martes, 25 de noviembre de 2014

Desde la penumbra

                
                                           Imagen: Akane Estudio
Escrito por González de la Cuesta
Cuando uno lee a M. Carmen Castillo no se emociona: ni llora, ni ríe, ni siquiera siente miedo, es una sensación extraña que te hace estar pegado a su literatura, sin ninguna empatía, sin embargo, al igual que nos sucede cuando leemos a Poe o a Lovecraft, un estremecimiento de inquietud se instala en nuestro interior, como algo que surge desde muy dentro de nosotros y no podemos controlar. Por eso, conforme crece esa sensación sentimos como sus historias nos va atrapando, hasta que, sin darnos cuenta, nos encontramos dentro, no como personajes, sino como espectadores que tienen su butaca en primera fila del escenario, y que sin ser conscientes de ello son parte del espectáculo.
                Estas sensaciones son las que uno tiene y no tiene cuando lee “Desde la penumbra” (Unaria Ediciones), el último libro publicado por M. Carmen Castillo. Cuatro historias en las que no hay terror, ni miedo, pero que producen una inquietante turbación en esta conciencia postvictoriana que todavía arrastramos. Ese el truco, el mecanismo mental que utiliza la autora para controlar, sin aspavientos, nuestra mente de lectores, y dejarnos y regusto amargo, pero a la vez deseosos de volver a probarlo.
                Cuatro historias bien distintas son el alma de “Desde la penumbra”, pero que tienen un hilo conductor: entrar en lo profundo nuestra psique y agitarla sin concesiones. Porque lo peor de todo es que no hay escenarios góticos, ni románticos, ni espectrales, ni fantásticos. No hay nada que nos haga intuir que entramos en el mundo turbio del miedo. Nada de eso. Son cuatro historias sencillas, sin barroquismo. Con personajes aparentemente normales, como usted y yo, que sin embargo se enfrenten a situaciones tan imprevistas como paradójicas. Y ahí está el quid de este libro: la simpleza y normalidad perturbadora con que los personajes afrontan su situación. Todo ello escrito con un literatura muy bien cuidada y mucho oficio. Se nota que M. Carmen tiene mucho escrito, que esperamos poder ver publicado pronto.

                Y si no me creen, lean “Desde la penumbra”. Posiblemente tengan otras sensaciones diferentes, pero les aseguro que hay una de la que no se van a librar: el recelo psicológico que produce este libro.   

martes, 11 de noviembre de 2014

Entrevista con Jose Luis Labad. Poeta

                                                                                                                    Foto: Autor desconocido
Entrevista realizada por González de la Cuesta

José Luis Labad (Madrid 1952) es un hombre entregado a dos pasiones: el servicio a los demás, a través de su actividad social con la infancia y la juventud y la literatura, concretamente a la poesía, donde se mueve como pez en el agua. Poeta machadiano, por el que siente una profunda admiración, ha sabido plasmar en su poesía un profundo amor por las mujeres, a las que dedica su trilogía “Gotas de Tinta”, desde una perspectiva cotidiana, poniéndose en la piel de cómo sienten las mujeres y a qué problemas se enfrentan en la vida, tanto amorosa, como profesional o vivencial; consiguiendo que, a través de sus versos, nos identifiquemos con ellas. Este poeta madrileño ha publicado cinco libros de poesía y se va consolidando como uno de los poetas más interesantes del panorama actual, como se ha podido comprobar en la Feria del Libro de Madrid de este año, con un gran éxito de ventas de su último libro “Palabras bajo la cama”.
Sentados bajo el rumor de las palabras que bajan de las estanterías de una librería, hicimos esta entrevista en octubre de 2014.

1.- Eres una persona que ocupas gran parte de tu tiempo en actividades sociales, incluso eres fundador de una asociación que se dedica a la educación de tiempo libre para la infancia y la juventud. Sin embargo, en tu página web te defines como un poeta que deja volar sus emociones, dando rienda suelta a la pasión en lo que escribes. ¿No existe una contradicción entre esa entrega racional que exige dedicarse a labores sociales y una poesía escrita con el corazón?

No, no es ninguna contradicción, al revés, se complementan. Para trabajar como voluntario en estas asociaciones sociales sin ánimo de lucro y en barrios con muchas carencias, hace falta ser creativo, imaginativo e introducir mucha poesía y magia para llegar al corazón de esos chicos y chicas. Es un trabajo que me apasiona y que desde que tenía diecisiete años, llevo realizando en esos barrios de la zona sur de Madrid.

2.- Tanto tiempo con los pies puestos en la calle, tienen que imprimir carácter. ¿En Qué medida ha afectado esto a tu poesía?

