viernes, 22 de diciembre de 2017

Navidad y utopía

Publicado en Levante de Castellón el 22 de diciembre de 2017
Por fin llegan las Navidades, casi cuando ya estamos saturados de ellas. Cuando llevamos más de un mes empechados de turrón, anuncios de colonias, ciudades iluminadas hasta la desorientación y grandes superficies luciendo sus mejores galas para que compremos hasta lo que no necesitamos cuanto antes mejor, casi con el tostado del verano a  flor de piel.  Y no es que uno reniegue de farolillos de led y árboles gigantescos de adornados con el eclecticismo de la geometría. Al contrario, me parece bien que la gente se divierta y se le recuerde que un poco de bondad y deseos de felicidad nunca vienen mal, en una sociedad cada vez más triste y alienada por el miedo a perder, no lo que se tiene, sino lo que se desea tener. Son tiempos en que nunca estamos satisfechos de lo que somos o tenemos, porque nos han inoculado el virus de la insatisfacción, que debe ser bueno para que las grandes multinacionales ganen mucho más dinero. Antes empezaba el día 22 de diciembre, o esa era la sensación que muchos teníamos, cuando escuchábamos en la radio el soniquete alegre de los niños de San Ildefonso cantando lo premios de la Lotería de la Navidad. Ahora el sentimiento es contrario, parece que ese día de los sueños inocentes de convertirse en millonario es el fin de la Navidad y que lo que viene a continuación no es más que un epílogo, un estrambote festivo del soneto que llevamos escuchando semanas.
                Si durante todo el año estamos condenados a la tiranía de lo políticamente correcto, esa dictadura insufrible que nos convierte a todos en espías del orden establecido, en censores de todo aquello que nos dicen se sale de los límites impuestos por el poder, para que este no se sienta amenazado, la Navidad es el desiderátum  del perfecto ciudadano. Tiempo sin fisuras del discurso oficial, saturado de papá noéles y villancicos escuchados hasta el aburrimiento.
                Sin embargo, he de confesarles que a mí la Navidad me gusta. Posiblemente, porque nunca he llegado a perder esa emoción mágica que sienten los niños ante el misterio que envuelve un tiempo que augura la felicidad más inocente y sin dobleces que nunca más en nuestra vida, pasada la infancia, volveremos a tener. Que todo el mundo sueñe con ser feliz, aunque sea por unos días, es algo a lo que nunca deberíamos renunciar. Teniendo en cuenta, además, que la felicidad se sirve en pequeñas píldoras que hacen de nuestra vida algo más soportable, sobre todo en un tiempo de mudanzas que señalan al futuro como un lugar cargado de incertidumbre.
                 Los agoreros dicen que la Navidad es un tiempo de hipocresía, como si la verdad brillara como una estrella en el firmamento el resto del año. Hipocresía es la de quienes reniegan de todo y miran para otro lado cada día ante los problemas que nos circundan, esperando, quien sabe, que un Mesías aparezca y nos libre de nuestros males. Es la de aquellos que ha perdido la confianza de que un mundo mejor es posible y se convierten en seres vacíos de esperanza y ánimo para transformar la sociedad. Seres ajenos a la utopía del amor, de la paz, de la justicia y la fraternidad, que se sienten observados desde el espejo de su propia vacuidad precisamente en Navidad, cuando todo el mundo trata de rellenar el vacío de una realidad cada vez más dura, por una pequeñas dosis de felicidad compartida. Y, entonces, lo que ven les abruma tanto que reniegan de ello.

                Es cierto que la Navidad se ha convertido en un negocio, nada extraño en una sociedad dominada por el Becerro de Oro, y qué mejor que imbuirnos de una felicidad mema que sólo alcance a consumir.   Por ello, el reto consiste que hagamos permanentes los valores navideños de generosidad y paz el resto del año, no por friquismo, sino para poder afrontar las contracciones que toda sociedad tiene, con las que todo individuo convive, con un espíritu más optimista. Y eso sí que les daría miedo a los que nos convierten en piezas de un engranaje políticamente correcto, que no deja lugar a la emoción de vivir con una utopía. 

martes, 19 de diciembre de 2017

Salamanca, Lérida, Sijena

Publicado en Levante de Castellón el 15 de diciembre de 2017

El 13 de enero de 2013, el Tribunal Constitucional pone fin a una larga disputa, que venía manteniéndose desde los años 80 del siglo pasado, entre la Generalitat de Cataluña y el Gobierno Central, La Junta de Castilla y León y el Ayuntamiento de Salamanca. El objeto de tan larga y enconada querella se debía a la reclamación por parte de la Generalitat Catalana de cientos de miles de documentos, públicos y privados, que fueron expoliados por Franco, cuando las fuerzas golpistas ocuparon Cataluña y enviados a Salamanca, donde se encontraba el cuartel general del ejército franquista, con el fin de evaluar la documentación y, de paso, fichar a más de tres millones de republicanos, para lo que ustedes pueden están imaginando.
                Fue este caso, el de los “Papeles de Salamanca”, el primer gran encontronazo que el nacionalismo catalán y español tuvieron, agitando, como es preceptivo en cualquier buen nacionalismo, a la sociedad al enfrentamiento, por asuntos que la mayoría de los que se manifestaban desconocían, pues las autoridades sólo daban el argumento de nos quieren robar o nos han robado.
Legalmente el conflicto se zanjó en 2005, cuando el Congreso de los Diputados aprobó una ley, para que se devolvieran a Cataluña los documentos sustraídos al final de la Guerra Civil. Pero políticamente el conflicto se recrudeció al ser utilizado por el Partido Popular para desgastar al gobierno de Zapatero y atizar el nacionalismo español contra el catalán.   Frases como la dicha por el alcalde de Salamanca: “La Ley pone el patrimonio de Castilla y León y de los españoles en manos de quienes se sienten más cercanos a los terroristas de ETA que a los españoles” o de Eduardo Zaplana: “la primera ley cultural que aprueba este Gobierno sea para deshacer un archivo nacional”, como si Cataluña no perteneciera el territorio nacional, dan prueba de la magnitud del conflicto, que dio pie a un reguero de recursos, liquidados por el Tribunal Constitucional, como ya se ha dicho al principio del artículo, dando la razón a los que reclamaban la devolución.
Después del enfrentamiento, en el que los catalanes, muy activamente desde los sectores nacionalistas, reclamaban lo que les pertenecía, sorprende que ahora se sientan tan ofendidos por tener que deshacerse de un tesoro cultural compuesto de 44 piezas históricas, que los tribunales han decido se tiene que devolver a Aragón, anulando así la venta que hicieron la Hermanas San Juanistas de la Orden de Malta a la Generalitat de Cataluña en 1983, sin las correspondientes autorizaciones gubernativas, al tratarse de una parte inseparable del monasterio de Sijena, declarado monumento nacional en 1923.
Cierto que las monjas vendieron lo que no era suyo; cierto que alguien debería devolver a la Generalitat de Cataluña el importe pagado por la compra; cierto que esta no se debió preocupar mucho, entonces, de comprobar que toda la documentación para la venta estaba en regla; cierto que la justicia no ha tenido el don de la oportunidad, en un momento tan sumamente delicado en Cataluña, para un conflicto que lleva años en litigio; cierto que el gobierno puede estar haciendo un abuso de poder al aplicar el art. 155 para algo que no está pensado, echando así más leña al fuego del independentismo, que no ha tardado en flagelarse con el cilicio de víctima de Estado español. Pero no es menos cierto que el gobierno de Aragón lleva esperando desde 2015 que le devuelvan las piezas y la Generalitat de Cataluña ha hecho oídos sordos, al igual que lo hizo en su momento la Junta de Castilla y León con los “Papeles de Salamanca”.
Al final, asuntos que deberían dirimirse en el seno de la concordia y sin tanto ruido mediático, se convierten en arietes del nacionalismo, por culpa de unos políticos que tienen la habilidad de contaminarlo todo para satisfacer sus intereses partidistas o nacionalistas que, a veces es lo mismo. Hoy los catalanes, unos pocos se sienten ofendidos, víctimas de esa conjura española que sólo trata de humillarles,  como  al igual que en su día se sintieron expoliados los salmantinos. Mientras tanto, suma y sigue, en un conflicto entre el nacionalismo catalán y el español, que parece no tener fin, incluso dispuesto a destruir la convivencia regional, si esto sirve para esconder los gravísimos problemas que tiene el país.


