viernes, 25 de septiembre de 2015

El sofisma griego

                                                                                                   Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 25 de Sptiembre de 2015
Sofisma: “Si Syriza pierde las elecciones en Grecia, Podemos pierde credibilidad en España”. Esto es lo que, más o menos, han querido convencernos todos aquellos que ven en  Podemos un peligro para los privilegios que han ido atesorando durante años. Lo hemos podido escuchar, leer o ver en tertulias, mítines y artículos de prensa, como si fuese una letanía que pudiera exorcizar el fantasma de la otra muletilla con que nos quieren amenazar: los populismos. Siguiendo el mismo silogismo llegaríamos a la conclusión que si Syriza ha ganado las elecciones, Podemos aumenta su prestigio varios enteros. Aunque esto no conviene pasearlo por los platós mediáticos. Ya no interesa ligar el futuro de la formación morada con el de Syriza, ni el de Pablo Iglesias con el de Tsipras, una vez que el argumento de descrédito ya no sirve a los intereses de los enemigos de ambos, que visto lo visto, son muchos.
                Las elecciones griegas han vuelto a descolocar al oficialismo político en Europa, que tanto ahínco ha puesto en destruir el prestigio de los dirigentes helenos, laminado cualquier atisbo de salirse del tiesto de la austeridad impuesta por Meckel y sus monaguillos noeliberales. Tanto, que no han tardado ni un minuto en exigirle al nuevo gobierno de Grecia que acelere las reformas, que con gran saña le han impuesto, con el único fin de segar  cualquier disidencia en Europa que se atreva a asomar la cabeza. Incluso hay una izquierda refinada y amanuense del neoliberalismo que no ha tardado en cuestionar la bondad de la victoria de Tsipras para los griegos. La misma noche de las elecciones, una afamada dirigente del socialismo aposentado español, en una tertulia televisiva, trataba de quitarle hierro al triunfo electoral de Syriza, diciendo que tenían un grave problema de contradicciones, y uno piensa: si Syriza, que ha ganado las elecciones en Grecia por goleada  tiene graves contradicciones, qué clase de sarampión deben tener en el socialismo griego, “hermano” del Partido de la tertuliana, para haber quedado en cuarta posición, con 130 diputados menos y una diferencia del 30% de votos.
                Mal, muy mal se ha deglutido en los cenáculos comunitarios el resultado de unas elecciones que se pretendían fuesen un escarmiento a quienes están levantando la bandera del fin de la ortodoxia capitalista en Europa. Pero no desesperen los hinchas del liberalismo justiciero, inasequibles al desaliento, sus líderes no van a cejar en su empeño de destruir a esa nueva izquierda que puede acabar con un sistema de gobernar la UE que les ha sido muy beneficioso. Por ello, las tropas de caballería mediática ya se han lanzado a galopar y no dejarán de hacerlo hasta que el enemigo caiga derrotado o ellos exhaustos. Las acometidas ya han empezado, una vez comprobado que el virus del cambio es más resistente de lo que pensaban; el mal ejemplo griego debe ser erradicado antes que contamine al resto de la población europea. Las acusaciones de traidor a sus ideas a Tsipras, de haberse humillado ante la troika olvidado a su pueblo; el dedo acusador de muchos, que lo señalan como ejemplo de lo nefasto que es el populismo, no parece que hayan hecho mella en el electorado griego, que ha considerado que para administrar lo poco que tienen, mejor que sea uno que lo va a repartir, a otro que se lo va quitar.
                Es posible que el pánico se esté empezando a instalar en las cancillerías europeas, en Berlín o en Bruselas. No tanto por el resultado de las elecciones en Grecia, sino porque se extienda por el continente la creencia de que es posible darle la vuelta a las políticas de austeridad y destrucción del estado de bienestar. Incluso más allá de los denominados populismos, acusación fácil y sin sustancia política, con la que se señala a las nuevas formaciones de izquierda, el virus ha contagiado al Partido Laborista inglés, con un nuevo líder: Jeremy Corbin, que nunca se doblegó a ese engendro que era la Tercera Vía sacada de la manga por Tony Blair, que la historia ha demostrado era, ni más ni menos, que la cara amable del neoliberalismo, incapaz de frenar, quizá porque participaba de ellas, las políticas de desigualdad que se estaban poniendo en marcha en Europa, de la mano de una clase dirigente cada vez más embrutecida por el mercado salvaje, el beneficio empresarial y las puertas giratorias.
                No nos ha de extrañar que la socialdemocracia europea reaccione con gesto torcido a los cambios políticos que se avecinan. Tanto, que ha recibido de mal grado que la izquierda británica pueda dar un giro que colocaría a los socialdemócratas de la Tercera Vía en una situación delicada ante la ciudadanía de sus respectivos países. Salvo en España, que la falta de análisis ideológico de los dirigentes del Partido Socialista y las ganas de resituar mediáticamente a su líder como el mirlo blanco de la izquierda patria, les han hecho correr demasiado en hermanarlo con el líder laborista, sin darse cuenta de que este está ideológicamente mucho más cerca de las ideas de Podemos, que de las suyas. Incluso se han dado a la mofa y el escarnio cuando se ha equiparado a Pablo Iglesias con Corbyn. Casi acusando a aquel de chupóptero, al querer reivindicar al inglés para su ideas. Como si Corbyn fuese una eminencia famosa en el mundo de la política; alguien absolutamente desconocido  en Europa hasta hace unas semanas, y posiblemente bastante menos popular que Pablo Iglesias en su país. Pero la carrera electoral tiene estas mezquindades, como Corbyn e Iglesias ya puede estar dándose cuenta.