Como bien dices llevo toda mi vida pisando la calle, esa calle de los necesitados, de los que sufren por un amor prohibido, de los que los golpes les han marcado no solamente el cuerpo, sino también el alma, de los que ven que la vida pasa y no pasa por ellos, de los que les tienes que poner palabras en su boca para que puedan decir algo. También de aquellos que sonríen, disfrutan y te hacen feliz. Para ello, hay que tener los pies y la mente puesta en la calle, y sobre todo disfrutar con ello. Si tu disfrutas, los que están a tu alrededor también. Por eso, compongo una poesía cercana a la gente, pues no sabría hacerla de otro modo. Todo eso afecta a mi poesía y a mi forma de ver y de ser en la vida. Mi poesía es como yo: Sencilla y cercana. Soy un escritor de la calle de un barrio obrero cualquiera. Soy un poeta de barrio.

3.- Sin embargo, en la trilogía “Gotas de tinta”, que si no me equivoco son tus tres últimos libros, la mujer, desde el sentimiento del amor y todo lo que ello conlleva, es la protagonista de los poemarios. ¿Qué es lo que te conduce a elevar a la mujer a una categoría tan elevada, que la convierte en el cuerpo central de tu obra?

No es que la mujer ocupe una categoría más elevada, pero si, una categoría distinta e indudablemente mucho más perfecta que la nuestra. Lo que también es cierto, es que es el eje central de mi obra y de mi vida. La mujer es el centro de nuestra existencia, es el eje principal de lo cotidiano y de lo sublime. Son pura esencia de entrega y dedicación y por eso, he querido rendir como muchos otros poetas, un homenaje a la mujer desde distintos puntos de vista. Un homenaje a las mujeres trabajadoras, a las madres coraje, a las que la violencia de género les atenaza, a las que sienten el amor mucho más intensamente que un hombre, a las que aman a otra mujer, a las que pierden la memoria o a las mujeres trabajadoras que se abren paso en un mundo de obstáculos. Y también de una forma velada, a esos hombres que todavía ponen sonrisas en los labios de ellas.

4.- Dices en tu web que a veces el miedo nos atenaza para no escribir poesía. ¿Cuándo has sentido miedo por última vez delante del papel en blanco?

Me refiero al miedo de esas personas que al decir que publicas un libro de poesía, hacen un largo ¡Ahhh!, como diciendo: No me gusta la poesía: Si fuera novela seguro que te la compraría, pero es que me aburren los poemas.
También puede existir el miedo, a medirse entre los grandes poetas que hemos tenido a nuestro alrededor, (y que tenemos) y pensar que nuestra poesía nunca podrá ser igual, ni parecida a la los grandes maestros. Pero para escribir, hay que hacerlo con nuestro propio corazón y dejarse llevar por esos sentimientos que nos mueven. Hay que poner nuestro sello en cada verso y en cada poema. Hay que ser humilde y aprender de todo y de todos.
Y como me comentas, el miedo a sentarte delante de un papel en blanco y quedarte del mismo color que él, es el pavor que tenemos todos los escritores y artistas en general, es una sensación que nos paraliza muchas veces, pero que en realidad, lo que hace, es que nos esforcemos más en nuestro trabajo. Estoy con dos novelas en este momento y lo hago de esta forma, para que cuando me siento delante de una y no me llega la inspiración, pueda ponerme con la otra para ver si me llega, y de verdad que funciona. También puede pasar que mezcle cosas de una y otra, la solución en ese caso, es hacer una novela con muchos líos y muchas páginas. Pienso que así empezó el maestro Ken Follett.
Pero como decía Picasso: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Y nadie nos regala las ideas, hay que encontrarlas y trabajarlas hasta la extenuación.

5.- Me tienes que explicar cómo se hace lo de escribir dos novelas. A mí me parece un trabajo de funambulista. Aunque escribir una trilogía dedicada a la mujer con la finura que tú lo haces, ¿no es andar un buen rato por la cuerda floja?

