Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 2 de noviembre de 2016
La muerte de Fidel Castro me ha
dejado sentimientos encontrados. No es de extrañar, teniendo en cuenta que
pertenezco a esa generación que se considera heredera del Mayo 68 francés, que
tuvo en la Revolución Cubana una fuente de inspiración espiritual y emocional,
mucho más que política. Para todas las generaciones, los símbolos son la sal de
nuestras emociones, el pegamento que une a millones de personas y les da
sentido de pertenecía a algo, y qué duda cabe, que Fidel Castro, junto al Che
Guevara, fueron la imagen de esa revolución soñada en la juventud, que tan bien
asimiló el mayo francés.
Por
eso, tengo emociones enfrentadas. Por un lado, se ha muerto el símbolo todavía
no prostituido en poster por la industria de la mercadotecnia, como ha pasado
con el Che, colgado en miles de paredes, despojado de cualquier significado
político. Fidel Castro era el hombre que se enfrentó a la gran potencia de
occidente, a la metrópolis del imperio occidental, y aguantó contra viento y
marea todas las embestidas sufridas durante décadas por las democracias
occidentales; y la tuvo en jaque, sorteando todo tipo de obstáculos, embargos e
intentos de asesinato (¿calificarían esto de terrorismo los actuales gurús
mediáticos del pensamiento neoliberal?), colocando en una posición casi de
ridículo a unos cuantos presidentes estadounidenses, que nada pudieron hacer
por acabar con él y su revolución a ciento cincuenta Kilómetros de sus costas.
¿Cómo
no iba a seducir a la juventud del “yankees go home” esa fuerza capaz de pararle los pies al
gigante americano? ¿Cómo no íbamos a creer que en Fidel Castro estaba la
energía que necesitábamos para hacer nuestra revolución particular? Difícil no
convertirle en el símbolo que toda juventud necesita para sentir que puede
cambiar el estatus quo social heredado de sus mayores. Fidel Castro, aunque hoy
muchos renieguen de su figura, ha sido y sigue siendo un referente
revolucionario, incluso cuando ya hemos dejado de serlo, de esa revolución
romántica con la que muchos nos hemos emocionado en canciones, películas,
libros e interminables tardes de café planificando como íbamos a redimir el
mundo de sus pecados. Fidel Castro iluminó nuestra juventud, hasta a aquellos
que nunca nos sentimos comunistas, porque él era la Revolución personificada, y
por eso hoy lloramos su muerte, porque con ella el cordón umbilical con
nuestros sueños políticos de juventud ha quedado definitivamente roto.
Pero
hay otro Fidel Castro, al que la historia no va a redimir, a pesar de los
logros sociales de la revolución cubana. Esa es la otra parte del sentimiento
contradictorio que me ha dejado su muerte. Con los años, uno se va dando cuenta
que una sociedad no pude vivir en paz consigo misma si no hay libertad y de
esta, en Cuba, ha habido muy poca en estas décadas de revolución. La Revolución
Cubana, esa que tanto se ha admirado por distintas razones, como todos los
regímenes autoritarios tiene un revés muy triste y muy negro. Caer en la cuenta
de que el castrismo siempre se ha sostenido sobre unos aparatos de represión
policial y civil, que ha asfixiado cualquier atisbo de libertad, encarcelando,
reprimiendo, controlando la información, dirigiendo al cultura y la educación,
etc., no fue, en su momento, un plato fácil de digerir para muchos. Pero la realidad
siempre es peor que nuestra imaginación y muy tozuda. Y un dictador, al final
es un dictador, que trata de perpetuarse en el poder, y esto sólo se puede
hacer mediante la eliminación de cualquier disidencia, por pequeña que sea.
Decía
más arriba, que la política, para todos nosotros, está más vinculada a las
emociones que a la razón (últimamente tenemos bastantes ejemplos que confirman
esta afirmación) y Cuba, los habitantes de la isla y los exiliados, van a
despertar de un sueño marcado por los sentimientos, por la percepción que cada
uno ha tenido del castrismo, que por otro lado, con la muerte de Fidel queda
para la revisión de la historia. Ciertamente, al igual que pasó en España
cuando otro dictador llamado Franco murió en la cama, en Cuba se ha pasado un
página, que quieran o no va a determinar su futuro, pero ha llegado el momento
de buscar nuevos líderes, que no sean tan universales, pero que puedan
abanderar y emocionar a los cubanos, porque entre todos van a tener que
escribir el libro de su país en los próximos años. Que la suerte les
acompañe.
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