace que las empresas gane 42.000 millones de euros más al año”.  Leyendo esta noticia, no es de extrañar que Arrimadas y Cifuentes no vayan a seguir la huelga del 8 de marzo. Esto sí que atenta contra el capitalismo y desgasta al gobierno.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Un país secuestrado


                                                                                                                                                                                 Agencia EFE
Muchas veces nos preguntamos por qué la extrema derecha es tan residual en España, que ni siquiera ante el desafío soberanista catalán ha sido capaz de construir una alternativa política, más allá del folclore de las manifestaciones y las llamadas al patriotismo ramplón. La respuesta es sencilla, a tenor de todo lo que está sucediendo en el país en los últimos meses: la extrema derecha lleva gobernando España desde hace algún tiempo. Está en el poder de la mano de M. Rajoy y aquellos sectores de su Partido que nunca romperán con el franquismo.
Digo esto, porque hoy es un día triste para uno de los pilares de la democracia: la libertad de expresión. Un principio fundamental que el gobierno se está encargando, como una hormiguita, de convertir en una quimera, como tantas otras cosas que se pasan por el forro constitucional, cada vez que así les interesa.
Condenar a un rapero a tres años de cárcel porque al poder monárquico, con el gobierno al frente, le parezcan ofensivas sus canciones, es seguir despeñando la libertad por el terraplén del autoritarismo. Un disparate, al que hay que unir toda la ristra de encausamientos judiciales en, contra de la libertad de expresión: ya sean contra blogueros, tuiteros,  cantantes, titiriteros, sindicalistas, y todo lo que se mueva. Ni siquiera en los tiempos de ETA se atrevieron a tanto.
Nunca la libertad de expresión ha estado tan amenazada como ahora, con un gobierno que esgrime esa ley de orden público llamada Ley Mordaza, para silenciar todo lo que sus orejas y las de sus valedores no quieren escuchar. Una cruzada que está movilizando a todos los poderes facciosos del estado, si no dónde podemos encuadrar que una jueza haya ordenado retirar de las librerías un libro de Nacho Carretero: “Fariiña, sobre el narcotráfico gallego porque  no le gusta al exalcalde de O Grove lo que se dice en él. O la retirada de ARCO de la serie “Presos políticos en la España Contemporánea” de Santiago Sierra, porque incluía imágenes pixeladas de Oriol Junqueras y los Jordis.
Al final va a tener razón Anna Gabriel cuando decide exiliarse en Suiza porque en España no hay garantías democráticas, que garanticen la libertad y una justicia justa.
¡Ah! Por cierto, la obra retirada en ARCO ya se ha vendido por 80.000 € y el libro “Fariña” es hoy líder ventas en Amazon


lunes, 19 de febrero de 2018

El lector de Julio Verne.


EL LECTOR DE JULIO VERNE 
Almudena Grandes
Episodios de una guerra interminable
Tusquets Editores. Maxi. Enero 2017
Primera edición 2012
417 páginas

Nino, hijo de guardia civil, tiene nueve años, vive en la casa cuartel de un pueblo de la Sierra Sur de Jaén, y nunca podrá olvidar el verano de 1947. Pepe el Portugués, el forastero misterioso, fascinante, que acaba de instalarse en un molino apartado, se convierte en su amigo y su modelo, el hombre en el que le gustaría convertirse alguna vez. Mientras pasan juntos las tardes a la orilla del río, Nino se jurará a sí mismo que nunca será guardia civil como su padre, y comenzará a recibir clases de mecanografía en el cortijo de las Rubias, donde una familia de mujeres solas, viudas y huérfanas, resiste en la frontera entre el monte y el llano. Mientras descubre un mundo nuevo gracias a las novelas de aventuras que le convertirán en otra persona, Nino comprende una verdad que nadie había querido contarle. En la Sierra Sur se está librando una guerra, pero los enemigos de su padre no son los suyos. Tras ese verano, empezará a mirar con otros ojos a los guerrilleros liderados por Cencerro, y a entender por qué su padre quiere que aprenda mecanografía.