Escribir dos novelas es complicado, pero tiene su razón de ser, como te he dicho anteriormente. Siempre tiene que existir una principal y otra, que sea simplemente para cambiar de canal si te aburres o no te salen más ideas ese día. También para complicar un poco más mi vida, estoy con otros dos poemarios; Trazos de tiza que es una poesía de la calle y del día a día cotidiano, en la que intento mezclar muchos temas y por si me sobra tiempo otra publicación, de romance y poesía satírica, que se titulará Entre risas, mofas y demás esperpentos. Así con cuatro obras, tengo más posibilidad de encontrar más salidas para escribir.
También me dices que al escribir este tipo de poesía en la trilogía, puedo andar por la cuerda floja, pero no es así, la verdad es, que al principio cuando empecé, me dio un poco de miedo no caer en los tópicos de la poesía de este tipo, pero según fui avanzando, me encontré mucho más cómodo, más seguro y más identificado con ella. Han sido tres años de trabajo, observando sus comportamientos, sus formas de actuar, sus temores o sus dichas, intentado hacer una poesía con todo el respeto posible y sin que se me tilde de “pastoso”. Hablar de los sentimientos del maltrato, del amor entre mujeres, de la muerte de la pareja, de la sensualidad, de la perdida de la memoria o de cualquier otro tema, donde el eje principal es la mujer, no es andar por la cuerda floja, es caminar firme y seguro por las aceras de las emociones.

6.- Precisamente te lo preguntaba por eso. Por la posibilidad de caer en un poemario pastoso y cursi o, por el contrario, dejarte llevar por una empatía excesivamente feminista que convirtiera la trilogía en un panfleto. Sin embargo creo que no es así, que has acertado en la sencillez y cotidianeidad de los problemas de la mujer y de la pasión. En el prólogo de “Palabras bajo tu cama”, Julia de Castro Álvarez, lo explicita claramente: “A lo largo de estos tres libros se intuye que no se ha dejado nada en el cajón… todo lo ha vertido sobre el papel tan crudamente, que a nadie pude dejar indiferente, porque sus poemas son como la vida: reales”. Da la sensación de que te has vaciado al escribir esta trilogía.

He intentado no caer en esos términos y hacer una poesía, en donde la mujer, se pueda ver reflejada y el hombre, pueda mirarla de una forma distinta y mucho más cercana.
Como bien dice la escritora y prologuista de este último libro Julia de Castro, he pretendido no dejarme nada en el cajón y escribir crudamente esos momentos, de esas mujeres tan distintas, pero a la vez tan parecidas que nos rodean todos los días. Julia me conoce bien y retrata mis sentimientos tal como son y dice: “Escribe lo que siente y lo que vive”, y eso, es cierto, hay que vivir plenamente lo que se siente al escribir y sobre todo en la poesía.
Tendríamos que pararnos mucho más en observar lo que nos rodea y eso, es lo que he hecho en esta publicación, observarlas, aprender de su fortaleza y de sus ganas de luchar ante todas las adversidades que tienen en su camino.

7.- ¿Podríamos decir, entonces, que eres un poeta de lo cotidiano. En este caso de la cotidianeidad de las mujeres?

Indudablemente que sí. En ésta trilogía, he intentado retratar lo cotidiano de la figura femenina en casi todas las facetas que me ha sido posible, y créeme que no ha sido fácil, han sido tres años de trabajo minucioso y apasionante, donde he aprendido mucho de ellas y con ellas. Ahora el respeto que tenía por ellas, se ha acrecentado mucho más.

8.- ¿Después de cinco libros de poemas publicados, y un buen número de lectores, qué te ha dado la poesía en todos estos años a nivel personal?

Sobre todo, ver la vida de otra forma, fijarme más en lo que tengo a mi alrededor y valorarlo en su justa medida. Cada detalle me da una pauta para escribir, cada palabra que oigo en la calle, me produce un vértigo que me obliga a apuntar ese comentario rápidamente, para al llegar a casa, desarrollar un poema o simplemente unos cuantos versos.
También me ha dado algo muy importante, nuevos amigos que tienen la misma inquietud que yo, y ante todo, seguir manteniendo a los viejos amigos, que son lo más importante de mi vida.

9.- En tu último libro haces un homenaje a Antonio Machado introduciendo el poema “Soñé que tú me llevabas”, al principio ¿Qué te identifica con Machado? y sobre todo ¿Qué parte de tu poesía tiene una herencia machadiana?

El poema que da entrada a esta publicación, es solamente un homenaje a un hombre grande de nuestra literatura mundial. Con Machado me identifica su amor a la poesía y su sensibilidad al componer, pero nunca osaría identificar su poesía con la mía, Machado era, o mejor dicho, es, un maestro para nuestra poesía. ¿Herencia? creo que ninguna. ¿Admiración? Toda la del mundo.
Machado, Lorca y Hernández son mis poetas predilectos.
Lo que si me causó una satisfacción enorme, al comprobar, que tanto tú, como yo sentimos gran admiración por él. En tu libro “Nunca seremos los mismos”, le retratas tal y como siempre me le había imaginado, sencillo, cercano y grande a la vez. Aunque no sea el momento adecuado y creo que ya te lo he dicho anteriormente, te vuelvo a recordar que hacía bastante tiempo, que un libro no me cautivaba tanto como éste.