lunes, 11 de diciembre de 2017

La Constitución no tiene quien la quiera

                                                                                                                Autor de la Imagen: Quino
Publicado en Levante de Castellón el  8 de diciembre de 2017
Un año más se conmemora la Constitución, ya el 39 aniversario, con desinterés de los ciudadanos y celebraciones de bajo nivel en la clase política. Algo se debió hacer mal cuando se aprobó, para que durante estos casi cuarenta años los políticos hayan pasado de puntillas en su cumpleaños, como querido alejar a la ciudadanía de ella. No hay celebraciones populares ni grandes fastos ni desfiles cívicos en los pueblos ni nada de nada. Por no haber ni desfile militar, que sería lo propio, como muestra de respeto del ejército a la Carta Magna, y no el que se hace actualmente, que se asemeja más a un acto castrense de nostalgias postfranquistas, por la fecha elegida: 12 de octubre “Día de la Hispanidad.
                Parece que  la Constitución no es tan importante como el recuerdo casposo de un imperio que colapsó hace cuatrocientos años. Muy al modo de esa España soñada por  Franco de grandes gestas históricas, para guardar las vergüenzas de su dictadura. Igual que se utiliza hoy el nacionalismo emergente para esconder el mal gobierno al que estamos sometidos por parte del Estado y de algunas Comunidades Autónomas.
                Sin embargo, la Constitución, que no tiene una celebración popular ni política a la altura de un país orgulloso de sí mismo, como puede ocurrir en Francia, está en boca de todos. Es ese trapo de usar y tirar cuando a los dirigentes  les interesa sacarla a pasear, invocándola como un espantajo contra los adversarios políticos, eso cuando no se usa como látigo justiciero contra los enemigos del orden biempensante nacional.
                En nombre de la Constitución se encarcela, se frenan iniciativas de progreso, se aplican medidas represivas y se deja que el país quede en un limbo que le impide avanzar por la rémora del pasado. Que nada cambie, para que todo siga igual; ni siquiera tienen la sutileza de Tancredi Falconeri en la novela “El Gatopardo”. Llegados a ese punto deberíamos preguntar a quién le interesa que todo siga igual. Los mismos que hacen oídos sordos a muchos mandatos de la Constitución, cuando estos tienen que ver con beneficiar a la ciudadanía. Voy a poner sólo un ejemplo, para que ustedes calibren hasta qué punto los que dicen defender la Constitución, sólo lo hacen cuando les beneficia. Artículo 35: “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”. Digan ustedes si algo de esto se está cumpliendo. Sin embargo, quienes son responsables de ello no son acusados por no respetar la Constitución ni llevados al juez por la fiscalía como desleales a ella. 
                El año que viene se celebrará el 40 aniversario de la Carta Magna y dicen que se preparan grandes fastos. Pero los denominados “constitucinalistas” ya están tratando de apuntarse solo ellos el tanto. Su imposibilidad para el consenso constitucional no es capaz de incluir entre los organizadores a aquellos que piden cambiarla, como ha sucedido con la creación del Consejo Asesor que va a preparar esos fastos, al solo admitir los asesores propuestos por ellos. Como Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como. Luego se extrañaran que una parte importante de la sociedad cada vez esté más alejada de la Constitución, porque ésta ya no les representa al ser incapaz de solucionar los problemas viejos que no contemplaron cuando se aprobó en 1978 y están surgiendo ahora, y los problemas nuevos de una sociedad que en nada tiene que ver con aquella de la Transición, si tenemos en cuenta que más del 60% de los españoles nacieron después de 1978.  

                La única celebración que a los españoles nos interesa es que se pongan a modificar el texto constitucional en todo aquello que se hizo mal e introduzcan nuevas normas acorde a la sociedad de hoy. Ese sería el verdadero fasto conmemorativo, si se llegaran a aprobar dentro de un año los cambios necesarios. Pero mucho hay que temerse que la clase dirigente actual sólo está por el barniz y los globos de colores. No es de extrañar, a ellos les va bien.

jueves, 7 de diciembre de 2017

LA FUNCIÓN PERDIDA. Novela de María García-Lliberós

                Uno de los fantasmas que espantan a los recién jubilados, es la pérdida de su función en la sociedad, sobre todo cuando nos han enseñado que nuestras vidas sólo tienen sentido si giran alrededor del trabajo. El miedo a la nada, al vacío como ser productivo, al silencio social y la soledad que amenaza con rodearles, provocan sentimos depresivos y de quebranto de la identidad como ser necesario y todavía útil para vivir. 
                De eso trata “La Función Perdida” (Sargantana 2017), última novela de María García-Lliberós, de los miedos que atenazan a Emilio Ferrer, recen jubilado a los 70 años de su cargo como Ingeniero y Jefe de Proyectos de la Dirección General de Infraestructuras de la Comunidad Valenciana. Un Hombre con poder y prestigio, que de la noche a la mañana se enfrenta al olvido y el vacío que le provoca una vida sin nada que hacer. De eso y de muchas cosas más. Porque Emilio Ferrer, viudo y con los hijos viviendo en ciudades lejanas, tras el primer impacto emocional de encontrarse solo en su casa, sabrá, con la generosa ayuda de su amigo Guillermo y la aparición de su nieta Marisita, una adolescente que entra en su vida como un torrente de aire fresco, enfrentarse a sí mismo y resurgir, como un Ave Fénix de sus cenizas, de su condición de jubilado abúlico, para descubrir una vida llena de novedades y satisfacciones, que le resultan absolutamente desconocidas en su persona.
                María García-Lliberós trata con maestría un problema que afecta a una parte cada vez más creciente de la población: la jubilación. Y lo hace con humor, consiguiendo que Emilio Ferrer, a pesar de su carácter torcido,  se convierta en un ser entrañable y casi familiar. Sin olvidar lo grotescos que pueden llegar a ser, por la falta de dramatismo con que son tratados,  algunos de los problemas que afectan a la Comunidad Valenciana y por extensión a toda España, como la corrupción y la crisis. Pero no son estos los temas, ni siquiera secundarios de la novela. Con el alarde que durante su dilatada vida de escritora ha ido consiguiendo, todo lo convierte en un gran escenario por donde transita Emilio Ferrer y compañía. Porque en el fondo sus problemas son los de todos nosotros, más allá de nuestra condición en el mercado de trabajo: la identidad, el miedo, el amor, el reconocimiento, la soledad, la venganza…, en definitiva, la búsqueda de un lugar en el que no sintamos reconocidos y reconocibles, amados y amantes.
Esa es la gran aventura que inicia Emilio Ferrer el día que se jubila y se enfrenta a un mundo desconocido para él, vacío de contenido. Todo contado en primera persona, lo que hace al personaje mucho más atractivo y la novela más interesante. Porque hay cosas que se deben contar en primera persona y María García-Lliberós tiene la magia de meterse en el papel de Emilio Ferrer y hacernos olvidar que es ella la que escribe. 
                  