Reseña de González de la Cuesta
El final de la Guerra civil española no fue en 1939. Al igual que hubo zonas donde no existió, porque el golpe de estado de Franco triunfó y ya sólo se supo de la contienda por la propaganda de los rebeldes, hubo otros  en donde el conflicto perduró a lo largo de varios años, con grupos de guerrilleros, maquis, comunistas que siguiendo las instrucciones de su Partido, no se resistieron a poner fin a la guerra.
Almudena Grandes, en su serie “Episodios de una guerra interminable”  ya relató como se vivió en el Valle de Arán ese conflicto eterno entre el ejército franquista y los grupos comunistas, que desde Francia se dedicaban a hostigar  a los militares de Franco, preparando una invasión que nunca se llegó a producir, por desidia de la dirección PCE en la URSS.
Ahora, con “El lector de Julio Verne”, da una vuelta de tuerca a esa situación asfixiante e inútil que se vivió en algunas áreas montañosas del país, condicionando la vida y la muerte de sus habitantes. Sitúa el relato en la Sierra Sur de Jaén, concretamente en la localidad de Fuensanta de Martos, entre los años 1947 y 1949, conocidos como “Trienio del Terror”, donde la vida no era más que un aplazamiento de la muerte y el miedo era como un sarpullido en la piel de cada uno de sus habitantes. Una historia de terror y brutalidad implantada por la Guardia Civil  y de angustia para todos aquellos que dormían en el cuartel de la benemérita, en la que todos pierden y todos sufren.
Pero es también, una lucha por la supervivencia frente al  vacío de una “vida que no es vida”, a través de un niño de nueve años, hijo de guardia civil,  que se niega a somatizar todo lo que su corta vida está viendo, y un familia atrapada, contra sus sueños, en el círculo cerrado de un cuartel de guardias. Una familia que sufre por vivir en el centro de la represión que se desata en el pueblo, pero que no tiene otra que aguantar, bajo la amenaza de ésta recaiga sobre ellos.
Personajes que en ambos bandos están condenados a odiarse y a tener que convivir con ese odio. El retrato de una España que no debería a producirse nunca más y que Almudena Grandes nos viene contando para que nunca olvidemos cuáles son los errores de nuestro pasada como pueblo. Historia convertida en literatura, que es otra manera de conocer nuestro pasado.