10.- No obstante, aunque la modestia te honra, yo si he percibido en algunos de tus poemas trazos que recuerdan a Machado. ¿Con la trilogía Gotas de Tinta acabada y publicada, podemos saber con más precisión en qué estás trabajando ahora?

Que alguien vea en mis poemas trazos de Machado me llena de orgullo, aunque mi poesía es incomparable con la del maestro, y no digo que no se pueda comparar, pero hay cosas en la vida, que son incomparables y esta, es una de ellas. Machado fue único e irrepetible y nunca sería capaz de emularle conscientemente. ¡Qué más quisiera estar yo, ni al cero coma uno por ciento a la altura de sus versos!
Y para contestar a la pregunta de las faenas literarios que me tienen inmerso en este instante, y como dije anteriormente, estoy trabajando en dos novelas y en otros dos poemarios. Una de las novelas es de intriga y acción, y la otra, es una historia de vivencias de un grupo de personas que no se conocen de nada y que encierran esos secretos inconfesables, que solo se pueden contar a unos individuos desconocidos, que nunca volverás a ver en tu vida.
Y para no olvidarme de mi pasión por la poesía, estoy con otros dos trabajos, el primero es una mezcla de poemas sociales del día a día, y el otro poemario de poesía satírica, donde intento mezclar versos divertidos e intrascendentes con los temas cotidianos que nos rodean.
Y esos son los proyectos literarios que tengo en marcha.




lunes, 13 de octubre de 2014

Entrevista a Luis Rodríguez. Novelista.


Entrevista realizada por González de la Cuesta

En la presentación de su segunda novela “Novienvre”, Alvaro Colomer, que hacía los oficios de introductor del novelista, dijo que Luis Rodríguez era un escritor que había llegado tarde a su tiempo de escribir, que quizá unos años antes habría sido un autor afamado con el reconocimiento de los lectores. Es una afirmación acertada, porque Luis Rodríguez escribe desde la inteligencia y sin concesiones a una sociedad, la actual, banalizada por las urgencias del consumo, y sus novelas exigen detenerse y pensar; deglutir unos personajes que nos quiere hacer ver que son normales, pero que llevan una bomba de relojería en su interior a punto de estallar y reducir a pedacitos  nuestras conciencias armadas de buenos pensante. Y es que Luis Rodriguez, después de nacer en Cosío (Cantabria) en 1958, es un lector impenitente, de los que asusta su capacidad para la lectura, una afición que nació en los años que vivió en Madrid (dice él que empezó tarde, a los 16 años) y consolidó en Barcelona y después, como un largo y caudaloso río, ha seguido su curso hasta hoy. Según confiesa no puede concebir la vida sin lectura. Es de su afición a leer de donde surge la pulsión de escribir, y a los cincuenta años se lanza a la aventura, ganando el Premio Luis Adaro de Relatos, lo que le anima para regalarnos dos maravillosas novelas, inquietantes novelas, que no son de lectura fácil: “La soledad del cometa” y “Novienvre”, publicadas ambas en KRK Ediciones, que le han convertido en un escritor de culto, quién sabe en qué si las hubiera publicado hace veinte años. 


Eres un lector sin tregua. Tus recomendaciones de libros son siempre certeras. ¿Qué fue lo que en tu vida te llevó a la lectura?

Sí, y no puedo ni quiero evitarlo. No concibo, o no quiero concebir, la vida sin libros. Seguramente no soy un buen lector, no respeto el esfuerzo que esconde cada libro porque entre dos libros leídos hay siempre muchos comenzados; es algo que no he corregido con el paso de los años. La lectura está tan íntimamente ligada a mí que carga con todos mis defectos.
Agradezco tu generosa alusión a las recomendaciones. Tienen mucho que ver con mi gratitud por lo que he disfrutado con ellas; no obstante, soy consciente de que no es tan sencillo, si libros que hoy nos entusiasman quizá hace un tiempo estuvieron en nuestras manos y no nos sedujeron, cuanto más difícil no será para alguien con otro criterio y otra experiencia.
Debí llegar a la lectura por varios motivos, no sabría concretarlos. Sí sé cuál encendió la mecha. Soy un lector tardío, prácticamente no había leído nada hasta los dieciséis años. El libro que abrió una puerta que no voy a cerrar es El jugador, de Dostoyevski. Fue el primer libro que me dijo que no estaba solo.