                Concluyendo. Lo de Grecia es un episodio importante, en una batalla planteada en Europa, donde la lucha de clases es la protagonista. Y a ella, con sus triunfos y sus derrotas, vamos a asistir los europeos hasta que uno de los dos bandos salga derrotado o se llegue a un nuevo pacto de bienestar y progreso para todos. El que se empeñe en enrocarse en lo habido hasta ahora como tabla de salvación, acabará como el Titanic, sumergido en las frías aguas del Atlántico o naufragando en el Mediterráneo. Y eso lo sabe el neoliberalismo y la nueva izquierda que poco a poco va emergiendo en Europa. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

A vueltas con Cataluña

                                                                                            Foto: Cualquiera de los dos
Publicado en Levante de Castellón el 10 de Septiembre de 2015
Nos parece que el encaje de Cataluña en el Estado español es un problema reciente, que tiene que ver con el mito del peseterismo de los catalanes, ya saben ustedes aquello de la pela es la pela, que les convierte en un pueblo insolidario capaz de vender a su madre por una bolsa de monedas. Pero no hay nada más lejos de la realidad que esta percepción que tenemos en el resto de España, en los últimos años acrecentada desde la derecha nacionalista española. Ni los catalanes son unos insolidarios con el resto de los españoles, ni el fondo de su nacionalismo es económico, aunque algunos se empeñen en ello. Hay unas raíces más profundas que sí tienen que ver con la historia y con el sentimiento secular de ser un pueblo con referencias culturales propias, que están engarzadas a la génesis del nacimiento de Cataluña como reino en la Edad Media.
                Hasta el tratado de Utrech en 1713, la Península Ibérica, con la excepción de Portugal, era lo que podríamos considerar hoy una monarquía confederada, es decir, un rey dos coronas: Aragón y Castilla (lo del reino de Navarra es cosa aparte, con sus idas y venidas entre la independencia como reino, y sus dependencias a la corona de Castilla o al rey de Francia). A pesar de la propaganda oficial que nos quiere hacer ver que la unificación de España se produjo con los Reyes Católicos, nada más lejos de la realidad, pues con su reinado lo único que cambió fue que, desde sus católicas majestades, Castilla y Aragón tuvieron el mismo rey, pero siguieron siendo dos reinos diferentes, con aduana incluida, y sus propias leyes y fueros.
                Cataluña formará parte de la corona de Aragón, pero no sin una singularidad propia, debida a su gran potencial cultural, económico, político y territorial en el Mediterráneo, que ya desde tiempos antiguos generó quebraderos de cabeza a los reyes de Aragón; sino que se lo pregunten ultratumba a Jaume I y los problemas que tuvo que la nobleza catalana durante todo su reinado. Y es en los decretos de Nueva Planta, que el rey borbón Felipe V firmó para abolir del fueros del reino de Aragón, concretamente el del Principado de Cataluña lo hizo el 9 de Octubre de 1715, cuando Cataluña deja de tener un gobierno propio para reintegrarse, por la fuerza, en el  nuevo Estado centralizado que va a ser España con la monarquía borbónica, bajo los fueros y las leyes castellanas. Siendo desde esa fecha, cuando empiezan los problemas de encaje de Cataluña en España, no del resto de los reinos que conformaban la Corona de Aragón, problema no resuelto hasta la fecha, y ya saben de aquellos barros estos lodos.