sábado, 17 de febrero de 2018

La pérdida de la inocencia


Publicado en Levante de Castellón el 16 de febrero de 2018
La pérdida de la inocencia es ese momento de nuestra vida en que nos damos cuenta de que casi todo lo que nos han contado desde que tenemos uso de razón pertenece a una gran farsa construida para hacernos más feliz la infancia o, si ya estamos en edad adulta, para mantenernos distraídos de los asuntos que a quienes detentan el poder no les interesa que sepamos.
                A veces nos caemos del guindo sin quererlo, por una nimiedad que nos hace abrir los ojos y reparar que hay una realidad  que hasta ese momento nos habíamos negado a ver. Otras veces, son los grandes acontecimientos, normalmente mucho más dramáticos, los que abren el velo de falsedad que rodea nuestra vida.  Es como esas parejas que vive instaladas en una rutina ciega, sin darse cuenta de que cada uno hace su vida por un lado diferente al del otro, hasta que se descubre el engaño, la mentira construida de una vida en común, y el dolor se instala en el alma abriéndonos los ojos que, voluntaria o involuntariamente, tendíamos cerrados.
                Durante todos estos años de democracia, quienes han ostentado el poder, han construido un relato que, sabiamente y con ayuda de los resortes que han levantado para protegerse, nos han hecho creer. Y nosotros nos lo hemos creído, como esos infantes que nunca cuestionarán aquello que les dice sus padre o su madre. Si nos detenemos a reflexionar, son muchos los asuntos que servirían para cuestionar la calidad de la democracia española durante estos cuarenta años. Pero ninguno, desde el punto de vista estrictamente político, es tan grave y ha condicionado tanto la gobernanza del país, como haber mantenido en el tiempo un sistema electoral que ha sido útil, principalmente, para construir una casta de poder, por encima del voto que los españoles depositábamos en las urnas.
                No nos ha de extrañar, por tanto, la reacción de socialistas y populares ante la iniciativa de los nuevos Partidos: Podemos y Ciudadanos, para cambiar unas normas electorales que sólo les benefician a ellos, dejando en la cuneta electoral a cientos de miles de votos, que nos les resultaban útiles. Los argumentos esgrimidos por unos y otros, a derecha e izquierda, en contra de elaborar una ley electoral más proporcional y acorde con la democracia, son tan peregrinos y mezquinos, que sólo pueden tener como justificación el miedo a perder un poder político casi absoluto, que tan buenos dividendos les ha producido.
                Es, por ser benigno, curiosa la coincidencia de PSOE y PP en sus descalificaciones tras la propuesta de reforma electoral: “Es muy curioso que determinados Partidos piensen exclusivamente en sus intereses electorales” (Margarita Robles.  PSOE); “intereses particulares más que generales” (Íñigo Méndez de Vigo. Portavoz del Gobierno). Ante esto, no cabe más que preguntarse si los intereses particulares o electoralistas están más del lado de quienes quieren ampliar la proporcionalidad del voto, para que todos tengan el mismo valor, o de aquellos que tratan de aferrarse a un sistema electoral que ha sido una burla para los electores.
                Incluso, en su papel de aguantar el bipartidismo escudándose en las leyes por encima de la voluntad popular, se permiten el agravio de jugar al escondite con todos nosotros. Dicen en el PSOE que si el PP no entra en el consenso de una reforma electoral, ellos no participarán, a sabiendas de que los populares ya han dicho que ellos no van a sentarse a cambiar un sistema que les beneficia y mucho.
                Al final, uno tiene la sensación de haber sido engañado durante años, y que los promotores del engaño no van a mover un dedo por restablecer la veracidad electoral. Vamos a escuchar variedad de explicaciones, a cada cual más peregrina, por parte de la tropa tertuliana y mediática afín al bipartidismo, para tratar de que sigamos creyendo que los reyes magos son verdaderos, porque son magos y consiguen que elección tras elección ellos se mantengan en el poder, aunque los votos no les sean favorables. 