               

               

domingo, 3 de diciembre de 2017

EL MAVCAC y Chile

Publicado en Levante de Castellón el 1 de diciembre de 2017 
El arte tiene una singularidad que lo hace eterno y esta es su globalidad, que podemos definir en su atemporalidad y en su capacidad de saltarse fronteras, incluso en momentos difíciles, cuando las naciones se encierran en sí mismas, escondiéndose en un nacionalismo, que siempre acaba siendo perjudicial para sus habitantes. La atemporalidad hace que hoy podamos disfrutar de obras que se realizaron hace dos o tres mil años o mucho más, como es el arte levantino o más lejano el magdaleniense. Con la atemporalidad recibimos un mensaje de otras épocas, por esa capacidad que tiene el arte de hablarnos y trasmitirnos, desde la belleza, conceptos culturales, filosóficos, históricos, etc. de su tiempo.
                Como decía, el arte no conoce fronteras. Podríamos pensar que es apátrida, a pesar de los intentos de las élites gobernantes por sujetarlo a un estado/nación, en sus intentos de construir una identidad. Sólo hay que aplicarle el principio de atemporalidad, para que todos sus esfuerzos se vengan abajo. Por esa obsesión que tiene el poder de controlar todas nuestras acciones, incluso en algunos casos, hasta el pensamiento, el arte puede utilizarse como bandera contra la libertad, lo que conduce a tratar de eliminar aquel que no es de su agrado, porque respira libertad por sus cuatro costados. Hay muchos ejemplos que podríamos ver, pero me gustaría hablar de uno, por la relevancia que va a adquirir a partir del 1 de diciembre, hasta el día 28 de febrero de 2018, y que va a tener como espacio el Museo de Arte Contemporáneo Vicente Aguilera Cerni de Vilafamés, en adelante MACVAC.
                En el año 1971 se inaugura en Chile el Museo de la Solidaridad Salvador Allende (en adelante MSSA). El museo parte de la idea del crítico español José María Moreno Galván, que tiene como objetivo, que artistas del todo el mundo donen obras como muestra de su apoyo al gobierno de Salvador Allende, en aquellos años fuertemente atacado y, cada vez más rodeado, por el conservadurismo nacional e internacional, con EEUU a la cabeza. Fruto de esta presión se produce el golpe de estado de Augusto Pinochet en 1973 y se cierra el MSSA; menos mal que el delirio fascista de los nuevos gobernantes no llegó a destruir las obras albergadas en su seno y fueron dejadas en el cajón del olvido.
                En 1975 se crea los Museos de la Resistencia y Museos Salvador Allende, que vuelven a hacer un llamamiento internacional a los artistas para que donen obras en apoyo al depuesto por las armas gobierno chileno de Allende. Las obras que se donan no tienen una sede única donde albergarse y viajan por el mundo de exposición en exposición. Igual sucede en España, hasta que en 1979 Vicente Aguilera Cerni, crítico literario y fundador de MACVAC, acepta que un buen número de obras queden depositadas en el museo de Vilafames.
                La vuelta de la democracia a Chile hace que en  1990 se reabra el MSSA, iniciándose una recuperación de las obras del Museo de la Resistencia que están repartidas por el mundo. Y llegamos hasta hoy, que el MACVAC hace la última entrega de las obras que ha tenido en depósito durante estos años, inaugurando, para el evento, la exposición “Solidaridades”, comisariada por Xavier Allepuz, que tendrá su alter ego en el museo chileno en cuanto  reciban las obras allí, después de un formidable trabajo de colaboración entre los dos museos, que ha conseguido elaborar un catálogo único para la exposición que se realiza en el MACVA y que se realizará en el MSSA. Las obras han sido sometidas a un minucioso trabajo de limpieza y restauración por Mayte Pascual, restauradora del MACVAC, con la colaboración de Servicio de Restauración de la Diputación de Castellón.
                La exposición cabe calificarla de única, porque tras su llegada a Chile, las obras que muestra ya no se volverán a ver en España, por lo cual, a todo aquel que sea amante del arte le convendría pasarse a verla. También habría que poner en valor la importancia del MACVAC y su capacidad para ser uno de los  mejores museos de arte contemporáneo de España, que es decir mucho. Algo de lo que los castellonenses deberíamos sentirnos orgullosos.  

lunes, 27 de noviembre de 2017

La Patria

Publicado en Levante de Castellón el 2 de noviembre de 2017
¿Qué es la patria? Sin lugar a dudas, una pregunta controvertida en España. No así en otros países, donde la patria está asociada con orgullo a sus ciudadanos, como un concepto que teje la con vivencia entre todos. En Inglaterra a haber sido los fundadores de la democracia; en Francia, a la idea laica y republicana del Estado; en Alemania a la construcción de las diferentes voluntades políticas que acabaron dando forma a un Estado Federal y de bienestar. Podríamos seguir, pero el artículo no da para tanto. Sin embargo en España, la patria ha sido siempre patrimonio del poder más casposo de señores y vasallos, de nobles y súbditos, de corruptos y explotadores. Una patria que ha tenido a la Iglesia como brazo intelectual y al Ejército como brazo golpeador al servicio de un poder rancio y conservador. Lo que la ha convertido en patrimonio de unos  y ausencia para otros.
                Ni si quiera en la República hubo consenso. En cuanto las derechas ganaron las elecciones de 1933 se empezó a desmontar la patria republicana que algunos habían soñado. Y cuando las izquierdas volvieron a ganar en 1936, los patriotas utilizaron la fuerza para que volviera a ser exclusivo patrimonio de los de siempre, sumiendo a España en la feroz dictadura que durante cuatro décadas impuso el palo y el catecismo. Un poder que tomo símbolos de reyes antiguos; el escudo de Franco era una mimesis del de los Reyes Católicos, con las flechas bocabajo, monarcas a los que convirtió en fascistas de la noche a la mañana, por no hablar del uso torticero que se hizo de Felipe II, convirtiéndolo en un monarca fuente de inspiración del dictador Franco.
                No es de extrañar, entonces, que la izquierda reniegue de la patria y sus símbolos, a pesar de haber tenido que aceptarlos a regañadientes en a Transición. Pero ya han pasado cuarenta años desde que la democracia volvió a España y la izquierda debería empezar a replantearse sus resquemores hacia esa patria y sus símbolos, que ya no es ni franquista, ni la de los Reyes Católicos.
                Seguir pensando que la bandera actual es la de Franco (después de cuatro décadas de democracia) y que solo la republicana es capaz de conducirnos a un país mejor, es un disparate que tiene atrapada a la izquierda en un bucle histórico de difícil salida. Sobre todo cuando la juventud tiene aceptada la bandera roja y amarilla con tanta normalidad que la llevan de pulsera sin sentir que están traicionando nada, o la sacan a pasar sin complejos cada vez que la ocasión lo merece. Los cincuentones de izquierdas deberían darse cuenta de que ese debate ya no le interesa a la mayoría de la población y, además, no lo entienden.
                Qué decir del escudo, que surgió de la Constitución, y el himno. Tenemos un himno maravilloso porque no tiene letra. Bueno si tiene, el lo-lo-lo-lo-lololololololo-lololo-lolo, lolololololoooo. Qué más queremos: es fácil de aprender y no ofende a nadie. Salvo los que se quieran sentir ofendidos, que eso es otra cosa. Los símbolos son parte de una nación y aceptar los que son en nuestra democracia, cierto que imperfecta, pero democracia a fin de cuentas, sería un paso importante para la normalización política del país y, a lo mejor, bueno electoralmente para la izquierda.
                Otra cosa es que la Constitución necesita un paso por el taller, para revisar lo que ya no cubre las expectativas de la sociedad actual y ser conscientes que  en España hay otras naciones que deben tener sus símbolos y ser respetados por todos, porque también son patria que hacen una mayor, que se llama España, como conjunto de todas ellas.