                Aunque lo cierto es que el condado de Barcelona, en torno al cual se constituyó en el siglo XIV el Principado de Cataluña, desde el siglo XII, que se unió por esponsales a la corona de Aragón,  nunca ha tenido un Estado propio, perteneciendo siempre a una entidad política superior. Y cuando lo ha intentado ha sido un fracaso, como le sucedió tras las revueltas de 1640 y 1641, con la proclamación por parte de Pau Claris de la República Catalana, que acabó rindiendo vasallaje al rey francés  Luis XIII, convirtiéndose en un territorio anexionado por el reino de Francia, fuertemente centralizado, que no tardó en ocupar militarmente toda Cataluña, para mejorar posiciones en su guerra contra el rey Felipe IV. La conclusión de este episodio fue que 10 años después la oligarquía catalana, apoyada por el descontento popular hacia el ejército francés, vuelve a reconocer a Felipe IV como rey, tras  rendir  éste obediencia a las leyes catalanas, y que por el Tratado de los Pirineos de 1659 pierde para la historia los territorios de la Cerdeña transpirenaica  y el Rosellón, que pasan a formar parte del reino de Francia.
                La oportunidad histórica de solucionar el encaje de Cataluña en España se tuvo en la Transición, tras el intento fallido de la II República, pero la presión de la derecha postfranquista, con el visto bueno de las élites catalanas y el despiste de la izquierda, impidió que adquiriera un estatus diferencial en la Constitución de 1978. Para salvaguardar el concepto de unidad franquista de España, el Estado encontró su mirlo blanco en Cataluña: Jordi Pujol, un hombre al que se le perdonó la estafa de Banca Catalana, y se la ha dejado robar durante décadas, construyendo un entramado de corrupción en Cataluña, a través de su familia y CIU, a cambio de la docilidad del nacionalismo catalán.
                ¿Qué ha cambiado entonces en Cataluña para que se haya llegado a la actual situación preindependentista? A mi juicio, fundamentalmente, dos razones: la intransigencia de la derecha nacionalista española en los últimos años frente a Cataluña, que ha creado agravios y afrentas hasta despertar a una masiva parte de la población dormida e indiferente al hecho nacionalista. Y por otro lado, la llegada el poder de la Generalitat de un hombre que se siente el mesías de la nación catalana, al que sólo le preocupa pasar al libro de la historia oficial de Cataluña con letras de oro. Un político ineficaz y mal gestor que ha ido sembrando girones por doquier, con recortes en el estado de bienestar, mayor pobreza y desestructuración de la sociedad; que ha encontrado en el humo del nacionalismo intransigente y mesiánico el mejor velo para cubrir su mal gobierno, llevando a la sociedad catalana a una fractura de difícil cosido, a la que el españolismo postfranquista no cesa de meter la tijera para agrandar.
                La torpeza de unos y otros ha conducido a unas elecciones absurdas, en donde sea cual sea el resultado nadie va a dar su brazo a torcer. Aunque quizá, más que torpeza, habría que hablar de intereses compartidos entre dos derechas nacionalistas, que a cuenta de todo el lío que están montando en Cataluña, tratan de ocultar sus políticas de desigualdad y empobrecimiento de la población.
                Quizá todo este problema se hubiera podido solucionar, si en su momento la Constitución hubiese recogido el derecho de autodeterminación, hoy llamada derecho a decidir. Porque un Estado plurinacional, como es el español, no se entiende sin ese derecho que otorgue a los  pueblos singulares que lo conforman la capacidad de decidir si quieren o cómo quieren pertenecer a España. Cuando escucho la grandilocuencia de la frase: “No vamos a consentir que España se rompa”, que me recuerda muchísimo a aquella otra tan manida en el franquismo: “España es una unidad de destino en lo universal”, se me abren las carnes al pensar que seguimos viviendo en un país, catalanes incluidos, de intolerancias y miedos, alimentados por los intereses de las oligarquía que nos gobiernan, en el que la democracia es un término que sirve más para acallar virtualmente las aspiraciones de la sociedad, que para gobernar desde el sentido común, la justicia y la prosperidad para todos.

                Por último, desde una posición estrictamente democrática, los catalanes tiene derecho decidir su futuro como pueblo, aunque se puedan equivocar, y el resto de los españoles, simplemente  respetar cuál es su decisión.

martes, 15 de septiembre de 2015

Sinopsis de la novela "Nunca seremos los mismos"

