martes, 28 de febrero de 2017

"El imaginador de pinturas" de Joan Feliu

               
Después de leer “El imaginador de pinturas” (Unaria 2016) de Joan Feliu, me ha quedado la agradable sensación de haber asistido a una clase de arte, pasándolo estupendamente. No de una clase cualquiera, de esas que se dan en las universidades, para que conozcamos el arte y sus artistas, no. Joan Feliu, con un despliegue nada pedante de erudición, nos enseña todos los trucos y técnicas para convertirnos en buenos falsificadores. Tomen nota. Porque la gracia de esta novela es que salvo los personajes, el paisaje y la historia que cuenta, todo lo demás es cierto. Quiero decir, que si es usted un alumno aplicado, puede dedicarse a dar gato por liebre, en los ámbitos artísticos del mundo, después de leer esta magistral lección sobre cómo falsificar un artista y luego que parezca genuino. Todo un mérito del autor, a quien se le nota que de arte sabe y mucho; y a tenor de lo leído, también sabe escribir.
                “El imaginador de pinturas” parte de un hecho constatable: que la admiración que nos produce el arte no es capaz de discernir entre lo verdadero y lo falso, ni siquiera para grandes expertos y/o avezados miembros de la benemérita. Quizá porque, como explica el capitán Halcón: “El gran descubrimiento de Rovere no está en la copia del original, sino en la creación de un falso original”. Este es el quid de la cuestión de la novela: como crear una obra de arte con técnicas de falsificación, que parezca hecha por el verdadero artista, y cómo colarla en el cerrado y exigente mundo del coleccionista. 
                Juan Rovere, el falsificador que nadie es capaz de poner cara, ni siquiera su perseguidor y primer admirador, el capitán de la Guardia Civil Manuel Halcón, sabe muy bien todo esto, por eso ha llegado a ser el número uno. Sabe jugar con la codicia, la vanidad y la avaricia del poder, ya sea en su vertiente económica, política e intelectual. Ahí es donde está su éxito, no tanto en la calidad de su creación falseada, sino en su capacidad para excitar la hormona del placer que activa el poder, y qué duda cabe, que poseer una obra de arte única, funciona como un chute de dopamina para muchos que se sienten llamados por la divinidad a ser y tener más que nadie.
                Todo el proceso se lo va enseñando Rovere a la hija de su antiguo socio ya fallecido, Linda; una estudiante, recién salida del horno universitario, pero que enseguida se da cuenta que se encuentra aprendiendo de Rovere como pez en el agua.  Este, si al principio pone alguna pega, se deja llevar por la testosterona que produce saberse poseedor de un conocimiento único, que le permite lucirse ante una chica joven, guapa e inteligente. Es de esta manera, mientras ejecuta la obra de su último gran engaño, como nos va enseñando a convertirnos en falsificadores, mediante las explicaciones que le va dando a Linda. El círculo de esta clase magistral se cierra con el capitán Halcón, alguien cuyos conocimientos sobre arte y falsificaciones están a la altura de su delicuete preferido, al que sueña apresar, para demostrarse a sí mismo que él, a pesar del traje verde, es digno de sus conocimientos.

                    Joan Feliu escribe una espléndida novela, sin pliegues y fácil de leer, lo que se agradece dada la complejidad del tema que trata. Si bien al principio, puede apuntar a una novela del género policiaco, nada más lejos; ni siquiera creo que el autor haya pretendido esto. La narración crece por caminos muy distintos, introduciéndonos en ese mundo tan desconocido de las falsificaciones artísticas.  Tanto, que después de haberla leído, ya no sabremos, cuando nos pongamos delante de un cuadro, si realmente está facturado por el artista que lo firma, o es una magnifica creación del Juan Rovere de turno. Esa es la gracia de esta magnífica novela.

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