Foto: Kusonoki Masashige
Publicado en Levante de Castellón el 21 de abril de 2017
Hace unos años, no tantos, podías
quedar una tarde en Castellón con los amigos, picar alguna cosa o tomarte un
café e ir a ver una película de cine, tranquilamente, dando un paseo. Era muy
fácil, pues en la ciudad había varias salas que te permitían acercarte a uno u
otra sin necesidad de coger el coche, en función de la película que quisieras
ver. En realidad, ir al cine era un acto social, una quedada con los amigos, un
encuentro con la cultura o una actividad onanística, culturalmente hablando, si
uno iba solo.
Las
salas de cine humanizaban la ciudad, porque eran lugar de encuentro de mucha
gente que iba con un objetivo común: ver una película, sin interferencias
consumistas. Gente que encontraba un momento de tranquilidad en el acto de
acercarse a la sala, sentarse en la butaca y disfrutar o no de la película; eso
ya dependía de los gustos de cada uno. Toda una experiencia sensorial,
compartida con tus amigos o con desconocidos que habías visto en la cola de la
taquilla, dispuestos a participar de similares sensaciones.
Ustedes
dirán que es un poco exagerado lo que digo, que hoy también se puede disfrutar
del cine como antes, y no les voy a contradecir. Sin embargo, lo que falta en
la actualidad es la liturgia cultural y social que tenía acudir al cine cuando las
salas estaban en la ciudad, que hoy, a los ciudadanos de Castellón, se nos ha
hurtado.
Habría
que preguntarse cuáles han sido las estrategias comerciales que han llevado a
cerrar todas las salas que había diseminadas por el centro de la ciudad. Porque
-es inevitable la sospecha-, el desplazamiento de los cines a la periferia no
se ha producido por criterios que mejoren la calidad de las películas o
aumenten el nivel cultural de los ciudadanos, sino, más bien, ha obedecido a
razones que obedecen a la conversión de la cultura en un fenómeno más dentro
del engranaje consumista actual, que sin medida todo lo devora.
En
una sociedad que va camino a la idiotización de todos sus miembros, (incluido el
que esto escribe) la cultura no está exenta de esa degradación. El cine, la literatura, el teatro… exige un
esfuerzo mental que se está tratando de diluir en productos masticados y
relajación de los comportamientos intelectuales. Cuanto más fácil sea lo que
consumimos, menos pensamiento crítico tendremos y el poder se sentirá menos
amenazado. ¿Qué tiene que ver esto con la desaparición de las salas de cine en
la ciudad de Castellón? Lo mismo que el cierre de librerías, o la escasez de
salas teatrales o galerías de arte: dificultar el acceso a la cultura, hacer
que esta se aleje, cada vez más, del horizonte de nuestros intereses. Y el
cine, qué duda cabe, es la manifestación cultural más potente que existe en
nuestra época.
Lo
que ha sucedido en Castellón, también viene pasando en otras ciudades pequeñas
y medianas del país: que están desapareciendo las salas de cine de sus centros,
en un proceso de costumización urbana, que las desplaza a las periferias
comerciales, integrándolas en un ámbito ajeno a la cultura, que licúa su
esencia como fenómeno cultural, para convertirse en un instrumento más de
consumo fácil y acrítico. Todo ello con el consentimiento de las instituciones
políticas que deberían velar porque la cultura estuviera al alcance de todos, y
no sucumbir a las presiones de agentes ajenos a los ámbitos culturales.
Que
haya salas de cine en centros comerciales o lugares de ocio, puede ser una
opción para el consumo fácil de un cine de muy baja calidad cultural, perfumado
de palomitas, como son la mayoría de las películas que hoy llegan a esas salas.
Pero los ayuntamientos y las diputaciones deberían aplicarse a que ese cine también
pudiera verse en el centro, o que el otro cine, menos comercial, estuviera
presente en la ciudad. Si no lo hacen es porque son partícipes de la
degradación cultural que hoy vivimos.
Lo
cierto, es que Castellón es hoy una ciudad más triste que cuando ir al cine era
tan fácil como quedar con los amigos a vivir la experiencia de acercarte
fácilmente a una sala de las varias que había en la ciudad, con todo lo que
ello conllevaba antes y después de la película.
Muy de acuerdo. Es un fenómeno mundial, aquí en Manhattan, donde vivo, ha ocurrido exactamente igual. Cierre de cines, desaparición de librerías. Que tristeza! Y ahora también se están hundiendo los shopping malls de muchas periferias. Es la economía digital, del Internet, , la invasión sin disfraz ni caballo de Troya de las multinacionales del consumo via Internet y grandes cadenas que también están desmantelando los negocios familiares. Lo observo con tristeza, nostalgia y rabia en Manhsttan, donde resido por más de treinta años.
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