                Dejémonos de cantos de sirena que viene del pasado y asumamos que lo que tenemos es bueno, aunque haya que reformarlo; que nació demasiado tutelada por la dictadura, pero que ha convertido este país en lo contrario a lo que era cuando Franco murió y se dieron los primeros pasos hacia una democracia.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Diario Esférico 20.11.2017

Leo dos noticias en la prensa que me hacen sospechar hasta qué punto el poder tiene un  fuerte olor a rancio derechón, que hace casi irrespirable la vida política del país. Voy al grano: mientras el ministro de Justicia amenaza con querellas a los descerebrados que están llenado las redes de mensajes ofensivos contra el fiscal general fallecido el sábado, no parece que al gobierno le preocupen mucho los chats ofensivos contra la alcaldesa de Madrid, del tipo: “Que se muera la vieja zorra ya” u otras lindezas referidas a la suerte que la salvó del atentado de Atocha.
                 Este es el país que está construyendo un gobierno implacable con quienes le critican y benévolo con quien le está sirviendo de brazo ejecutor, esto en sentido figurado, para amedrentar a la sociedad, con sus bravuconadas fascistoides. Es el resurgir de la extrema derecha que durante años ha estado callada porque el Partido Popular no la dejaba hablar. Habría que preguntarse por qué ahora le están permitiendo salir olvido al que ha estado sometida durante casi cuatro décadas. Porque nada es por casualidad, justo cuando se cumplen 42 años de la muerte del Dictador.
                                 

Patriotas

 

Publicado en Levante de Castellón el 17 de noviembre de 2017
En el año 1977, el humorista Pedro Ruiz publicó un disco que se titulaba “Histeria de España”, donde, en clave de humor, hacía un repaso de algunas cosas que estaban sucediendo en la España de aquellos años. En el disco había una canción, en cuestión, que se denominaba “Adiós muchachos”, que tomando la música del tango de Carlos Gardel, decía en alguna estrofa: “Adiós muchachos compañeros de camisa/me voy pa Suisa/con la divisa./Adiós Girón, adiós Piñar, adiós Covisa,/el Movimiento no resiste más.” Patriotas que habían tenido a la sociedad española bajo el yugo de una feroz dictadura, y no lo digo por sus consecuencias políticas para quienes osaban opositar, sino por la pobreza que instalaron en gran parte de la población, que ni siquiera con tres trabajos, por supuesto sin ningún derecho laboral, podían llegar a fin de mes. 
                Aquellos patriotas de brazo en alto y boca llena de España, hombres y mujeres que sostenían un régimen ahíto de camisas azules y sotanas, rezaban, también en la escuela,  por Dios, por España y por el Generalísimo, mientras la miseria campaba por pueblos y plazas como el óbolo que había que pagar a todos ellos. Patriotas que cuando sospecharon que las cosas iban a cambiar y ya no servía cantar el Cara al Sol por las mañanas en los colegios, ni los ejercicios espirituales que curas obsesionados con la masturbación hacían hacer a los escolares una vez al año, no tuvieron ningún reparo en llevarse el dinero que habían atesorado durante cuarenta años de dictadura, a costa de palo y poca zanahoria, a Suisa, como decía la canción.
                Aquí todo el mundo se llevaba las pesetas, suyas o de otros: artistas, toreros, falangistas de camisa nueva y camisa vieja, deportistas, banqueros, obispos, ministros del Opus y civiles, cantantes de fama…, toda una panoplia de patriotas, que no dudaron ni un segundo en dejar secas las finanzas del país que decían defender. Los maletines iban llenos y venían vacíos, pasando unas fronteras tan laxas para llevarse el dinero, como duras para salir los opositores. En Suiza, que llevan años viviendo del dinero de todos los patriotas del mundo, todo eran bendiciones.
                Patriotas en la jefatura del Estado que se llevaron al País Helvético la herencia recibida de sus padres. Honorables, que también se llevaron la herencia de sus antecesores, esta vez a Andorra, nuevo paraíso fiscal para los españoles (entre loterías y herencias, a los dirigentes de este país parece que les ha señalado la barita de la suerte), que con el tiempo fueran haciendo patria, según avanzaba la democracia, con avances de ingeniería fiscal o empadronándose en la capital andorrana.
                Porque el tiempo ha ido cambiando las formas de llevarse el dinero ganado sin registro del fisco, para evadir todo lo que se pueda. Y aunque estemos en democracia, o por lo menos no en una dictadura, los paraísos fiscales parece que han abierto una sucursal en España. Un fórmula que consiste en tener la cantidad suficiente y rápidamente el gobierno y los gobiernos del mundo globalizado para defraudar al fisco, girarán la cabeza para seguir complicando la vida a quienes no disponen de esas cantidades que abren las puertas de paraíso, en este caso fiscal, y hacerles pagar todo lo que se han llevado los otros, sin conmiseración. Porque al final esto es como la Ley de los Vasos Comunicantes: para mantener el nivel igual en los vasos, si a uno de ellos les dejas salir por una espita el agua, al otro lo tendrás que estar llenando constantemente.

                Al final, siempre son las élites gobernantes, los patriotas de bandera, himno y Constitución,  quienes permiten estos trapicheos financieros, utilizados por ellos y todo aquel que pueda, tal como se está viendo en los últimos días y meses, algo que en España ya sabíamos desde que los camisas azules y compañía se fueron Suiza con la divisa.

domingo, 12 de noviembre de 2017

La cultura nos une

                                                                   Imagen: Augusto Ferrer Dalmau

              Publicado en Levante de Castellón el 10 de noviembre de 2017                     

Me cuesta cada semana no escribir sobre Cataluña. Es tanta la sobreinformación que tenemos y tantos los sentimientos que afloran, que resulta difícil sustraerse a ellos. En mi caso, todo lo que está sucediendo: el cerrilismo nacionalista de ambos bandos, esa proclamación a hurtadillas de la Republica Catalana, la aplicación del artículo 155 de la Constitución, los encarcelamientos cargados de testosterona españolista, Puigedemont en Bélgica, los belgas diciendo que España es una democracia bananera… todo esto que está pasando me provoca una gran tristeza y mucha confusión. Tristeza, porque uno fue participe de la Transición y ve como aquellos valores que fueron las líneas maestras de ese complicado rompecabezas que supusieron esos años, se desmoronan. Y confusión, porque no encuentro espacios posibles de reconciliación y mucho menos la posibilidad de alinearme con uno de los dos bandos en liza. Sólo tengo claro que el nacionalismo sigue siendo un gran fracaso de la democracia, y que mis sentimientos hacia España van y viene como las olas en un temporal, incapaces de morir a gusto en la playa, porque ya no hay playa. Porque ya no hay España, por lo menos la España que yo creía vacunada contra la sinrazón y la intolerancia. Sólo queda aferrarse a la cultura, como el tablón de un náufrago que ha visto como su navío ha sido destruido por el fuego enemigo y el amigo. 
                No me puedo imaginar Cataluña sin ser una parte de la cultura española, aunque siempre puede haber un hooligan del catalanismo que diga que  la Playa de Barcino, en la que perdió su ventura Don Quijote, como metáfora de lo que está sucediendo en la actualidad, es una invención de Cervantes ajena a la cultura catalana. De la misma manera, no puedo imaginarme una España a la que le falte la cultura catalana, aunque siempre habrá descerebrados que quieran laminar esa cultura para imponer la suya.
                España, más allá de sus grandes genios, que son patrimonio de todos, es una suma de diferentes identidades culturales, que aportan al patrimonio cultural común su granito de arena. Si faltara uno de ellos, es como si la hubieran amputado un brazo. Hablaba antes de Cervantes, como podía haberlo hecho de Picasso o de Albéniz. Todos ellos ya mensajeros de España, de su cultura, sin pensar si representaban a Castilla, Andalucía o Cataluña. Pero también hay otra cultura, más de andar por casa, que nos hace grandes, nos convierte en un país que puede sentirse orgulloso de sí mismo. Manifestaciones culturales que son transversales, sin perder su esencia regional, que hacen que un gallego o un andaluz o un catalán o un madrileño o un vasco o un extremeño o un castellano o un valenciano o un asturiano… etc. se identifiquen con ellas, sin perder el saber de qué región de España vienen.
                Cuando vemos una película española o leemos un libro de un autor nacional ¿alguien se plantea si el autor es aragonés o  murciano? Nadie en su sano juicio, ni siquiera en Cataluña. El tejido cultural común es tan fuerte, tan sorprendentemente único y fascinante, que haríamos el ridículo si lo tuviéremos que vivir desde las dos orillas de una frontera, acabando por separarnos y hacernos más pequeños.