La caída de Barcelona en manos de las tropas de Franco supone la salida de miles de republicanos que se unen a la diáspora, ya iniciada desde hace meses, hacia la frontera francesa. También lo hace el gobierno, con todos los intelectuales que residen en la capital catalana, y el presidente de la República. Se inicia así un largo camino que los convertirá a todos en refugiados y conducirá hacia un exilio que tiene como primera parada Francia, y por última, tras el sufrimiento del camino el desarraigo que supone el abandono de su vida anterior y todos los referentes con los que habían vivido, a una transformación personal que los convertirá en otras personas, y ya nunca volverán a ser los mismos.
                Manuel Murillo y Rodrigo Ballester, son antiguos milicianos que se conocieron en el frente de Teruel, y que ahora sirven como chóferes militares del gobierno republicano. Se encuentran en Barcelona el día 22 de enero de 1939, cuando se produce la huida del gobierno hacia Francia. A Manuel le asignarán abandonar España como chófer de la familia Machado y a Rodrigo, junto a Marga Centellés, una  novia de Manuel a la que consigue llevar en el convoy in extremis, le tocará conducir el vehículo en donde el presidente de la República abandonará Barcelona, rumbo a la frontera.
                Durante el viaje Manuel intima con Antonio Machado, al que acompañará hasta Colliure, convirtiéndose en el amigo inseparable del poeta hasta la muerte de este un mes después.
                La peripecia de Rodrigo y Marga es mucho más complicada, mientras el amor va surgiendo entre ellos. Después de recalar en La Vajol y vivir la accidentada salida de España del presidente Azaña con parte de su gobierno, en una fría madrugada de principios de Febrero, son separados en la frontera por los gendarmes franceses. Rodrigo es detenido y enviado a Perpignan, para acabar en el campo de internamiento de la playa de Argelès-sur-mer, en donde sufrirá el lado más oscuro del exilio, y Marga, que ha hecho buenas migas con doña Dolores, esposa de Azaña, parte con la comitiva presidencia hacia Les Illes, pequeña población francesa cercana a la frontera, para dedicarse, posteriormente, a la búsqueda incansable de Rodrigo y a sacarle del infierno de la playa de Argelès, una vez que consigue descubrir que su amado está allí.
                Tras el entierro en Colliure de Machado el 23 de Febrero de 1939, Manuel, que ha sabido por algunos exiliados que su amigo Rodrigo se podría encontrar en el campo de Argelès, se dirige hacia allí, donde se encontrará con Marga y tras una rocambolesca situación conseguirán que Rodrigo huya del campo.
                A partir de aquí Manuel dirigirá sus pasos hacia Nueva York, en un viaje no exento de riegos y dificultades, que le llevará primero a París y después a Le Havre, junto a un cáliz de oro que robó del Palacio Episcopal de Teruel cuando el ejército de la República  reconquistó la ciudad, por unos días, en la navidad de 1937. En Nueva York encontrará una ciudad hecha a su medida, en la que encaja perfectamente. Tras pasar por un centro de ayuda a los exiliados de la guerra de España, conseguirá instalarse como empresario de una pequeña empresa de reparto de bebidas, que irá creciendo hasta convirtiéndose en un mecenas de la cultura neoyorquina y entusiasta del jazz. En Nueva York, gracias al cáliz que ha viajado con él por medio mundo, conseguirá cerrar una herida que viene arrastrando desde la Guerra Civil, y consolidará su amor con Viveca, una mujer que conoció en Le Havre y que vive en París durante la ocupación nazi.
                A París llegan Marga y Rodrigo, topándose con un mundo fascinante de libertad y agitación política, que cuando las tropas nazis ocupen la ciudad, les hará participar activamente en la resistencia parisina contra el nazismo, haciendo de Marga la líder indiscutible de su grupo resistente. Viven intensamente su Juventud y su amor, entre la felicidad y el riesgo.
                Mientras tanto, en España, Marcial Canero, falangista y comisario de policía en Barcelona, es citado a Burgos para encomendarle una altísima misión. La Iglesia está muy preocupada por el robo del cáliz del Palacio Episcopal de Teruel e insta a las autoridades de la Nueva España a poner todo el empeño posible para recuperarlo. Marcial acepta, qué remedio, el encargo, sin saber que su destino va asociado a la nueva misión.


                “Nunca seremos los mismos” habla de personajes reales y ficticios que tienen que exiliarse después de ser derrotados en la Guerra Civil  española,  en busca de una vida más segura, más libre y más digna, aunque se encuentran con el rechazo del gobierno francés, que los confina en campos de internamiento. Pero como se refleja en la dedicatoria, cualquier persona que tenga que abandonar su país si desearlo, por las razones que sean, se puede sentir reflejado en sus páginas.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Refugiados en Europa




