sábado, 2 de mayo de 2015

1º de Mayo

                                                                                               Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 1 de Mayo de 2015
El 1 de Mayo es una fecha que nunca ha gustado a la derecha, y mucho menos a la oligarquía que mueve los hilos del país. De hecho durante las cuatro décadas de franquismo, el Régimen no lo denominaba Fiesta de los Trabajadores sino fiesta de San José obrero, acatando la doctrina de la Iglesia, que con Pío XII en el Vaticano declaró en 1955 el 1 de Mayo día de San José Artesano, por aquello sacralizar el trabajo como una bendición divina, que eliminara todo vestigio de celebración obrerista a la fecha. A Franco, más allá de los delirios del Papa que en 1949 autorizó a la Congregación para la Doctrina de la Fe excomulgar a cualquier católico que apoyara o militara en un Partido Comunista, tampoco le gustaban los trabajadores, veía en ellos la picadura del tábano del marxismo y por ese trató durante toda la dictadura tenerlos a buen recaudo bajo las alas amenazantes de los sindicatos verticales. Y aprovechó el día de San José Obrero para ridiculizarlos en aquellas demostraciones sindicales del 1 de Mayo en el estadio Santiago Bernabeu, donde miles de trabajadores en calzoncillos y camiseta de tirantes hacían cabriolas y danzas gimnásticas para mayor gloria del dictador.
Pero como no podía obviar que un mundo de trabajadores se encontraba bajo sus pies, se inventó la Fiesta de Exaltación del Trabajo en una fecha muy simbólica, que conmemoraba la derrota de los trabajadores y sus organizaciones sindicales y políticas,  el 18 de Julio, día que el fascismo se alzó en un golpe de Estado contra el orden constitucional y legítimo de la República. Una fiesta, que tras misa bajo palio, entregaba premios a las empresas modelo y a los trabajadores ejemplares. En una España en la que el conflicto en el mundo laboral había dejado de existir gracias a las bondades de un régimen que velaba por la felicidad de sus trabajadores y el enriquecimiento de sus empresarios, el marxismo y sus discursos obreritas había sido arrojados al abismo de la Historia, o a la cuneta de los caminos.
Hoy, el Primero de Mayo ya no es un acto de encomio a un dictador o santificado por un Papa. Afortunadamente, el regreso de la democracia a España trajo cierta normalidad política y los trabajadores pueden celebrar su día sin represiones policiales ni demostraciones gimnásticas. Pero también hoy, la clase obrera vuelve a estar en una situación de absoluta alarma por las políticas laborales y sociales que en los últimos años se han aplicado en España. El paro y la precariedad laboral no sólo están sumiendo en la pobreza a millones de personas, están creando una nueva clase de esclavos laborales sin derechos y salarios de explotación, al albur de los intereses empresariales, que casi nos retrotrae a los años en que el 1º de mayo era un reivindicación por la justicia social y los derechos de los trabajadores. Aquello años a caballo entre el siglo XIX y XX, cuando los obreros luchaban por unas nuevas relaciones laborales que mejoraran su vida, sacándolos del pozo de la miseria y la explotación.
Volvemos a tener que luchar por la jornada de ocho horas que en 1886 costó la vida a cinco trabajadores tras la Revuelta de Haymarket en Chicago, que la presa de la época señaló como de hordas de brutos asesinos, rufianes rojos comunistas, dando lugar a la proclamación del 1 de Mayo como fiesta de los trabajadores, fecha en que se iniciaron las revueltas. O la Huelga de La Canadiense en Barcelona, que acabó en una huelga general en la ciudad que paralizó la actividad industrial, haciendo que España fuese el primer país europeo que aprobaba la jornada laboral de ocho horas.
Muchos de ustedes pensarán que hoy ya tenemos esta jornada laboral. Cierto, así lo recoge el artículo 34 del Estatuto de los Trabajadores: “La duración máxima de la jornada ordinaria de trabajo es de 40 horas semanales de trabajo efectivo de promedio al año”.  Pero en un país donde la Ley va siempre por detrás del rufianismo, no cuesta mucho buscar algún subterfugio para saltársela. Nada más fácil que la institucionalización de las prolongaciones de jornada, donde se trabaja gratis muchas más horas que las marcadas en los contratos, ahorrándose el empresario salarios y puestos de trabajo. Además, si el goberno de turno, con la ministra Fátima Báñez, como martillo de los trabajadores, aprueba una Ley de Reforma Laboral que permite reducir los trámites empresariales para modificar los contratos. ¿Dónde quedan las jornadas de ocho horas? Muy fácil en los que las tienen de cuatro.
El paro, los bajos salarios, la eliminación de derechos laborales, la lapidación de los Sindicatos, la Reforma Laboral, todo obedece a un mismo objetivo: convertir a la clase trabajadora en nuevos esclavos de la oligarquía del país, retrotrayéndonos casi a la sociedad   que retrata la novela “Germinal” de Émile Zola. Nuevos peones de brega de sus intereses, para que sigan enriqueciéndose y distanciándose en un brecha social insalvable para la mayoría de la población. Ese es el mundo neocapitalista que quieren imponernos, y por el que están dispuestos a luchar sin concesiones. No olvidemos nunca que el salario es uno de los mayores factores de distribución de la riqueza que existen. Y no hay salario digno sin derechos laborales justos.
Por eso, el Primero de Mayo es más necesario que  nunca. No tanto porque haya una gran movilización ciudadana (vivimos tan anestesiados que no somos conscientes de la realidad que nos circunda), sino porque debe ser el reinicio de  nuestra condición de trabadores y ciudadanos con derechos, por encima del papel que nos han asignado de consumidores, deseosos de tener más. Tiene que ser el principio de una lucha democrática que va a durar tiempo, en la que hay que volver a coser el tejido sindical roto por un intensa propaganda de desprestigio, que al final nos hemos creído y, por qué no decirlo, por méritos propios de un sindicalismo que debe reflexionar sobre algunas de sus actuaciones en los últimos años.

No caigamos en el discurso machacón del poder del individualismo como medio de solucionar nuestros problemas. Los derechos individuales son necesarios y saludables en una democracia, pero si no están en sintonía con los derechos colectivos, estamos muertos como ciudadanos. Y los Sindicatos, que fueron pieza clave para el bienestar de los trabajadores durante muchas décadas (esto lo sabe muy bien la oligarquía, por eso está intentando destruirlos),lo tiene que ser en la recuperación de nuestros derechos laborales y dignidad ciudadana. Lo demás es el suicidio; tirarnos de cabeza al abismo de la desigualdad.

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