Que la literatura sea un bálsamo contra la soledad es un consuelo, no menor ¿Qué significa para ti no estar sólo cuando lees un libro?

La soledad de la que hablo, más matizada, tiene poco que ver con la falta de compañía. Mi infancia fue muy feliz, siempre arropado por mi familia y sin problemas para relacionarme. Pero, desde siempre, tuve la sensación de que había una serie de inquietudes, preguntas, una mirada sobre las cosas de la vida que me parecía solo mía, que, de un modo sutil, creía que me diferenciaban, y no las supe compartir. De repente, en los libros, un alemán me habló del estigma de Caín, precisamente de eso que nos hacía únicos, un escocés me dijo algo de mi lado oscuro que ni yo mismo sabía, me sentí extranjero en París con un argentino… Tú has utilizado una palabra que me gusta mucho: bálsamo. Sí, aunque un bálsamo especial, porque es verdad que la literatura alivia, pero también conmueve, e inquieta, por lo menos la que a mí me gusta.

Hoy está de moda menospreciar el valor de la literatura como fuente de conocimiento universal. Todo lo que no sea distracción de fácil consumo no tiene valor. ¿Eres de los que sigues pensando que en los libros está toda la sabiduría pasada, presente y futura?

No, no lo creo. El libro ha sido, es, y, seguramente, será importantísima fuente de transmisión de conocimiento, pero no la única. Piensa que solo interviene un sentido, y ni siquiera ese es exclusivo de la lectura. El libro es un artefacto condenado a permanecer; es prodigioso. El ser humano no dejó de pasear cuando aparecieron las bicicletas, ni estas se extinguieron cuando se inventó la motocicleta, porque cada acción ofrece un puñado de ventajas y estímulos concretos a los que por lo menos yo no estoy dispuesto a renunciar, como tampoco quiero renunciar a todo lo que me ofrece la tecnología actual.

Sin embargo, al margen del soporte, que yo creo esa es una discusión vana, que tiene un fin más mercantilista que cultural, lo cierto es que el libro, como entidad instrumento de la literatura, está en crisis. O sería mejor decir, la literatura. Se lee poco y lo que se lee es de fácil consumo. ¿Qué papel crees que juegan las editoriales y los libreros en esta crisis?

Creo que a muchas editoriales les falta coraje y convicción en su propia facultad para elegir un buen texto. La mayoría anuncian en sus páginas que, saturados, no te molestes en mandar una novela para valorar su publicación. Quieren saber quién eres,  qué has publicado y quién te recomienda, como si no fueran capaces de reconocer por sí mismos el valor de una obra. Dicen que reciben centenares de novelas; para un criterio propio, uno puede rechazar el noventa por ciento de los textos leyendo el primer párrafo, y, en pocas páginas, concentrarse en las dos o tres que le interesen. Cuesta muy poco (o menos) acusar recibo y enviar la carta de cortesía aunque solo sea porque es más probable que haya un cliente en ese escritor que en alguien que no escribe. Libreros hay muy buenos y muy malos. Su papel es fundamental, el librero es el primer prescriptor, influye más que la crítica literaria, más que un amigo; decide un porcentaje muy elevado de las ventas, y creo que es importante canalizar bien esa influencia.
En tu pregunta no incluyes al lector, yo tampoco lo haría porque creo que es, y debe seguir siéndolo, soberano.

Claro que el lector es soberano, aunque no vacunado contra la mercantilización de la literatura. Tú tienes publicadas dos novelas “La soledad del cometa” y “Novienvre”. ¿Cuándo escribes lo haces pensando en un tipo concreto de lectores o escribes al albedrío de tu inspiración?

Las dos cosas. Escribo pensando en alguien tan concreto como yo mismo, con un peso gigantesco del albedrío. Hay un tipo de literatura, la que antes concernía al narrador puro, donde el autor sabe lo que quiere contar, se pertrecha de inspiración y una buena caja con oficio y recursos y se pone a escribir. La literatura con la que yo enredo es como variaciones de una vida, un ensayo, como inyecciones de ficción a una realidad mía, íntima. Me concierne mucho en origen, y después, en las reescrituras; me tienen que gustar la frase (más preciso, no disgustar) y los sitios donde te lleva cada párrafo. Ignoro cómo será lo próximo que escriba, y es verdad que tengo poca obra para asegurar un estilo, pero ya me parece a mí que lo escrito hasta ahora se parece mucho a la literatura que más me gusta, con mucho espacio para la ambigüedad y la elipsis que permiten respirar con holgura al lector.
En cuanto al albedrío de la inspiración, no soy de los que escriben “con brújula”. Puedo tener una idea inicial de lo que quiero contar y el final, pero siempre me distraigo, cambio el derrotero y termino allí donde nadie me espera.