Fotos: Autores desconocidos


                                                                                                              
Publicado en Levante de Castellón el 11 de Septiembre de 2015
A principios de Febrero de 1939 la frontera de Francia con España, recibió una avalancha de refugiados españoles que huían, en este caso más que de la guerra, de la derrota. El miedo a las represalias del nuevo fascismo español, encarnado por Franco y sus seguidores; y la esperanza de poder seguir viviendo en libertad, aunque fuese fuera de su país, pero lejos de la moral ultracatólica y fascista que representaba la España de Franco, provocó que cientos de miles de republicanos se agolparan ante las fronteras de Portbou, Le Perthus, etc., tras la caída de Barcelona en manos del ejército franquista y por efecto dominó el resto de Cataluña.
                Pero la ola españoles que buscaba asilo en Francia no fue bien recibida por el gobierno de aquel país, presidido entonces por la radical Édouard Daladier, que fiel a su comportamiento de no intervención en la Guerra Civil española, que dejó a la República sola frente a los países fascistas europeos que sí intervinieron y mucho, tuvo un proceder rastrero y muy mezquino con los republicanos que buscaban refugio y exilio. Primero con el cierre de las fronteras hasta que el 28 de Enero, el ministro de la República Álvarez del Vayo consiguiera que las abrieran, aunque las autoridades francesas sólo lo hicieron para la población civil. Posteriormente, el 5 de Febrero consintieron abrirlas para los combatientes, debido a las decenas de miles de estos que se agolpaban ante los puestos fronterizos y por el miedo a que empezaran a colarse en el país vecino cruzando los Pirineos, montaña a través, lo que les convertiría en refugiados no controlados.
                El gobierno francés convirtió el éxodo de republicanos españoles hacia su país en un calvario, no solo por el trato vejatorio, violento y agresivo del que hicieron gala los gendarmes en la frontera, sino porque después de separar a las familias, los confinó en campos de retención, que bien podrían denominarse en algunos casos de exterminio, dadas las condiciones de abandono e insalubridad que presentaban. Entre ellos habría que destacar el campo de Argelès-sur-mer, donde hacinaron a más de 100.000 republicanos en una playa sin más servicios que la arena, el mar y el frío. Hubo otra media docena de campos en donde se internó a miles de españoles, que penaron de esta manera la desgracia de haber perdido en una guerra en el país que muchos tenían como inspiración de la libertad.
                Esto es a grosso modo lo que sucedió en aquella gran oleada de exiliados que Europa no supo gestionar, quizá porque vivía años de enorme convulsión política, militar y diplomática. Tanta que ni siquiera fue capaz de frenar una guerra que la destruyó con la saña que solamente los hermanos suelen golpear. Pero es el retrato de lo que está sucediendo hoy, en la segunda década del siglo XXI, con la oleada de refugiados que están intentando conseguir en Europa una vida, ya no más digan que la que disfrutaban en su país, sino más segura. Personas que huyen de la guerra y la barbarie a la que les han conducido unas clases dirigentes, ya sean políticas o religiosas, que sólo piensan en cómo proteger sus intereses de casta, frente a todo o que se ponga por delante.
                Vienen casi con lo puesto, familias que en sus países llevaban una vida normalizada, con los problemas cotidianos que usted y yo podemos tener, anhelando volver a tenerlos, aunque sea fuera de su país. Hombres, mujeres y niños que se han tenido que embarcar en una travesía, al igual que lo tuvieron que hacer los republicanos españoles, de incertidumbre y desestructuración personal, tanto física como psicológica.  En donde la muerte es una compañera diaria, que han podido tocar, percibir su aliento cada vez que se ponían en camino hacia una Europa que está en deuda con ellos.
                Digo bien en deuda. Porque todos los conflictos que están provocando este éxodo masivo de refugiados hacia el continente y que ya han ocupado por  millones las zonas geográficas limítrofes a sus países, han sido provocados directa o indirectamente por los gobernantes europeos, atizando el fuego del enfrentamiento contra tiranos locales que ya habían dejado de servirles, para luego, cuando sus intereses se han visto comprometidos, abandonar el conflicto a su suerte. Europa se ha comportado de una manera irresponsable, farisaica, tirando la piedra y escondiendo la mano, con los ciudadanos de aquellos países que aquí se denominaron de “primaveras árabes”, que gracias a la cobardía europea se han convertido en fríos inviernos de sangre. Porque al capitalismo europeo no le interesan democracias libres y prósperas en su entorno, sino más bien países dóciles a los que puedan seguir explotando y tiranos agradecidos, enriquecidos a costa de sus pueblos. Esa es la realidad que está en el origen de los conflictos en Siria, Libia, Egipto, Yemen, Ucrania, etc. y la irrupción de grupos islamistas radicalizados que pretenden destruir occidente. Una realidad que nos ha propinado una bofetada inesperada, pero inevitable, con la oleada de refugiados que quieren acceder a territorio de la UE.
                Sin embargo el comportamiento de las autoridades europeas sigue siendo el mismo que el de las francesas en 1939. Lavarse las manos, mirar para otro lado, considerar a los refugiados como delincuentes que generan un problema de orden público, o como en el caso de Mariano Rajoy, como un problema de mafias, a las que se entregan incautamente miles de personas. Nunca me dejará de asombrar la hipocresía de este hombre y la estupidez de sus declaraciones.
                El caso es que la UE se ha convertido en un mercado de compra venta de refugiados. Yo te compro tantos si a cambio tú me das tanto. No nos ha de extrañar en una institución que han convertido simplemente en eso, un mercado donde todo se compra y se vende. Donde la solidaridad y la hospitalidad institucional hacia el que la necesita se mide por una fotografía que nos muestra a un niño muerto en una playa y la presión que los ciudadanos europeos, desgraciadamente no todos, estén ejerciendo sobre sus respectivos gobiernos. Una solidaridad gubernamental tan asimétrica, como lo es la política de egoísmos que se dirime dentro de la Unión Europea.