Por eso me produce mucha tristeza, que la torpeza de unos y otros esté empeñada en separar más que unir. En destruir siglos de cultura común, que han construido otra nación, al margen de la política y los intereses de las élites, que tantas ocasiones nos han conducido camino al acantilado, para despeñarnos. Porque no es posible entender la música española sin Serrat o Manolo García, de la misma manera que no es posible que la cultura catalana niegue a Miguel Ríos o Los Planetas.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Sin tolerancia no hay convivencia

Publicado en Levante de Castellón el 3 de noviembre de 2017
Todavía ando preguntándome cómo hemos podido llega a esta situación, qué no sé muy bien si es de opereta o un drama nacional. Aunque si uno se pone a pensar, bien pueden ser las dos cosas. El drama se está viviendo en la sociedad catalana, fracturada por el peor virus que puede tener una comunidad, que no es otro que el de la intolerancia, inoculada por un nacionalismo estúpido y excluyente; el mismo que destruyó España en los años 30 y abrió la puerta de una guerra civil, en la que la sociedad puso todo su empeño en destruirse, como única bandera de sus ideologías. El mismo que pocos años después recorrió Europa al ritmo de eliminar a sus detractores, en la mayor guerra que ha vivido el continente a lo largo de su historia; el mismo que enfrentó a vecinos y amigos en los Balcanes acabando con una convivencia pacífica de años.
                No se está llegando a tanto en Cataluña, afortunadamente, pero nadie está exento de que la intolerancia alcance unos niveles tan elevados que lo que hoy es ruptura de relaciones, mañana sea violencia y sufrimiento. Lo hemos vivido durante varias décadas en España y no  nos debe asombrar que esto ocurra. Porque cuando la hidra del nacionalismo, que se creé elegido por los dioses, se despierta, ya nadie puede pararla.
                Es de opereta, porque el espectáculo que determinada clase política está dando sería digno de un libreto de zarzuela cómica, sino tuviera las consecuencias en la sociedad catalana que está teniendo. Una clase política en Cataluña que ha perdido el sentido del ridículo en su camino triunfal hacia la independencia. Por no hablar del gobierno central, ávido de intervenir en Cataluña en nombre de una Constitución que ellos se saltan a la torera cada vez que ésta es un obstáculo en su camino.
                Volvamos a la pregunta del principio ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué no se ha frenado este disparate antes? Parece que los gobernantes de Cataluña y España se han empeñado en inflar un globo hasta el punto que nos ha estallado a todos los ciudadanos de a pie en la cara ¿Qué intereses han tenido unos y otros en convertir un problema territorial en el mayor problema que tienen España y Cataluña ahora mismo? No voy a contestar retóricamente, qué cada uno busque las respuestas que nos han conducido a esta situación. Pero sí quiero reivindicar la Transición, que parece está demodé, incluso señalada como artífice de todos los problemas que tiene España
                Quizá deberíamos fijarnos un poco más en aquellos años de reivindicación de la democracia. Es cierto que fueron muchos los flecos que quedaron pendientes; que la Constitución, vista desde la perspectiva actual, no atendió a todos los problemas que la sociedad española tenía. Pero no es más cierto que se hizo todo lo que se podía hacer para traer a España una democracia que habíamos tenido robada por la Dictadura. La Transición fue un ejercicio de tolerancia con el único fin de establecer una sociedad de convivencia, porque no hay democracia sin convivencia y respeto a las ideas del otro. Justo lo que se ha perdido en Cataluña y no debe contaminar al resto de España. Por ello hay que reivindicarla, y por ello se hace necesario modificarla, porque la sociedad española del siglo XXI no es la que salía de una dictadura hace cuarenta años.

                Esta II Transición, que algunos dicen ya estamos inmersos, tiene que atender a la nueva sociedad y encontrar salida a sus problemas viejos, no resueltos en la primera, y nuevos, surgidos de unos tiempos muy diferentes. Pero hay una cosa que las dos tienen en común: la tolerancia, porque al igual que antes, permitirá que vivamos todos en convivencia y en paz.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La influencia del clima en los comportamientos culturales de la Humanidad

Artículo publicado en el revista Jot Down el 1 de noviembre de 2017




A lo largo de la historia de la Tierra se han producido cambios climáticos que han tenido como resultado una importante variación del paisaje y las condiciones de vida. Cambios de ciclo en las manchas del Sol, variación del eje magnético, grandes terremotos, erupciones volcánicas, etc. Todas ellas de carácter natural, aunque algunas ha habido producidas por fenómenos externos a la dinámica de la naturaleza, como el impacto de meteoritos, en algún caso de consecuencias catastróficas o el actual cambio climático, que está acelerando un previsible cambio de ciclo climatológico, con consecuencias imprevisibles. (Seguir leyendo)



lunes, 30 de octubre de 2017

Palabras como torpedos

Publicado en Levante de Castellón el 27 de octubre de 2017

A colación del conflicto en Cataluña se están aireando palabras gruesas, en la mayoría de los casos sin sentido, que se utilizan como bala de plata contra el adversario político desde todos los frentes. Términos como: franquismo, golpe de Estado, adoctrinamiento, presos políticos, democracia, dictadura, Estado de derecho, etc., son el argumento más usado entre la clase política y mediática, con el único fin de cargarse de razones para descalificar las razones del otro, sin ser conscientes que este uso torcido de las palabras acaba descafeinándolas, quitándolas el valor lingüístico y social que tienen, lo que nos puede conducir a una devaluación de la historia, si tenemos en cuenta que en el lenguaje se construyen el edificio de nuestras ideas.  Analicemos algunas de ellas.
Franquismo: Esta palabra está en el centro del fuego de todos aquellos que son incapaces de argumentar políticamente sus posiciones. Es cierto que la democracia en España no ha sabido deshacerse de los cuarenta años de dictadura, y sigue teniendo muchos tics de aquel régimen. Sin embargo, estamos muy lejos de lo que fue el franquismo. El problema es que en España hemos perdido la memoria de tantas cosas, en unos casos deliberadamente y en otros por el silencio que desde el poder se ha impuesto como una losa, que ya no nos acordamos de lo que supuso el franquismo y el férreo control que se ejercía sobre nuestras vidas, apoyado en una represión brutal, que no nos permitía respirar en libertad.
Golpe de Estado: Todos los bandos hacen uso de esta expresión para acusar al contrario de sus actos. ¿Pero realmente saben lo que es y significa un golpe de Estado? Vulnerar la legalidad para amoldarla a los interés de quien comete este acto, no es un golpe de Estado (tendríamos un golpe de Estado casi semanal), porque éste, inevitablemente, necesita del uso de la fuerza ilegítima  para llevarse a cabo. Si se utiliza la expresión golpe de Estado con tanta ligereza, llegará un momento en que la sociedad no sabrá discernir el peligro que uno de verdad supone para la legalidad democrática y nuestras vidas.
Adoctrinamiento: En todos los sistemas políticos del mundo se adoctrina en la escuela.  Es una manera sencilla y efectiva de  asegurarse el futuro. No hay escuela libre de doctrinas. Pero hay que saber diferenciar entre unos y otros. Los que hemos vivido la escuela franquista sabemos muy bien de esto; de como desde el minuto uno de nuestra escolarización se nos empezaba a adoctrinar con El Parvulito, para seguir con la Formación del Espíritu Nacional. Es cierto que una democracia debería limitar el adoctrinamiento y sobre todo no retorcer la Historia a gusto de los gobernantes. En España, incluida Cataluña, no estamos libres de pecado de este mal, porque aquí es donde se está jugando que las élites sigan en la cúspide de la pirámide.
Presos políticos: Este es un tema caliente. Sólo voy a decir una cosa: un preso político está en la cárcel cuando se le juzga por sus ideas sin garantías procesales. Yo creo que en España ni se ha dado esta circunstancia ni se da. Otra cosa es que el sistema tenga recursos para encarcelar a quienes pueden ser molestos por asuntos distintos a sus intereses, y últimamente se hace con bastante ligereza. No los fueron los proetarras, ni los tuiteros encarcelados, ni los titiriteros. Por supuesto, no estoy de acuerdo con encarcelaciones que más bien parecen un montaje del sistema político tan conservador que hay en España, que está tirando por tierra la independencia de la justicia.
Democracia: Hay una vulneración fragante del concepto de democracia en España. Pero eso no significa que no estemos en una democracia, con sus limitaciones y fallos. Sin embargo todos los bandos en liza la utilizan para hacer ver que el otro no es demócrata. Y lo cierto es que visto lo visto, no parece que los nacionalismos de las dos orillas del Ebro estén dando una lección de democracia, a tenor de sus reiterados comportamientos, que poco tiene que ver con una actitud democrática y tolerante. Sólo una observación: en democracia el diálogo y el entendimiento son la espina dorsal de su razón de ser, y aquí de esto hay muy poco.      