viernes, 9 de febrero de 2018

Una ley electoral para todos


                                                                                                                        Imagen: Space? 20017
Publicado en Levante de Castellón el 9 de febrero de 2018
Parece que Cs y Podemos dejan de planchar el lienzo inmaculado de su ideología y se dan cuenta que en democracia los Partidos han de tener una cintura más flexible que una bailarina de danza del vientre.
Después de varios años de declarase enemigos irreconciliables, pocos, porque en política son tiernos infantes todavía, empiezan a aterrizar y a darse cuenta de que los maximalismos no son buenos en el mundo político, ni siquiera entre posiciones divergentes en el arco ideológico. En la democracia española hay muchos huecos que se pueden rellenar si Podemos y Ciudadanos son capaces interiorizar que son ellos los que tienen que ir tapando los agujeros democráticos que la Transición no pudo o no quiso tapar. Porque si es una majadería intelectual decir que en España sigue vigente el franquismo, resulta todavía más grave negar que la democracia española tiene muchos defectos derivados de las imposiciones que el postfranquismo puso en la Transición a la izquierda, sobre todo, so pena de dar al traste con las aspiraciones democráticas de la sociedad española.
                Una de las más graves deficiencias democráticas que venimos arrastrando desde 1977 tiene que ver con la legislación electoral. La normativa actual se regula por la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del régimen electoral general, que fue aprobada por el gobierno del Felipe González, en aquellos años con mayoría absoluta en las Cortes. Tiene su antecedente en el Decreto Ley de marzo de 1977, aprobada por el gobierno de Adolfo Suárez, que tuvo como ponentes a Óscar Alzaga, Miguel Herrero de Miñón y Landelino Lavilla, entre otros ilustres políticos de la derecha española postfranquista, que más tarde formaron la UCD. El decreto ley tenía como principal objetivo cerrar el paso a una previsible victoria de la izquierda en la inmediatas elecciones, que por aquel entonces era mayoritaria en la sociedad española. De hecho el resultado de las elecciones de junio de 1977 arrojó el triunfo en votos de la izquierda: 8.241.000 votos, frente a los 8.188.000 votos de la derecha. ¿Por qué, entonces, la derecha nacional sumo 184 diputados y la izquierda 143? La explicación está en la norma electoral que se sacó de la manga un sistema muy lejos de la proporcionalidad, primando las áreas rurales, más proclives al voto conservador, frente a las urbanas, más favorables al voto progresista. En otras palabras, se implantó un sistema provincial que daba dos diputados, como mínimo, a cada una de las provincias, independientemente de su población, lo que facilitaba la consecución de escaños en las zonas menos pobladas, es decir, las rurales, frente a las de mayor población y número de votantes. El frenazo electoral de la izquierda fue en seco.
                Lo gracioso de esto es, que pudiendo haberse modificado en 1985, no se hizo, y se  convirtió el decreto ley en Ley Orgánica, toda vez que los dos grandes Partidos de la Transición entendieron que, si ya no se trataba de frenar a la izquierda, el sistema proporcional corregido implantado en 1977 les garantizaba la hegemonía política en España, volviendo a instaurarse un sistema de turnismo similar al  de la Restauración, impuesto por Cánovas del Castillo y Sagasta, hasta la fecha.
                Esta rémora postfranquisa de la Transición no es menor, porque ha conseguido que gran parte del voto de los españoles durante estos últimos cuarenta años, se haya ido a la papelera, curiosamente los de la izquierda del PSOE, dando pie a la invención de ese concepto tan degradante para la democracia como es el voto útil. Algo que también ha venido sucediendo en Cataluña, que tienen un sistema electoral calcado del español.
                Por eso es bueno que Ciudadanos y Podemos se pongan de acuerdo en reformar la Ley electoral, poniendo fin a este disparate democrático que tenemos en España, para dar cabida a los  nuevos Partidos, incluso otorgarles la capacidad de gobierno que ahora es imposible que tenga. Lo hemos visto en las elecciones catalanas, que con un sistema electoral verdaderamente proporcional, habrían dado a Ciudadanos, no sólo la victoria, también la posibilidad de formar gobierno; y se puede calibrar en que Podemos necesitaría sacar 600.000 votos más que el PSOE, para obtener los mismos escaños, según un estudio del analista electoral Jaime Miquel.
                En definitiva. El futuro político de España pasa, principalmente, por la aprobación de una nueva Ley electoral que dé a cada voto un valor similar y proporcional. Ha llegado el momento para que la sociedad española dé el salto hacia una democracia más ecuánime en su representación política. Cabe esperar que Podemos y Ciudadanos, que son los Partidos que están llamados a cambiar el panorama político del país, se pongan de acuerdo en un asunto de máxima relevancia, y que PSOE y PP, entiendan que el tren del bipartidismo ha pasado y vienen nuevos tiempos. Si no, la apisonadora de la historia les pasará por encima.