                No se trata de números a repartir. Hablamos de personas víctimas del delirio de las élites mundiales. Y Europa debe asumir su papel de responsable en todo este problema y dar exilio a quienes lo soliciten. Porque quienes empiezan a sobrar no son los que viene, sino quienes nos gobiernan con el engaño, la austeridad y la desigualdad por bandera.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Entrevista al novelista Santiago Álvarez


Santiago Álvarez (Murcia 1973) llegó a Valencia hace más de una década buscando un ambiente cultural abierto y dinámico y se encontró con una ciudad moderna pero, a la vez, con un fuerte recuerdo de su historia. Estos años para han trascurrido para este murciano sumergido en el mundo cultural entre el teatro, los musicales y la grabación de discos. Pero el gusanillo de la literatura lo ha llevado siempre dentro, no dejando de escribir relatos, algunos de ellos premiados en importantes certámenes literarios. Es uno de los fundadores del Festival de Género Valencia Negra en 2013, ocupando el cargo de Director de Contenidos. Pero antes de fundar Valencia Negra, escribe “La Ciudad de la Memoria”, una novela negra publicada en 2015 de la que vamos a hablar a continuación, entre otros asuntos que tienen que ver con su pensamiento sobre la literatura.

Eres un hombre polifacético en el ámbito de la cultura: teatro, música… ¿Qué hace que te adentres en el mundo de la literatura, en un género tan específico como la novela negra?
Es cierto que he hecho bastantes cosas, entre treinta y cuarenta relatos, 5 musicales, varias obras de teatros, conferencias y algunas cosas más… pero todo tiene el mismo origen: la pasión por contar historias. Creo que adentrarme en distintos campos de la ficción, de maneras diversas de contar una historia me ha ayudado a desarrollar mis propias herramientas para hacerlo. La ficción me parece una cosa muy seria para el ser humano, una forma de ordenar el caos que supone esto que damos en llamar “el mundo real”, y que en realidad es bastante mentira, es vulgar, caótico, descarnado e… inhumano. La ficción nos proporciona los medios para traducir este marasmo a dimensiones comprensibles y aceptables, de las cuales podemos extraer algo importante para nuestras vidas.
Prefiero la literatura a lo audiovisual, porque nos permite completar la ficción con el procesador multimedia más potente jamás concebido: nuestro cerebro. La novela es el género rey en la prosa y, en cuanto a la novela negra, creo que ahora tiene pertinencia porque nos pone de cara al mundo que nos preocupa a muchos hoy: nuestras calles, la gente que camina por ellas tratando de abrirse camino, honradamente pero también mintiendo y aplastando a otros. La jauría humana en toda su crudeza. Creo que ahora nos preocupa más lo contemporáneo que la huida a tiempos remotos o a mundos de fantasía, aunque esto es solo una percepción personal.

Comparto tu apreciación sobre la ficción y la realidad. Sin embargo ¿No crees que la novela negra, al ser una versión novelada de la realidad más sórdida que nos rodea, esconde una manera de entender la sociedad que rodea al escritor y, a la vez, hacerla comprensible para el lector? ¿Cuánto de denuncia social hay en la novela negra?
Es el famoso tema de la denuncia social en la novela negra, que tan de moda está en nuestros días. Digámoslo de otra forma: ningún género puede arrogarse la exclusividad temática; la estupenda novela histórica “Espartaco”, de Howard Fast, contiene mayor denuncia social que la mayoría de novelas negras publicadas hoy en día, por ejemplo. No me gustan estos clichés, de la misma manera que no me gusta que se diga que la alta literatura es quien tiene el monopolio de la condición humana. Me parece que mucha novela negra se ocupa, precisamente, de investigar esa sombra en nosotros que nos hace cometer cosas terribles, y en descubrir quiénes somos y porqué hacemos lo que hacemos.
Pero de vuelta a la pregunta, creo que es inevitable que en un género basado en el delito, en los poderosos, en investigadores que tratan de hacer justicia, en los que sufren su falta, y que se da en un entorno urbano y contemporáneo, aparezca cómo se comportan los distintos estratos sociales entre sí. Creo que la clave está en que no se perciba que el autor se arremanga para hacer justicia social, que el lector no sienta cómo le tiran eso a la cara. Me parece importante que el contenido temático aparezca como algo natural, que se desprende de la trama, y que el lector lo descubra con los mimbres que compone el autor. Hay algo de arte en formular preguntas para que el lector las responda.
Recuerdo que, en la carta de presentación de mi novela a Almuzara, mi agencia describía La Ciudad de la Memoria como “una trama donde aparece la compra de policías, las discotecas de lujo, redes de prostitución y un fiel retrato de la corrupción” y yo no acababa de reconocer mi obra, puesto que los temas de los que intenté hablar son otros. Comprendí que, cuando se dan ciertos ingredientes y uno retrata cómo los poderosos posan su bota de hierro sobre los más indefensos (o sobre la gente normal), aflora este substrato de lo que somos, esta denuncia social.