Utilizar estas palabras, y otras tantas, fuera de su contexto nos hace ver la pobreza argumental que existe ahora mismo en la política española en todos los bandos en liza que están tratando de imponer sus ideas al resto, no de una manera democrática (no hay democracia sin riqueza argumental), sino como una apisonadora que trata de laminar las ideas de los otros. Y ese es uno de los graves problemas que tiene la sociedad española. 

miércoles, 25 de octubre de 2017

"La televisión de la discordia" Mi nueva novela



Acabo de autopublicar una novelita en edición digital por 2,99 €. Me hacéis un gran favor si la leéis y escribís algún comentario, pequeño, en la página de Amazon.



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viernes, 20 de octubre de 2017

Castellón, capital del microrrelato


Publicado en Levante de Castellón el 20 de octubre de 2017

La literatura está viviendo uno de los momentos más bajos de su historia. Las nuevas tecnologías nos han hecho cambiar la percepción de la cosas, convirtiendo nuestras vidas en un impulso de inmediatez, que ha  reducido la cultura a una brevedad insoportable, sometida al imperio de la imagen, sin soporte argumental que la sostenga, más allá de escuetos pies de página, tan ínfimos, que no interfieran en la contemplación visual.  
Vivimos una nueva época simbolista, como aquellos artistas del siglo XIX que, vehementemente, como se hacían las cosas en aquella centuria, defendían el arte por el arte, la literatura “como enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva”. Un arte, una literatura sin alma, que sólo pretendía el goce estético y mistérico de las cosas, como reacción al realismo y naturalismo predecesor del romanticismo. Algo parecido a lo que está sucediendo hoy, en una sociedad acrítica y benevolente con las injusticias y maldades que suceden a nuestro alrededor. No nos ha de extrañar, pues, que la literatura, que además de solazarnos con la belleza de las palabras, es fuente de conocimiento y alimento de los sentimientos, case mal en la sociedad de la imagen, como sublimación del acto cultural. 
Pero también la crisis de la literatura tiene que ver con la deficiente educación literaria que se da durante el proceso educativo. La enseñanza de las letras se reduce casi a un fenómeno anecdótico, muy encorsetado a clichés del pasado, sin provocar el más mínimo interés en los estudiantes por leer un libro. En muchos casos, las lecturas obligatorias que se mandan a los alumnos son tediosas, provocando en ellos el alejamiento de la lectura, un abismo que posiblemente se ensanche con el tiempo. Se trata que los chavales y chavalas lean los clásicos de la literatura y así llegar a lo más nuevo. Es como empezar un edificio por el tejado ¿No sería más gratificante que fuesen los propios alumnos quienes escogieran sus lecturas, para después, una vez que empieza a rondar el gusanillo de las letras y con la mano izquierda del docente ir conduciéndolos a los grandes clásicos?
Es desolador que todo esté encaminado a la vacuidad del conocimiento, sin dejar espacios para la reflexión y la crítica, o simplemente, para que nos detengamos frente a las páginas de un libro a pensar por un momento sobre lo que acabamos de leer. Queremos que todo nos lo den masticado, para así tener que hacer el mínimo esfuerzo intelectual.
Sin embargo, resulta gratificante ver cómo nuevas formas literarias se van abriendo camino en esta jungla vertiginosa de redes sociales, mensajes breves que son un torpedo contra la ortografía, imágenes, millones de imágenes que generamos a diario, sin más sentido que las vean otros. Porque la literatura no puede morir, y siempre encontrará un hueco por el que volver a salir a la superficie, como lo que está sucediendo con este nuevo subgénero de la narrativa, que está recuperando el goce de la lectura, acomodándose a los nuevos tiempos. Textos breves, intensos, que comprimen en un puñado de palabras un pensamiento, un sueño, una pasión o un deseo, con un derroche de imaginación capaz de alcanzar el centro de nuestros sentidos.
El microrrelato, esa narración breve que conecta con el vértigo que produce la velocidad de vivir que tenemos en la sociedad actual, es una píldora comprimida de literatura. Nos sumerge, en muy pocas frases, en ese mundo imaginario que nos brinda la arquitectura exacta de las palabras. Estamos ante un fenómeno literario de creación compleja, que conecta, sobre todo, con la juventud; que puede crear una nueva generación de lectores, abriéndoles la puerta de la novela, la poesía, el ensayo…. Porque un lector se hace leyendo y la literatura sólo tiene sentido si alguien acaba convirtiéndola en compañera de viaje.

Si el microrrelato está en auge como fenómeno literario, Castellón durante este otoño  se ha convertido en la capital literaria del país, gracias a una maravillosa exposición de microrrelatos, que la Asociación de Escritores de la Provincia de Castellón ha organizado, simultáneamente en el Museo de Bellas Artes y en el edificio del Menador del Ayuntamiento de Castellón.  Una exposición que muestra la obra de los mejores microrrelatistas del país, aquellos que se han denominado “Generación Blogger”, porque fue a través de sus blogs donde empezaron a crear este fenómeno de la literatura, que está devolviendo el gusto por leer a una sociedad que necesita reencontrarse a sí misma, y qué mejor que la literatura para ello.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Estado de derecho