martes, 6 de febrero de 2018

Invierno en Nueva York


La ciudad. La primera sensación que se tiene al llegar a Nueva York es el enorme espacio que ocupa el aeropuerto y la luz naranja del ocaso invernal, que le da un aspecto cinematográfico, con un color que hemos visto cientos de veces en el cine y que aquí descubres que no es un artificio fotográfico, sino que es real. Sucede como cuando se está llegando al desierto del Sahara y de repente aparece una gran masa naranja y uno se da cuenta que no se trata de la luz, sino que éste es el color natural de la arena.
                Esa visión cinematográfica ya no te abandonará en todo el tiempo que estés allí. Es una sensación como de estar dentro de una película en la que no hay guión, ni argumento, ni celebridades, sólo tú y la ciudad al fondo. Como si un niño hiciera un viaje y de repente se encontrara en “El País de Nunca Jamás”. Por eso, es muy difícil escapar de la fascinación nerviosa que se siente al poner el pie en suelo neoyorquino según sales del avión y empiezas a ver policías de película, coches de película, autopistas de película, edificios de película... todo igual que en el cine, pero con la gran diferencia que eres tú el que está dentro de la pantalla. Una realidad ilusoria a la que cuesta sobreponerse un rato largo y que sólo se consigue tras palparse varias veces y tomar conciencia de que tu cuerpo está allí contigo y que no hay ni película, ni escenario, ni cámaras, y que el policía que está frente a ti, interrogándote sobre los motivos de tu estancia, es real, y que los negros tocados de gorra que están a la caza de tus maletas también son de carne y hueso.
                Desde el taxi veo la ciudad y hay tres cosas que me llaman la atención: la primera, los coches son enormes; la segunda, que lo que veo no difiere en nada de cualquier ciudad europea -atravesamos Queens por un enjambre de autopistas y edificios vulgares que se pierden en la lejanía-; la tercera es un impacto visual que se produce al ver Manhattan desde lejos como una imagen fantástica de grandes edificios agolpados, dibujados en la noche por miles de luces que salen de las ventanas iluminadas. Después, al entrar en la Gran Manzana, subir por la Segunda Avenida, cruzar Central Park y encontrarte metido de lleno en ese gran bosque de colosos de acero y hormigón, te das cuenta de que el mito existe y a partir de ese momento pasas a formar parte de él.

               
Es Nueva York una ciudad que no deja de sorprenderte, aunque decir Nueva York es tratar de abarcar demasiado para lo que va a ser el terreno de acción de un turista. Quizás habría que ser más concreto y hablar de Manhattan, un espacio más humanamente asequible, a pesar de la grandiosidad  de sus edificios y sus espacios abiertos, algo que no deja de sorprender, porque en contra de lo que se pueda pensar, nunca se siente uno agobiado por estar rodeado de gigantes; es como si estuvieran allí para protegerte de un territorio bastísimo, en donde la naturaleza se hace enorme, inalcanzable por su amplitud, su claridad y su climatología. Entre calles y avenidas trazadas en una cuadrícula perfecta, uno se siente a salvo, porque sabe que esos grandes guardianes que te obligan a levantar la cabeza hasta que la nuca toca con la espalda, no te van a fallar, y ves como la luz del sol resbala por las fachadas hacia abajo e ilumina la vida, la inmensa vida que discurre por sus calles, con una vitalidad que de día y de noche te baña el alma y de la que ya no puedes escapar. Esa es la gran magia de esta ciudad: la vida que sus gentes derraman por todos los rincones, ya sea en las avenidas que la cruzan de arriba a abajo, en las calles que la atraviesan del Río Hudson al East River, en las tiendas colmadas de gente, en los establecimientos de comida, abiertos a todas horas, en la rapidez y la racionalidad con que circula el Metro. Todo un universo de gentes que van y vienen en un caos organizado en donde la apariencia de la indiferencia se rompe cuando te das cuenta de que todo el mundo se fija en todo el mundo y nadie pasa desapercibido, pero en donde también nadie se asombra de lo que ve y se respira un enorme respeto por las personas que te rodean.
                Al sumergirte en el río humano te das cuenta de que existe un equilibrio entre urbanismo, gentes y arquitectura,  solo capaz de romperlo hechos tan luctuosos como los del 11-S y entonces se comprende por qué aquel acontecimiento supuso un drama social de consecuencias todavía no superadas, a raíz del cual los neoyorquinos vieron como esa armonía urbana se rompía, y se generaba miedo, tranquilizado, de alguna manera, con un ingente número de policías, de todo tipo, desparramados por las calles de la ciudad.