Planteas un debate interesante, el de la condición humana en la novela. En “La ciudad de la Memoria”, a mi juicio, los personajes son el eje central de toda la narración ¿Cómo ha sido el proceso de construcción de perfiles de estos? Y no me refiero sólo a Mejías y Berta, también al resto, que cumplen un papel de ensamblaje perfecto.
Suelo decir que el nuestro es un país de trincheras, del conmigo o contra mí, en todos los ámbitos sociales; muchas veces me he sentido tiroteado desde ambas  posiciones, así que Mejías es mi intento por hacer un personaje que vive de continuo en esa tierra de nadie, donde, en lugar de echarse al suelo, lo que hace es precisamente lo contrario. Berta aparece con un Sancho Panza que es exactamente lo que no es el detective: ingenua, apasionada de las nuevas tecnologías, gran conductora, y con ese convencimiento de que es posible cambiar el mundo que la vida aún no le ha arrebatado a sus escasos veinte años.
Mención aparte merece la familia Dugo-Escrich, que surge como una dinastía real del ladrillo en decadencia: el Rey Arturo como monarca indiscutido cuyo secreto acabará provocando el último
giro argumental y sus hijos, que cubren todo el espectro: Arturo Segundo un empresario taimado y mafioso, como los malos de las malas películas; Martín, honrado economista (magnífico oxímoron) que intenta ser fiel a unos principios; Sebastián, capitán general de la gente guapa valenciana y dueño de los locales nocturnos de moda; y la lánguida Ángela, la femme fatale de la historia, que regenta un curioso negocio de arte en el centro para no morir de aburrimiento.
El resto de personajes surgen en oposición a estos y entre ellos, para poder reforzar los temas de la novela: desde Manuel, un gitano sentenciado por el cáncer que, desde el rastro ofrecerá pistas y soplos a Mejías, hasta Rosita de África, una anciana cupletista que vive entre las ruinas de su vida, pasando por Ramírez, policía de dudosa condición con quien Mejías tiene (y tendrá) asuntos pendientes.
Hay escritores que se regocijan de que sus personajes se les vayan de las manos: a mí eso me aterra, porque entonces ya no estaría contando una historia. Para mí, uno de los sagrados deberes del autor es, después de haber puesto a andar a estos seres en la historia, dedicar el tiempo necesario para averiguar quiénes son y por qué hacen lo que hacen, y buscar la forma de trasladar eso al lector.

¿No crees, entonces, que los personajes puedan tener cierto margen de maniobra que condicione la construcción del relato? Concretando en los personajes de “La Ciudad de la Memoria”, ¿les dotas un perfil determinado desde el principio, o por el contrario los vas dando personalidad según escribes la novela? Lo que, de alguna manera, hace de estos una pieza clave en el proceso narrativo. Es un tema que me interesa mucho y me gustaría saber tu opinión. 
No es que niegue el margen de maniobra de los personajes en una historia, lo que digo es que, de alguna forma, en una historia que es verdad y no solo el fingimiento de narrarla, lo que han hecho y van a hacer los personajes está ahí desde el momento en que los ponemos sobre la mesa. Al autor le toca conocerlos mejor, entonces van apareciendo cosas de las que antes no era consciente. Me parece que el trabajo del escritor con los personajes tiene algo de arqueólogo, de desenterrador y, por qué no decirlo, de detective.
Para Mejías y para Berta, desde luego diseño un arco de transformación, un punto de partida y un final, pero el viaje es lo que no está nada claro. Y, evidentemente, mientras comprendo las circunstancias que los impulsan a hacer lo que hacen, van surgiendo aspectos que se completan, piezas que encajan, escenas sobre las que se deben incidir, aspectos psicológicos más o menos presentes.
En mi novela todo brota desde los personajes, no solo desde el diseño inicial. Lo fundamental en mi proceso creativo es la reescritura. Como decía el gran John Gardner, repasando lo que dije, empiezo a entender lo que quise decir. Es una especie de iteración, una labor de capas, estratos narrativos. Como se ve, esto no hace que el proceso sea rápido, pero genera una historia sólida. Con todo, el mayor problema es conservar la frescura, el ritmo, y que la prosa no se convierta en una enciclopedia de nada sino en una extraña criatura que entretenga, cuestione y explore quiénes somos. Una criatura viva, ese es el objetivo. Y los personajes son la clave.