Publicado en Levante de Castellón el 29 de septiembre de 2017
Estado de Derecho son las nuevas palabras. Se invocan aquí y allá como un mantra sagrado para alejar los demonios que acechan la manera de pensar del poder. El político de turno sale, estira el cuello (ahora entendemos por qué estaba tan de moda la gola en los arrogantes funcionarios de la monarquía de los Austrias) para colmarse de dignidad embutida de razón y dispara: “España es un estado de derecho y no puede consentir que se vulnere desde Cataluña”. Es curioso que se utiliza el nombre de España en tercera persona, como si fuera una entidad única por encima de los españoles y no la suma de millones de entidad individuales que forman un colectivo. Y desde Cataluña se invoca a la justicia universal, histórica y démosle tiempo al tiempo para que divina, en la reclamación de querer tener un estado de derecho propio, después de haberse saltado todas las normas del estado de derecho para aprobar las leyes que les conducirán hacia la gloria de la independencia.
                Es cierto que un país se debe sustentar sobre un cuerpo de leyes que regulen la convivencia, un contrato social que ya fue formulado por Rouseau. A este compendio de normas  y leyes se le denomina estado de derecho. Nada que objetar a esto. Pero un estado de derecho puede ser una democracia, pero también una dictadura. En ambos casos el estado se sostiene por un cuerpo jurídico que lo regula. Luego entonces, como no es posible que haya estado sin normas, en una democracia, para diferenciarse de cualquier otra forma de gobierno autoritario, deberíamos hablar de estado de derechos. Porque lo que distingue a los ciudadanos de un país democrático de otro que no lo es, son los derechos. Los deberes vendrán definidos por esos derechos.
                Cuando desde el nacionalismo de derechas e izquierdas de ambas orillas del Ebro, se invoca al estado de derecho, uno tiene la sensación de que éste se utiliza más como garrote contra el otro, que como ofrecimiento para regular la convivencia en un contrato social satisfactorio para ambas partes. Porque todo se puede cambiar; cualquier ley, incluso las religiosas, está hecha por los hombres (entiéndase hombres en sentido genérico) y, por tanto, lo que el hombre hace lo puede deshacer el hombre.
                ¿De qué estado de derecho hablan? ¿Del que está condenando a miles de personas a  la pobreza? ¿Del que está convirtiendo a la clase trabajadora en los nuevos esclavos del siglo XXI? ¿Del que consiente años tras año que la brecha salarial entre hombres y mujeres continué? ¿Hablan del estado de derecho que modificó en quince días el artículo 135 de  la Constitución, esa que esgrimen como un santo santorum, para no hacer nada que perjudique a la élite de este país, que puso una alfombra roja a los recortes que están dilapidando el estado de bienestar? ¿Es el estado derecho el que permite al parlamento de Cataluña saltarse todas las normas y reglamentos que él mismo se ha dado, con el único propósito de laminar toda disidencia al proceso independentista? ¿El mismo que se salta el gobierno central a la torera para menospreciar la sentencia del Constitucional contra su Ley de Amnistía? ¿El estado de derecho del “Luís se fuerte”, que ha consentido y mantenido años de corrupción del rey para abajo, sin que estén todos y cada uno de los corruptos penando por sus delitos? ¿Un estado de derecho que adoctrina a los niños y niñas en las escuelas en la ideología del poder nacionalista? ¿Es el estado de derecho que tanto reclaman, el que niega que la gente puede votar, con todas las de la Ley, para expresar lo que piensan o quieren?
                El estado de derecho que invocan es el de la Ley Mordaza, el de la persecución a la libertad de expresión, y quién sabe si pronto a la libertad de pensamiento; el que trata de silenciar en Cataluña a quienes no son independientes y en el resto de España a quienes reclaman el derecho a decidir.

                Al final a uno le queda la sensación de que lo de Cataluña es una excusa para seguir invocando un estado de derecho, que sólo beneficia a quienes ostentan el poder o quieren ostentarlo, ocultando con una espesa capa de dogmatismo político los verdaderos problemas que tenemos los españoles y por extensión los catalanes. 

jueves, 28 de septiembre de 2017

"Escenas de un burgués en la Valencia del Ochocientos" libro de Jaime Millás

                Jaime Millás es un periodista de raza, de aquellos que hacen de la información un esfuerzo de documentación y de la crónica un alarde literario. Lo pudimos ver, los que le hemos leído ya tarde, en su magnífico libro “Crónicas de la Transición valenciana 1972-1985”, en donde recopila parte de sus artículos en la prensa del momento, ofreciéndonos una radiografía única de la Transición en la Comunidad Valenciana. La manera que tiene de entender el periodismo se puede resumir en la siguiente aseveración: “Una de las reglas de oro del buen periodismo, al menos hasta hace bien poco, es que los periodistas no debemos mostrar nunca el yo narrativo en  nuestras informaciones, porque nuestras opiniones no interesan. Somos meros transmisores y difusores de la actualidad informativa. Somos el mensajero, no el inductor del mensaje”.
Estas palabras, que son de la introducción que él mismo hace en su libro “Escenas de un burgués en la Valencia del Ochocientos” (Editorial Sargantana 2017), son una declaración de honestidad profesional y personal. Y desde esa honestidad encara en éste, su último libro, la biografía del poeta y dramaturgo escritor de sainetes valenciano, Manuel Millás. Un esfuerzo, el de poner distancia sobre el personaje biografiado, enorme, teniendo en cuenta que era su bisabuelo. La buena noticia es que Jaime Millás lo consigue y no se deja llevar por el sentimentalismo familiar, sino que realiza en ejercicio de investigación encomiable. Da carta de naturaleza a las palabras escritas por Justo Serna en el prólogo de la obra: “No es cierto que los historiadores deban escribir sin compromisos previos. Deben investigar con rigor… sabiéndose comprometidos”.
                El rigor investigativo no tiene que estar reñido con el compromiso y las querencias personales.  Millás, siendo consciente de ello, se pone el traje de historiador, no en vano es licenciado en Historia y Geografía por la Universidad de Valencia, aplicando el tesón y el bisturí del buen periodista a la hora de diseccionar toda la documentación que ha tenido que manejar para escribir esta obra dedicada a su bisabuelo Manuel Millás Casanoves, un funcionario que fue escalando puestos en el escalafón de la Diputación de Valencia, viticultor en su tiempo libre, buen padre de familia y burgués acomodado, que en la Valencia de la Restauración, se convirtió  en un magnífico escritor de sainetes en valenciano y excelso poeta romántico en castellano.
                Pero “Escenas de un burgués en la Valencia del Ochocientos” es algo más que la biografía de Manuel Millás. Hay en el libro un trabajo paralelo, enfocado con  talente crítico –la Historia, para que no se convierta en hagiografía del poder, sólo se puede entender como un ejercicio crítico de los acontecimientos-. Jaime Millás, conforme va desgranado la vida de su bisabuelo,  nos hace participes de la vida cultural y social del momento en Valencia; de cómo se pasó del Sexenio Revolucionario a la Restauración y vuelta al poder de las élites anteriores a 1868. Nos cuenta cómo se vivía el teatro en la ciudad: los autores, los actores y actrices, las salas teatrales, los gustos populares y de las clases más conservadoras. Crea toda una tramoya cultural, social, incluso política, en la que no deja de hablarnos como influye todo esto en el desarrollo urbano de Valencia, entorno a la narración de la vida de Manuel Millás, con una maestría que nos atrapa. Y lo hace porque no cae en petulancias literarias, con un estilo ameno y una escritura fluida, que para nada hace que la lectura de este libro, que en apariencia se pudiera pensar pesado y falto de interés, resulte tediosa.

                A fin de cuentas, Manuel Millás fue un popular escritor de la Restauración, que distó mucho de tener un pensamiento uniforme. Su vida discurre en paralelo a la transformación de Valencia, en una época en la que todo estaba cambiando en España y su bisnieto Jaime Millás ha tenido la certeza de dárnoslo a conocer, con destreza, amenidad y muy buen criterio historiográfico. 

domingo, 24 de septiembre de 2017

¡Dios mío ¿Qué es España?!