Nieve. Invierno en Nueva York. Nieve, nieve, nieve, la nieve cae intensamente durante días sin parar y toda la ciudad se transfigura -al principio resulta hermoso ver Central Park cubierto de un manto blanco-. Las calles cambian su fisonomía, ahora son rectas pintadas de blanco, holladas por las rodaduras de los coches que van y vienen imperturbables al fenómeno meteorológico. Cuando se mira desde la distancia da la sensación de estar dentro de una bola de cristal de esas que cuando las agitas la nieve revolotea entre los rascacielos hasta posarse en el fondo, lo único que aquí la bola es agitada
sin solución de continuidad. Pero la belleza del contraste que se produce entre los edificios posados sobre el manto blanco se acaba volviendo incómoda y un simple paseo por la 5ª Avenida o por Times Square se hace espinoso. Mientras, el viento hace que la nieve te golpee en la cara y el frío es intensísimo. Solo Central Park, un inmenso pulmón con medio millón de árboles, parece estar en sintonía con la nieve. La naturaleza recibe bien a la naturaleza.
                Sin embargo la ciudad sigue, no pierde su ritmo, y el ir y venir de gentes y coches no cesa, cada uno en sus asuntos, como si la nevada no fuera con ellos, acostumbrados a inviernos que a los europeos del sur nos pueden resultar exóticos, por la dureza de la climatología.
                Después cesará de nevar, saldrá el sol y una luz intensa se apoderará de todo cuanto habita la urbe. Otra vez la luz, algo que Nueva York tiene con generosidad para solaz de sus habitantes y regalo a sus visitantes.

Calles. Pasear por Nueva York es una experiencia que hay que vivir al menos una vez en la vida. Es
entrar en un mundo plagado de contrastes, que nuestros sentidos tardan en asimilar un tiempo, quizá cuando ya de vuelta a casa empiezas a ordenar sensaciones e imágenes. Desde el lujo, casi insultante de la 5ª Avenida rebosante de tiendas, hoteles y edificios de oficinas imposibles para la mayoría de los mortales, a la belleza escéptica y pobre de Harlem. Nada que ver tiene la calle 42, con su trasiego humano en torno a la Grand Central Terminal, estación que irradia viajeros a todos los puntos de la ciudad, con la tranquilidad del Greenwich Village, lugar de intelectualidades y bohemios trasnochados. El bullicio de Times Square, envuelto entre grandes carteles luminosos trepando por los edificios y salas de teatro abigarradas en la que quizá sea la mayor concentración de espectáculos teatrales del mundo, contrasta con la placidez de Central Park, inmenso territorio de naturaleza forjada por el hombre, para solaz reconciliación consigo mismo de los neoyorquinos, flanqueado por dos barrios residenciales a derecha e izquierda:  Upper West Side y Upper East Side, en los que el silencio urbano es norma. Wall Street y el cogollo de calles abigarradas y estrechas que conforman el centro financiero de la ciudad y probablemente del mundo, queda apaciguado, en poco metros, con el espacio abierto del Puente de Brooklyn sobre el East River y el South Street Seaport, espacio en reconversión que alberga una de las zonas comerciales y de ocio, con el Piere 17 a la cabeza, de más en boga en la ciudad. En pocos metros también podemos pasar del bullicio frenético de compras en Chinatown, a la calma de Little Italy, un lugar reducido en donde los restaurantes de cocina italiana son una atracción exquisita. Se puede pasar, con solo ir de babor a estribor en el ferry, de ver la Estatua de la Libertad en medio de la confluencia de los dos ríos que rodean la Gran Manzana como un estandarte solitario, a la visión de rascacielos agolpados que invaden el Lower Manhattan. Y así sin descanso, en una orgía de sensaciones agotadora de nuestra capacidad de asimilación, pero estimulante para el espíritu.

