Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 16 de diciembre de 2016
Fue tal que ayer hace cuarenta
años y casi ha caído en el olvido su celebración. La historia se alimenta de
aquellos acontecimientos que construyen el relato que las clases dominantes
hacen. Así, sucesos que han marcado la historia de España quedan sepultados en
el “vertedero de los recuerdos” (esto lo he tomado de esa maravillosa película
de animación titulada “Del revés”), sin que haya una explicación lógica del por
qué, simplemente, por alguna razón, interesa que se olvide.
Es
lo que sucede con el referéndum que se hizo en España el 15 de diciembre de
1976, para ver si los españoles aprobábamos la Ley para Reforma Política, que
suponía el harakiri de las Cortes franquistas, ni más ni menos, y el momento en
que empezó todo lo que vino después, hasta la fecha. Porque sin esa Ley y sin
ese refrendo de la población, quedaba con el culo al aire hasta la propia
coronación de Juan Carlos I, proclamado rey un año antes, por la gracia de
Franco y de Dios y quién sabe si no se hubieran abierto las puertas de una república.
Recuerdo
la agitación que se vivió en el país desde su convocatoria el 18 de noviembre
de 1976 (otra fecha en el baúl de olvido), día que los procuradores a Cortes
votaron su autodisolución, al aprobar una Ley Fundamental, como era la de la Reforma
Política, con el 81% de votos a favor. Aunque claro, esto no tiene un valor
extraordinario, teniendo en cuenta que aquellos procuradores a Cortes estaban
acostumbrados a votar lo que se les decía desde el Régimen (sustituyan Régimen
por dirección del Partido y es más o menos lo que sucede ahora, que los señores
y señoras diputados/as, votan lo que les dice su Partido), y porque es posible
que ninguno fuese capaz, en ese momento, de ver en el horizonte que lo de
democracia, el pueblo español, incluido el catalán, se lo tomaba en serio.
¿Pero
por qué este deliberado olvido? Vayan ustedes a saber, qué razones tiene el poder
actual, para ello. A mí se me ocurren al menos tres motivos. El primero tiene
que ver con el borrado de memoria y silencio sobre la república, el franquismo
y todo lo que tenga que ver con ambos, al que se está sometiendo a la sociedad
desde hace cuarenta años. Es como si echándole grandes capas de olvido nunca
hubieran existido y la monarquía actual entroncara directamente con Alfonso XIII,
en una pirueta histórica. Algo compresible para el postfranquismo, ya que nunca
se les podría señalar con el dedo, si nos olvidábamos del franquismo. Cuando,
además, la Transición garantizaba la liquidación política del régimen
dictatorial, a cambio de seguir manteniendo un gran poder económico y social. Además,
la Ley para la Reforma Política es la última Ley que aprueba las Cortes de
Franco, por eso, participa del velo de desmemoria colectiva.
En
segundo lugar la actitud de los Partidos izquierda no deja de ser paradójica.
Ningunear para la historia una Ley que supuso abrir la puerta a la liquidación
de franquismo, no se pude justificar, salvo que traten de esconder una realidad
non grata para sus currículos: que el franquismo no se acabó por efecto de su
capacidad opositora, sino por muerte natural. Además, hay otro factor que índuce
a que no se hable de aquel referéndum, cuando la oposición cantaba por la
calle: “Abstención, abstención, es el voto de la oposición”, que es
precisamente esto, la abstención que mayoritariamente propuso la izquierda,
salvo despistes como el ERC, que dio libertad de voto, o del PSOE (h), que
abogó por el Sí. Porque a la izquierda, soñadora con derribar el franquismo por
acción de las masas obreras, dirigidas por ellos, claro está, el referéndum les
pilló a traspié; la descolocó que fuese el propio franquismo quien decidiera
auto inmolarse, probablemente para que no lo hicieran otros, y, entonces, no se
supo qué hacer. Por ello, a algunos Partidos de izquierda, instalados en el
engranaje del sistema que surge de aquel referéndum, no les resulta muy agradable
que se les recuerden que se lavaron las manos, cuando deberían haber defendido
una democracia menos tutelada por el franquismo. Claro, que decir estoy hoy es
mucho más fácil que verlo en aquel momento de diciembre de 1976.
Por
último, en el presente nos topamos con una palabra luciferina: referéndum.
Cuando la gran mayoría de Partidos están renegando que la ciudadanía pueda
decidir sobre cosas que le afectan muy directamente, invocar a un referéndum
como inicio de la democracia que hoy tenemos, es tentar al diablo, y quedar en
mal lugar. Así que, mejor olvidarse de aquel 15 de diciembre de 1976, y
pelillos a la mar. Total, son tantos los recuerdos que estamos dejando que se
lleve la marea del olvido político, que uno más ni se nota.
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