Sin embargo en tus dos novelas publicadas “La soledad del cometa” y “Novienbre”, da la sensación de que tu vida tiene mucho que ver en la escritura de ambas. No es que quiera decir que tienen retazos autobiográficos, no te creo tan despegado del mundo, pero sí que es cierto que una manera, tu manera de mirar la vida, queda reflejada en ellas. No sé si esto es una mera apreciación personal o hay algo de cierto en ello.

Tienes razón, especialmente en “Novienvre”, donde prácticamente toda la obra nace de la experiencia: el protagonista tiene mi nombre, toda su infancia es la mía, exagerada claro, la academia, su madurez, los escenarios perfectamente reconocibles. Puedo ampararme en que tuve la necesidad de contar algo, y seguramente así fue, pero también planea sobre la elección la inseguridad del novato, la falta de confianza en mis propios recursos a la hora de contar una historia, y quizá por ello recurrí a unos paisajes conocidos y unas historias casi reales. Esta especulación me conviene porque en mi tercera novela, ya acabada, no soy reconocible; la protagoniza una voz narrativa bastante juguetona y ambigua.
Me interesa lo que dices de la mirada. Tú eres escritor y no sé si te ocurre, pero a mí me da la impresión de que la mirada literaria nos seduce porque quizá sea una mirada más valiente, con más coraje de la que exhibimos en la realidad. Es posible que haya un poco de redención en la escritura.

Pienso que todo escritor busca en su escritura redimirse de lo que no es, por eso cada novela supone volcar una parte de ti en ella, viviendo la vida que no vives. Pero, en tu caso, con el Luis Rodríguez de “Novienvre”, que no tiene una experiencia vital envidiable, ¿qué buscabas al construir un personaje, rodeado de una soledad seductora, que transita por ella como quien circula por la cocina de su casa? 

Transitas, al principio, por lo que no eres, y te parece un puro juego intelectual la exploración, pero no tardas en incubar la sospecha de que nada es inocente, ni mucho menos casual. Es como si la ficción necesitara un espejo donde reflejarse y tuviera una querencia obstinada hacia ti, el autor. Nos guste o no, hay algo de uno en los personajes; su soledad, los derroteros y sus acciones, no son un artificio que surge por generación espontánea. El protagonista de “Novienvre” necesitaba una infancia contundente y utilicé la mía; quise justificar su mirada madura y se me ocurrió, como Don Quijote con los libros, regalarle mis lecturas juveniles. Comparto el universo de la novela. Hablas de la soledad. La soledad y el mal son, seguramente, dos temas que estarán presentes en todo lo que yo escriba.

Lo provocador de tus novelas son los personajes, que de tan normales y corrientes que son nos acaban asustando cuando se salen del cliché de comportamiento que la sociedad nos impone. Cuando escarbas más allá de la vulgaridad de nuestras aburridas vidas tú nos acercas a situaciones que transgreden la norma, y por eso dan miedo. ¿Qué pretendes con ello?

Los personajes no cargan con una voluntad literaria clara. Me interesa lo que parece una anomalía, el gesto que asoma en la rutina. No busco con ello tipos desenfocados, incatalogables. Es verdad que puede parecernos inverosímil que alguien provoque que le den una bofetada para experimentar el placer desde el dolor, o que ponga a prueba con una foto la escasa capacidad de observación de la mayoría de nosotros, tan extraño como puede parecerme a mí más de una reacción privada del lector. Todas las rutinas tienen puntas de emoción y novedad. Las acciones de mis personajes son tan estrafalarias como las de cada uno de nosotros, seguramente distintas, pero igual de raras.

¿Y la novela nueva? Dices más arriba que va por derroteros distintos ¿Supone un giro con respecto a las dos anteriores? ¿Puedes anticiparnos algo?

Se titula 8.38. Es la hora que marca el reloj de la mesilla de noche de la habitación de Dostoyevski. El ruso no aparece en la novela; lo he querido utilizar porque a mí me parece que es un homenaje a la literatura. Todo su protagonismo recae sobre una voz narrativa esquiva, nada consecuente, que tiene muy serias dificultades para seguir las peripecias de los personajes. Efectivamente, creo que supone un giro, por su despersonalización, aunque no muy brusco. En cuanto a la historia, se trata de una impostura, cuenta la vida de alguien que no cabe en su propia vida y necesita inventar otras, un tipo que lleva al extremo eso que pensamos de que cada uno de nosotros contiene muchas personas, es su modo de desarticular la frustración. Un juego, en definitiva, que será eficaz si el lector no me lo reprocha.

