viernes, 13 de mayo de 2016

¿Quién quiere que no votemos?

Publicado en Levante de Castellón el 13 de mayo de 2016
El bombardeo de los grandes medios de comunicación es tan incesante y machacón sobre determinados temas, que al final acabamos creyéndonos todo lo que quieren que nos creamos, hasta el punto de poner en solfa principios de la democracia que deberían estar aceptados por toda la sociedad sin mayores aspavientos. Porque una democracia no puede existir si determinados valores y mecanismos políticos de funcionamiento, que son la sustancia misma de su razón de ser, como, por ejemplo, las elecciones, la participación, la libertad, la igualdad, la solidaridad… (Que grande fue la Revolución Francesa que al final siempre acabamos mirando los valores republicanos que en ella se pusieron en marcha).
                Por eso, llama poderosamente la atención, que teniendo que convocarse de nuevo unas elecciones generales, los medios hayan salido en tromba a cuestionar su idoneidad y lanzar el dardo envenenado, por demagógico, de los costes que supone la convocatoria de una elecciones. Como si debiéramos separar del ejercicio de la democracia el precio económico que esta tiene. Porque, si alguien no se ha enterado todavía, la democracia es cara. Son mucho más baratas las dictaduras en todo: en costes políticos, en costes sociales, en costes laborales, etc., salvo en una cosa que nadie cuantifica: el altísimo precio que tiene la corrupción inherente a cualquier régimen dictatorial, y que va pegado a su ADN como un gen más.
                La baja calidad de la democracia en España se mide por la tolerancia, a todos los niveles, que mostramos hacia la corrupción en los últimos años,  con en el estropicio económico que ha supuesto para el país, y el reciente cuestionamiento de las elecciones a celebrar el 26-J. No se puede entender que tener que volver a celebrar unas nuevas elecciones se nos venda como un fracaso de la política, que algunos medios incluso han apuntado a un fracaso de la democracia, cuando es mediante el voto, como los ciudadanos podemos desatascar un proceso político que ha estado encallado desde el día siguiente a las elecciones del 20-D.
                ¿Qué se esconde detrás de la exigencia de reducir costes electores para las nuevas elecciones? ¿Por qué ahora y no antes, cuando los grandes Partidos han estado haciendo de su capa un sayo, sin que  nadie controlara lo que gastaban o dejaran de gastar en cada proceso electoral? A mí todo esto me huele a chamusquina, a intenciones aviesas para reducir el interés que la ciudadanía ha demostrado en los años anteriores hacia la política por los recortes, el paro y  la desigualdad. Ya sabemos a quién beneficia la desmotivación política, el “pasotismo” que tan bien le ha funcionado a un estamento/casta de poder que ha gobernado el país, desde muy diferentes ámbitos, como quien circula por una autopista de ocho carriles, sin obstáculo alguno que se interpusiera en su hoja de ruta.
                 Creo, además, que hay otro interés espurio de alejar lo más posible al electorado de las urnas, sobre todo con los medios enfatizando en el desencanto de los votante de izquierda, a ver si estos se quedan en casa y la derecha, azul y naranja, vuelve a darse un festín de poder a nuestra costa. Pero, por si acaso no funciona el espantapájaros del desencanto, hay que reducir al máximo las posibilidades económicas de los Partidos que pueden poner el peligro el turnismo político, tan dócil a los grandes poderes fácticos del Estado, que tan bien les ha funcionado durante años, para repartirse el poder. Es decir, hay que asfixiar a la izquierda emergente, y qué mejor que exigir reducir al máximo el gasto electoral.
                Plantear esto es una píldora envenenada porque los grandes Partidos y sus monaguillos manejan resortes en los grandes medios de comunicación y en el poder económico, que les situaría en una clara ventaja sobe el resto, es decir, sobre la izquierda que cuestiona precisamente esa vinculación entre el dinero y la política, tan letal para los intereses de una ciudadanía exhausta en su bienestar, por un sistema que lleva años retroalimentándose asimismo.
                De ahí que se trate de plantear la  nueva convocatoria electoral como un fracaso de los Partidos, que no han sabido interpretar bien lo que querían los electores. Pero un fracaso no de todos por igual, para los medios la responsabilidad en el fiasco es mayor conforme vamos yendo de la derecha a la izquierda. ¿Realmente es un desengaño que se vuelvan a celebrar elecciones, cuando los Partidos no se han puesto de acuerdo para formar Gobierno? ¿Es solamente responsabilidad de los Partidos? Creo, que entender lo que ha sucedido como un fracaso tiene una intencionalidad de desprestigio no hacia los Partidos, sino hacia la propia democracia. Porque todos sabíamos, desde el principio, que cualquier Pacto de gobierno que no pasara por una gran coalición entre el PSOE y la derecha, era un brindis al Sol, sobre todo cuando la consigna del establishment ha sido no pactar nunca con Podemos, imposibilitar que estos pudiesen entrar en cualquier gobierno.
                Ha estado claro que los grandes Partidos, imposible la apuesta de Gran Coalición sostenida por los poderes del Estado, han optado por ir a unas nuevas elecciones, diseñando una estrategia capaz de concitar más voto en torno a ellos, arrebatándoselo a los Partidos emergentes, sobre todo a los de la izquierda, a la que en ese teatro de títeres al que hemos asistido durante varios meses, solo se le ha asignado el papel de comparsa, que con fe ciega hiciera posible un gobierno de acomodo de la derecha. El fin de toda esta estrategia no es otro que conseguir suficientes diputados, para que se pueda formar un gobierno de cualquiera de los dos grandes Partidos con Ciudadanos, sin tener que pagar peaje por la izquierda, antes de tener que llegar a la Gran Coalición, que supondría un gran desgaste para cualquiera de los dos grandes Partidos, hasta ahora.

                De ahí, y volviendo al principio, toda la gran campaña que se ha puesto en marcha para desmovilizar al electorado más vulnerable, haciéndole ver que la opción de la izquierda emergente no es solvente ni fiable, y que mejor quedarse en casa si no se quiere optar por el voto útil, tan beneficioso para el bipartidismo durante décadas. Y por eso mismo, el acuerdo de coalición entre IU, PODEMOS y las Confluencias, ya se ha tachado de disparate, de radicalismo comunista, de abducción de IU, y todos los epítetos que van/vamos a escuchar de aquí a las elecciones, no vaya a ser que al electorado de izquierdas, otrora desperdigado, le de por tomárselo en serio y mande al rincón de pensar a todos aquellos que consideran este país como su cortijo político.

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