“La Ciudad de la Memoria” es un título muy sugestivo que nos hace pensar en aquello que ya ha pasado, pero sigue estando en el ADN de la ciudad. Todas las ciudades tiene una  pasado que construye el relato de su historia, pero no todas tienen memoria de ello. ¿Valencia es una ciudad con memoria?
Desde luego. Creo que todas las ciudades de nuestro país poseen esa memoria, ya que sus raíces se hunden en su pasado, y existen varios estratos históricos que conforman lo que somos ahora. En mi caso concreto, yo vine a Valencia hace 15 años desde Murcia buscando una ciudad más grande, con mayor actividad cultural y eso fue lo que encontré. En aquellos tiempos esa Valencia nos la vendían como “la proa de Europa”, la ciudad de los proyectos y la ultramodernidad, y yo en lugar de eso me encontré con una ciudad con tradición histórica valiosísima, con uno de los mayores cascos antiguos de Europa, donde en cada rincón la piedra chillaba a gritos su propia historia. Eso me fascinó. Valencia es una ciudad con memoria, pero la memoria, por definición, también puede perderse.
Por otro lado, desde que vivo aquí, Valencia me ha parecido el compendio de muchas actitudes de nuestro país: gentes que son capaces de lo mejor y lo peor, de crear grandes cosas y desaprovechar recursos a partes iguales. Una ciudad paradójica e interesantísima, con muchos contrastes, en cuyo pasado y presente trato de escarbar yo durante la novela. En este caso, el pasado es sin duda uno de los temas capitales de la narración.

Valencia, en los últimos años ha ido ganando terreno como ciudad literaria, quizá por el gran número de escritores que están surgiendo. Pero, desde hace pocos años,  también se ha convertido en escenario de novela negra, como “La Ciudad de la Memoria”. ¿Crees que tiene algo especial que le hace sugerente para la novela negra?
Ahora se asocia con mucha alegría a Valencia con la corrupción, por los recientes procesos judiciales que continúan en marcha y colorean la actualidad política. En definitiva, se ve pertinente a Valencia como escenario de novela negra. Pero yo concebí mi novela antes de que eso sucediera. Cuando comuniqué a mi entorno los planes para esta novela trataron de convencerme para llevarme los personajes a otro escenario: Lisboa, Nápoles, algún tipo de ciudad decadente, decrépita y literaria. Lo consideré, pero eso reforzó mi idea inicial de construir esta ciudad de la memoria en una Valencia que, como comenté antes, tiene muchas posibilidades. Además, la Valencia de Mejías es una ciudad distinta y especial, que combina la realidad de sus calles con ciertos toques de cómic, escenarios delirantes donde cualquier cosa es posible.

Para finalizar. La pareja Mejías/Berta, desde mi apreciación, tiene un largo recorrido novelístico, siempre que el autor lo crea conveniente o su estado de mental le animen a continuar con ellos como acompañantes literarios. ¿No sé si has pensado en seguir explorando sus posibilidades en el mundo del crimen?
Efectivamente, la pareja Mejías/Berta tiene un recorrido que está proyectado para cuatro novelas. No suelen gustarme las series que se reducen a casos donde los personajes centrales no evolucionan. De la misma manera que en la primera novela hay un gran salto en ambos personajes, en las tres restantes volverán a transformarse, a evolucionar y buscar sus propios límites. Son caracteres que aún deben crecer más, y yo también con ellos. Solo espero que los lectores me acompañen.

Así pues, ahora estoy escribiendo la continuación de La Ciudad de la Memoria, de la que aún no puedo decir mucho, solo que me está exigiendo tanto o más que la primera novela. Me encuentro ahora a mitad del primer borrador, aunque he tardado mucho tiempo con la documentación y la estructura, y todavía faltan las interminables revisiones. Espero que en algún momento de 2016 esté disponible para los lectores. También tengo en mente otros proyectos al margen de Mejías, siempre con la intención de continuar creciendo como autor.


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