Una última pregunta ¿Qué sientes cuando terminas de escribir una novela?

Una novela solo se termina cuando te la publican, solo en ese momento dejas de volver sobre ella. No sé si por suerte o por desgracia, en la novela, e imagino que en cualquier orden artístico, uno se enfrenta consigo mismo sobre un campo de exigencia, aptitud, tesón e inspiración. Una pelea así, si es digna, no puede concluir nunca. Si a mí no me hubieran publicado la primera novela, aún estaría trabajando en ella. Aquí no sirve aquello que dijo el geógrafo Robinson para dibujar la Tierra en un mapa plano, que trabajó hasta el punto en que, si cambiaba algo, no conseguía nada mejor. Esa línea, para el que escribe, es como el horizonte.
Respondiendo a tu pregunta, cuanto terminas de escribir una novela, cuando te la publican, si no la relees (y eso me parece fundamental), sientes alivio.





viernes, 5 de septiembre de 2014

EL RUMOR DEL VERANO. Septiembre

                                                                                                                Foto: González de la Cuesta
Publicado en Levante de Castellón el 5 de Septiembre de 2014
Escrito por González de la Cuesta
“Aún recuerdo los ojos de aquella mujer, profundos como el mar,/chispeantes como las olas que van a morir en la arena blanca/de una playa ardiente”, escribía el falso poeta, quizá porque esa fue la única imagen nítida que le quedó del último verano. Recuerdos para soñar en Septiembre, ese mes sin estación que no es ni verano ni otoño y anuncia el fin de los días marcados por la lubricidad del Sol, que hace de nuestros cuerpos terreno abonado para la sensualidad y el hedonismo.
                Siempre hay un verano en la vida de cada uno que deja una huella imborrable en el alma. Un recuerdo que nos acompañará toda la vida, por haber vivido la experiencia del tránsito de la infancia hacia sentimientos que nos abren el camino de los adultos; o porque el amor penetra como una daga afilada en nuestro corazón dejándonos una herida que nunca se cerrará del todo, aunque no tenga que pasar mucho tiempo para que deje de doler. El escritor y guionista estadounidense Hermen Raucher escribió en su novela “Verano del 42” el recuerdo de un amor que tuvo a los catorce años durante el verano que pasó en la isla de Nantucket (Massachusetts), cuando se enamoró perdidamente de una mujer joven que durante ese verano perdió a su marido en la guerra europea. Es una historia dramática, pero a la vez iniciática, que la pudimos ver todos en la bellísima película de Robert Mulligan, del mismo título que la novela: “Verano del 42”. Pero lo sorprendente es la presencia de ese recuerdo de aquel verano muchos años después de haber sucedido, grabado a fuego en la memoria del escritor americano, igual que le sucedió a Manuel Vicent cuando escribió su novela “León de ojos verdes”, evocando el verano de 1953, que pasó en el hotel Voramar de Benicasim.
                En Septiembre todavía podemos vivir los últimos estertores del verano, con días de calor en esos veranillo con nombre de santo que jalonan el mes, pero no deja de ser un mes discreto, de días que se acortan y noches que se alargan, de evocaciones de lo que pudo haber sido o pudo no haber sido el verano, de desamores acelerados y recordados para siempre, de sueños y buenos propósitos para el curso que empieza, y de retomar el pulso a los amigos y la cotidianeidad de nuestra vida. En definitiva, dejamos atrás los días de feliz holganza y asueto y volvemos a ser quienes somos durante el resto del año. El poeta César Vallejo escribía: “¡Ya no llores, verano! En aquel surco/muere un rosa que renace mucho…” Todos los años en Septiembre la rosa del verano se marchita, pero vuelve a plantarse para que germine al año siguiente, del mismo modo que nada más llegar Septiembre empezamos a desbrozar la hierba mala que ha crecido durante el verano y plantamos nuestros sueños para el año que viene.
               Porque cuando Septiembre dice adiós al verano y saluda al otoño, las playas quedaran desiertas y recuperarán la belleza de la soledad frente a la bravura del mar, que pareciera rebelarse por el largo abandono que le espera. Ya no habrá soles que calienten su espalda rizada de olas que morirán jugando en la orilla con la risa de los niños, ni lunas que iluminen sus aguas tranquilas en noches adormecidas por el susurro de muchas palabras de amor dichas frente a él. El canto de las cigarras en el bosque mudará por el rumor de las hojas arrastradas por el viento hasta formar un manto otoñal de colores que invitan a la contemplación de la tierra, a punto de retirarse a hibernar, hasta que la naturaleza se renueve la primavera siguiente. Atrás quedarán los rumores de la música sacra en el Desierto de las Palmas, el recuerdo del peregrinaje de miles de jóvenes que alcanzan su Compostela en el FIB de Benicasim, o los acordes rítmicos y espirituales del Rototom. Como todos los septiembres las obras del Museo de Arte Contemporánea de Vilafamés quedarán sumidas en el sosiego del otoño, que entrará por las ventanas como una brisa fresca para recordarles que ellas también forman parte del ciclo de la vida, del alimento espiritual que toda mujer y todo hombre necesita. El rumor del verano se extiendo en Septiembre en forma de recuerdos y de vivencias que permanecen, y eso es una fuerza de la que no podemos desprendernos, que nos da ánimo para encarar la vida cotidiana del resto del año.
                Pero Septiembre no es sólo un tiempo de recuerdos encendidos y placidos. Es también un mes de reflexión interior, de planificación y buenos propósitos, de animosidad para el futuro. Nuestro espíritu, nuestra alma, se recarga en verano del ímpetu necesario para seguir adelante. Siempre ha sido así, cuando los fenicios comerciaban en las playas de Castellón y ahora, en un mundo abrasado por las prisas, el egoísmo y la competitividad. Quizá sería bueno que del verano nos llegara el rumor de la solidaridad y la justicia, para plantarle cara a una sociedad marcada por la desigualdad y el abismo entre ricos y pobres. Un rumor amasado en las largas horas de pitanza veraniega, que nos diera la convicción de que si nos lo proponemos somos capaces de cambiar las cosas, de construir un mundo mejor en donde todos tuviéramos una vida digna, y menos manipulado por caraduras que sólo quieren acumular poder y riqueza.