Neoyorquinos. Una marea humana invade a diario las calles de Nueva York. Como Machado, van de su corazón a sus asuntos. Un tráfico paralelo de gentes de distinto pelaje  se detiene en los semáforos a la espera del “walk”, cruza y atraviesa la ciudad entre los vapores de taxis, los hay a miles, y coches particulares. Van y vienen tejiendo una tupida malla de seres que dan vida a ésta ciudad, porque lo que realmente es la savia que corre por sus arterias son sus gentes: blancos muy blancos, negros enormes, chinos con el ábaco metido en la cabeza, hispanos en permanente crecimiento, europeos finolis, asiáticos que buscan un lugar en un mundo que les resulta extraño, judíos, cristianos, musulmanes, budistas..., todos caben y nadie desentona, todos respiran el mismo aire y todos contribuyen a mantener la ciudad viva, pero cada uno  reserva el espíritu de su cultura como una salvaguarda para conservar su identidad personal, en un lugar que tiene como
identidad común la de todos. Es una mezcla de aromas que tiene como resultado el sabor del tutifruti o la macedonia, aunque al final cada uno se refugie con los suyo. Así nos encontramos con el barrio de los judíos, el de los negros, los hispanos, los chinos… etc. Quizá porque la ciudad todavía conserva recuerdo de sus orígenes como gran urbe, cuando llegaban inmigrantes de todos los lugares del mundo y fueron distribuyéndolos por zonas. Ahí está todavía la Isla de Ellis, convertida en museo de un pasado cercano que hizo posible la Nueva York que hoy conocemos: multirracial, multicultural y multilingüística. Debates de rabiosa actualidad en Europa como la sociedad multicultural  les debe sonar a discusión de viejos ociosos. Por eso en Nueva York no es difícil entenderse en tu idioma, se puede comer a cualquier hora y cualquier cosa, se puede asistir a cualquier evento cultural de cualquier lugar del planeta o a una síntesis de todos, y el turista tiene la sensación de que la ciudad se construye asimisma día a día para satisfacer las necesidades de sus ciudadanos, tengan el origen que tengan.

El gran contraste. Son muchos los contrastes que ofrece Nueva York, pero el más impresionante, por el que solamente por él merece la pena ir, es el efecto que produce estar en la calle, bajo esos enormes rascacielos que te hacen sentir realmente pequeño y en poco tiempo estar encima de la gran ciudad. La visión que se ofrece a la vista desde el mirador del Empire State Building es sobrecogedora, sobre todo si se produce al final de la tarde, cuando todas las luces de la ciudad ya se han encendido. El impacto para los sentidos es excitante, al ver como los edificios que un rato antes te empequeñecían, ahora está a tus pies. Un paisaje de luces y colores que abarca todo el horizonte y te hace sentir, desde la impresionante atalaya del piso 86, el rey del mundo, queriendo gritarlo a los cuatro vientos, emulando a Di Caprio en Titanic.
 
Probablemente una estancia más prolongada en Nueva York nos revelaría poco a poco el lado oscuro de la ciudad, siempre hay un reverso de la medalla que descubrir, pero esa no es tarea del turista, que en definitiva va a ver y recibir impresiones del lugar visitado, cuanto más gratas mejor, y esta ciudad las ofrece por doquier, a plena satisfacción. Que éstas cubran las expectativas depende de cada uno. Pero lo cierto es que esta ciudad no deja indiferente a nadie y para siempre abandonará la pantalla de cine para ocupar un lugar en el corazón de todo aquel que la visite.

sábado, 3 de febrero de 2018

Crecemos en pobreza

                                                                       "Niño espulgándose" Murillo 
Publicado en Levante de Castellón el 2 de febrero de 2018