Publicado en Levante de Castellón el 22 de septiembre de 2017

“¡Dios mío ¿Qué es España?!” Exclamaba alarmado ya en 1914 Ortega y Gasset por la falta de identidad que este país arrastraba desde hacía varias centurias. No ha sido Ortega el único intelectual que se preocupó por una España en constante descomposición identitaria, incapaz de encontrar un camino enraizado en unos valores comunes, de los que todos los españoles se pudieran sentir orgullosos. Otros intelectuales a lo largo del siglo XX también han tratado de escarbar en la psique colectiva del pueblo español y lo único que han encontrado ha sido la semblanza de El Quijote, como figura que nos une en nuestro desvarío. Que sea ese maravilloso chiflado, que interpretaba el mundo según lo veía su locura, el que nos da la identidad,  no es mala cosa, porque no deja de ser divertido. Pero nos hace transitar por el mundo sin enterarnos de nada de lo que sucede alrededor, con ese sentido de la justicia entroncada al honor (ya lo decía Calderón: “El honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios”) como la más alta dignidad que una persona puede tener. No es difícil, por tanto, que erremos casi siempre el tiro, defendiendo lo que realmente no nos afecta.
                La estupidez de los españoles hizo clamar al poeta César Vallejo aquello de “España, aparta de mí este cáliz”, en un desgarrador poemario escrito a finales de 1937, cuando el país se desangraba por la falta de un proyecto común de vida: “¡…si tardo/si no veis a nadie, si os asustan/los lápices sin punta, si la madre/España cae, digo, es un decir,/salid niños del mundo, id a buscarla!...”
Volviendo a Ortega, nos quedamos sin aliento al leer estas palabras, que son un lamento sobre  nuestra falta de cordura y desaliño como país: “La realidad tradicional en España ha consistido precisamente en el progresivo aniquilamiento de la posibilidad de España”. Terrorífico que un pueblo sólo tenga como alternativa de convivencia su autoinmolación.
                Sin embargo, resulta conmovedor que este país, a veces tan de pandereta, a veces tan capaz de dar al mundo grandes obras en todos los ámbitos del saber, se convierta en una añoranza triste cuando uno se encuentra lejos de él. María Zambrano, una de las mujeres más lúcidas que ha dado el siglo XX en España, y si hubiera sido extranjera en el mundo, declaraba tras volver de su doloroso exilio: “Cuando ya se sabe sin ella, sin padecer alguno, cuando ya no se recibe nada, nada de la patria, entonces se le aparece”. Porque el desencuentro de España con su propio destino es un mal que nunca nos hemos propuesto erradicar, lo que lleva a reflexionar a la filósofa y pensadora malagueña, en un intento de enderezar el árbol torcido por la carcoma: “La razón de tanta sin razón y el sentido de tan inmenso caos, la razón del delirio, la locura y hasta de la variedad, claman por ser encontrados”.
                Nada hemos aprendido, quizá porque no interesa que aprendamos, y hoy, tras un periodo que parecía de lucidez nacional (ahora sabemos que al alto precio de desvalijar el país) volvemos a la quijotada y al honor como patrimonio del alma, y ya se sabe que este sólo pertenece a Dios, y por tanto, es una verdad absoluta. La cerrazón de una clase política y dirigente puesta por nosotros y la mirada ajena de la sociedad, que observa lo que está sucediendo desde la barrera, como si se tratase de un espectáculo taurino, nos vuelven a conducir al desgarro, a la intolerancia, a la imposición por la fuerza o la descalificación, cuando no al insulto de quien se cree en posesión de la verdad universal y tiene que arrojarla contra quien no es como él.

                España  se vuelve a desangrar por la cerrazón de una derecha demasiado acostumbrada a patrimonializar la idea de nación y el miedo de la izquierda a identificarse con un proyecto de país tolerante, abierto y de convivencia, que se pueda llamar España, sin rubor. Una izquierda que todavía tiene muchas legañas del franquismo y es incapaz de aglutinar a todos los españoles y sus patrias chicas en una identidad común, que contrarreste el nacionalismo que ahora mismo está poniendo el país patas arriba. 

lunes, 11 de septiembre de 2017

Anclados en el tiempo


Publicado en Levante de Castellón el 8 de septiembre de 2017
De vuelta del verano tengo la sensación de que el tiempo está detenido en este país llamado España. Todo sigue igual, como si una mano alienígena hubiese parado las agujas del reloj de la historia y viviéramos en un tempo suspendido, que ni avanza ni retrocede. Nada de lo que se cocía antes del verano se ha terminado de guisar. Incluso, el terrorífico atentado yihadista de Barcelona ha conseguido cambiar las cosas. Los ingenuos pensamos que la furgoneta asesina que sembró de horror y dolor las Ramblas podía ser un punto de inflexión en algunas posiciones enclaustradas en la sinrazón de quienes se creen en posesión de la verdad universal.
                Pero no ha sido así, y sin el más mínimo respeto hacia las víctimas y la sociedad española en estado de shock, desde el minuto uno ha habido una pelea soterrada entre nacionalistas de las dos orillas del Ebro, por mostrar quién había metido la pata y quién se apuntaba la medalla de resolver el caso. Cuando la única conclusión es que si no existiera ese enfrentamiento cainita entre unos y otros, quizá, digo sólo quizá, se podría haber evitado el funesto atentado, a tenor de lo que hemos ido sabiendo por los medios de comunicación no afectos al poder.
                Es una pena que estemos ante una clase política incapaz de resolver un asunto tan grave como éste. Pero más pena es que la desigualdad y la pobreza se hayan instalado en el país para quedarse. Aunque en este asunto sí que hay movimiento: la pobreza se va extendiendo como una mancha oscura de aceite, alcanzando a la clase media y trabajadora. Ya no sirve tener un trabajo para progresar en la vida. El sueño del capitalismo de una mano de obra barata y esclava se está cumpliendo en España, gracias a los gobiernos de Mariano Rajoy que, por otro lado, está encantado de conocerse, con sus grandes cifras macroeconómicas, que no son más que un maquillaje de la realidad. Una realidad de miles de parados de larga duración, que a duras penas subsisten; de enormes capas de la población excluidas del sistema; de trabajos precarizados por la necesidad de tener algún ingreso; de pluriempleos que ayuden a llegar a fin de mes; de jubilados que ven como su pensión se reduce cada vez más. El gobierno ha conseguido que volvamos a la época de Franco, con todas las sombras que esta tenía y ninguna luz de las que tímidamente se fueron encendiendo. Por favor, ahora más que  nunca hacen falta unos sindicatos de trabajares potentes.
                A pesar de ello, la señora ministra de Sanidad y Consumo Dolors Montserrat está indignada con los pensionistas que llevan una vida regalada: Ya está bien de esta vida regalada de la que disfrutan los pensionistas, que a partir de ahora se van a tener que rascar el bolsillo esos avariciosos acaparadores monetarios que llegan a cobrar hasta 18.000 euros al año. Se siente ofendida la señora ministra de que haya pensionistas que ganen tanto dinero. O la ministra de Trabajo, que dice que en España no ha trabajadores precarizados y que el empleo que crea el gobierno de Rajoy es de calidad: El empleo que llega es de mayor calidad que el que se fue”. Aviso para navegantes de las dos ministras, de que el gobierno piensa retorcer una poco más el cuello a trabajadores y pensionistas en los próximos tiempos. La insaciabilidad de estos edecanes del capitalismo salvaje no tiene límites
                En el resto nada ha cambiado: la corrupción sigue por sus fueros y aquí nadie paga por ello; el gobierno sigue toreando al Congreso, ninguneándolo y haciendo de su capa un sayo; la sanidad con largas listas de espera; la educación pública perdiendo calidad por la falta de recursos, que van a para a la concertada, sobre toda si es religiosa; y el verano que se va con todos mucho más estresados por la masificación turística que se está convirtiendo en la nueva burbuja económica del país (veremos cuánto nos cuesta al final), para solaz de grandes empresarios y ministro de Hacienda.

                Este país llamado España, parece que tenga una maldición divina, que nos hace repetir los  mismos errores a lo largo de la historia, anclándonos en el tiempo. 

La vivienda, un derecho olvidado

  Ruido. Demasiado ruido en la política española, que sólo sirve para salvar el culo de algunos dirigentes políticos, que prometieron la lun...