Publicado en Levante de Castellón el 14 de octubre de 2016
Vivimos malos tiempos para la
cultura en general y para la literatura en particular. La palabra escrita marca
un hito en la historia de la civilización, al convertirse la escritura en el
interruptor que arroja luz sobre nuestro pasado, frente a las tinieblas del
conocimiento en el que sigue permaneciendo todo lo anterior, es decir, la
revelación de la historia a través de la escritura, en contraste con la
oscuridad de la prehistoria que sólo intuimos mediante la deducción de los
restos arqueológicos. Las letras han dado cuerpo intelectual a toda nuestra
cultura, ya sea desde la emoción de los sentidos o desde la fuerza de la razón.
Porque es en los libros donde se atesora todo el conocimiento de la humanidad,
como si estos fuesen una gran red de memoria colectiva en la que nos
reconocemos y por la que avanzamos. Los libros y las palabras que albergan son
fuente de sabiduría, pero también de placer, de divertimento y/o entretenimiento.
¿Quién no se ha dejado llevar por las lágrimas, las risas, la aventura o la
pasión al sumergirse entre las páginas de una novela? ¿Quién no ha sentido la
conmoción de la belleza, al terminar de leer un libro de poesía? ¿Quién no ha
tenido que parar de leer intermitentemente cuando un libro nos está abriendo a
la revelaión del conocimiento?
Pero la
literatura no tiene que ser un fenómeno aislado de los derroteros de la
sociedad. Nunca lo ha sido. Si la literatura no está pegada a la vida y se
entiende como un ejercicio nihilista que niega la posibilidad del conocimiento
o del placer, pierde parte de su razón de ser. Siempre ha habido un motivo para
escribir, ya fuera ficción o no ficción, con el fin de mostrar la realidad o
una parte de esta.
Y sin embargo, la
literatura se muere, o al menos tenemos la percepción de que está entrando en
estado anoréxico por la falta de lectores. Porque no nos engañemos, un libro
sin nadie que lo lea, es un jardín hermos ocultado a la mirada de la gente por
una vaya de cinco metros, es decir, una inutilidad. ¿Y por qué ya no se lee?
Podemos echarle la culpa a muchos factores, pero hay dos que destacarían
sobremanera en una carrera de culpables. El primero es la falta de sensibilidad
hacia la literatura en la escuela y los planes educativos. Ya no se educa para
leer, para hacer el esfuerzo de comprender lo que se esconde tras las letras
impresas en un texto. La imagen, con toda su capacidad de seducción, se está
imponiendo a la lectura y los diferentes matices de la realidad que está puede
ofrecer. El segundo factor es la desidia política que las instituciones tienen
hacia las letras. Parece que para los poderes del Estado la literatura es un
fenómeno en extinción y por tanto no merece la pena dedicar esfuerzo alguno en
dignificarla y fomentarla. Es triste que así sea, pero es lo que tenemos.
Pero, afortunadamente, todavía quedan
instituciones que sienten la pulsión de la literatura como una fuente de
creación de cultura, aunque sea en función de un objetivo concreto. Es el caso
de la Diputación de Castellón, que ha conseguido un perfecto maridaje entre
literatura y turismo, al convocar el Galardón Letras del Mediterráneo, que la
semana pasada celebró su primera gala. No se trata de un premio literario, en
el que un jurado, más o menos imparcial, decide cuál es la mejor obra que se
presenta en función de los objetivos que han llevado a convocar ese Premio, que
pueden ser diversos. Lo que pretende es galardonar a aquellas novelas que ya
están publicadas y tengan a Castellón y su provincia como elemento vertebrador
de la narración.
Dos
son los principales aciertos del Galardón Letras del Mediterráneo: uno muy
prosaico, que es abrir el encorsetado mundo de los certámenes de literatura a
obras que ya han sido publicadas, y que en España escasean bastante. El otro, mucho
más poético, es construir una mirada literaria de Castellón, algo que se está
revelando como una fuente a tener en cuenta para atraer lectores ávidos de
sumergirse en aquellos lugares que han imaginado mientras leían. Lo que engarza
perfectamente con el objetivo del Galardón: dar a conocer Castellón, esta vez
desde una apariencia literaria.
Como
toda experiencia novel, es posible que necesite de muchos ajustes y me consta
que se está trabajando en ello, para que la segunda edición sea mejor que la
primera. Pero eso no quita para que haya que felicitar a la Diputación de
Castellón por su iniciativa y felicitarnos a los que habitamos por estas
tierras, por tener un certamen literario llamado a ser uno de los grandes del
país. A fin de cuentas, la literatura sólo tiene como frontera nuestra imaginación.
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