Los trabajadores de la hostelería de Castellón llevan sin convenio desde 2012. Opel amenaza con llevarse la producción del Opel Corsa de su factoría de Figueruelas a otro país, si los trabajadores no aceptan una reducción de sus condiciones laborales, entre ellas la salarial. Estos son dos ejemplos de la caída libre en la que se encuentran los derechos laborales de los trabajadores, por una legislación, que ya sin tapujos, apuesta por convertir a la clase trabajadora en servidumbre laboral de la empresa.
                El trabajo ya no es un medio de estabilidad personal, desde la que se puede planificar la vida sin grandes sobresaltos y, mucho menos, esa fuente de dignidad que los individuos sentían al considerarse útiles para la sociedad, siendo correspondidos con un salario digno que los alejaba de la pobreza. Hoy, más bien, nos encontramos en el escenario contrario: la precariedad del mundo laboral ha liquidado cualquier atisbo de estabilidad económica y lapidado la dignidad laboral, al convertir a los trabajadores en herramientas de usar y tirar, al servicio de una economía que sólo tiene como objetivo el enriquecimiento de desvergonzado de los que más tienen, incluidos los resortes del poder.
                Asistimos al ensalzamiento de la economía denominada macro, esa que el común de los mortales sólo alcanza a ver en los medios de comunicación, con grandes cifras de crecimiento y engolamiento en las voces de los dirigentes económicos, que sirven para disimular la otra realidad, la de millones de personas que malviven, privadas de bienes que son básicos para llevar una vida digna.  Cifras de reducción del desempleo, que se sostienen sobre la precariedad laboral, mientras la pobreza se extiende entre los que tiene un trabajo.  Parece que nadie se escandaliza porque el 25% de los trabajadores están en situación de pobreza.
Ya no garantiza el trabajo salir de la penuria económica, cuando se fuerza, desde la autoridad que dan unas leyes aprobadas para ello, a tener que renunciar a mejoras que se tenían, bajo la amenaza de perder el puesto de trabajo o convertirse en saltimbanquis de contrato en contrato, muchos de ellos por horas, días o semanas, que sí, rebajan las cifras del paro, pero no sirven para salir de la pobreza laboral.
                 El medio más efectivo para que una persona tenga una vida digna alejada de la amenaza de la miseria, es el salario. Dad a la sociedad un salario decente y se enriquecerá; y sus habitantes se convertirán en seres dignos, capaces de mejorarla. Porque el mayor distribuidor de la riqueza que existe es el salario, por encima de los impuestos, la caridad y las buenas intenciones de todos aquellos que luchan por suavizar la pobreza. 
                Sin embargo, la actual clase dirigente mundial, que se reúne en Davos, en esa fiesta del capitalismo salvaje, que todos los años planifica la mejor manera, como si fuese un trampantojo, de seguir enriqueciéndose a costa de seguir empobreciéndonos. Diseñan un mundo a su medida, en el que la mayoría de la sociedad sólo va a tener el papel de servidumbre, y lo peor de todo, es que esa sociedad acepta ese papel de semiesclavitud que le otorga la oligarquía del mundo, ya camino de la plutocracia.
                Tienen un instrumento poderosísimo para ello: el miedo. La pobreza o su proximidad, produce miedo y atenaza las conciencias. Por eso nunca van a acabar con el paro, los contratos precarios, las amenazas de dumping laboral, la brecha salarial, la supresión de las condiciones de trabajo: horarios, jornadas, salud laboral, etc. Nada de lo que suponga que los trabajadores ganen relevancia y, por tanto, fuerza, van a consentir. Para ello ya se encargaron de enterrar a los sindicatos en el olvido de los trabajadores, haciéndoles ver que son una lacra para sus intereses laborales.

                Cuando dicen que no hay trabajo para todo el mundo, es mentira. No lo hay si se pretende acumular la riqueza en muy pocas manos. Igual que nos hacen creer que si no hubiera agricultura intensiva y transgénica controlada por media docena de multinacionales, el mundo se  moriría de hambre, cuando, hay cientos de miles, millones de hectáreas yermas en el mundo, que podría alimentar a la humanidad, sólo con cambiar el modelo productivo. Pero este es otro tema, aunque del mismo libro, que trata de construir una sociedad bipolar llena de privilegios para unos pocos y de carencias y pobreza para el resto. La ciencia ficción ya está aquí.

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...