                “Septiembre frutero, alegre y festero” dice el refrán. Aprovechemos que estamos en un tiempo en el que el rumor del verano todavía nos llega, para reconciliar la felicidad estival con la felicidad otoñal, para prepararnos a vivir un año que puede ser crucial para el resto de nuestra vida. Como cantaba Amaury Pérez “Solo en septiembre enmiendo los errores/las pálidas miradas y elegías/mis pecados de amor, tus sinsabores/tus alabanzas y tus elegías”.

domingo, 17 de agosto de 2014

EL RUMOR DEL VERANO. Sentimientos de felicidad

                                                                                       Foto: Del blog Trotamontes.org
Publicado en Levante de Castellón el 15 de Agosto de 2014
Escrito por González de la Cuesta
Todos los veranos de nuestra vida se acaban condensando en un puñado de recuerdos que evocan momentos felices que hemos vivido sin ser conscientes, en ese instante, de que siempre nos acompañarán, como ese perro fiel que va perenemente a nuestro lado sin cuestionarse por qué. A veces, hemos sentido en verano la emoción de un paisaje en la cima de una montaña después de un gran esfuerzo, respirando el aire puro que penetra en nuestros pulmones inundando nuestro ser de una sensación de plenitud extrema, que es capaz de hacernos abarcar toda la belleza natural que se extiende y bulle bajo nuestros pies. Vicente Aleixandre descubrió ese hechizo en la Sierra de Guadarrama y dejó escrito, para la posteridad, en el gris granito del maravilloso mirador que lleva su nombre, desde el que se puede abarcar con la vista la plenitud de la cara sur de la Sierra, el siguiente poema: Sobre esta cima solitaria os miro/campos que nunca volveréis por mis ojos./Piedra del Sol inmensa, eterno mundo/y el ruiseñor tan débil que el borde lo hechiza.
                Hay veranos que pasan diletantes a la orilla del mar, con el ritmo salino que marcan las olas en las largas tarde de estío, cuando el Sol derrama tonos dorados en el aire, y el mar se torna de un verde azulón que nos anuncia la noche. Son días de emociones latentes, de una sensualidad que se palpa en cada uno de los poros de nuestros cuerpos dilatados por el calor. Es la nada la que habita nuestra alma adormecida por ese rumor que viene desde la lejanía inmensa de ese espacio imposible de abarcar con la mirada, que es el mar. El mar como símbolo de libertad, que en verano nos tiende la mano, para sumergirnos en esa sensación placentera, tan mediterránea, de suspender el tiempo sin más ambición que sentir el vaivén de sus mareas. Julio Llamazares, en su novela “Las lágrimas de San Lorenzo” dice por boca de su protagonista, Pedro: Pero ahora sentía la libertad, la palpaba. Sentía su olor a sal y a humedad oscura y honda que el mar que me rodeaba traía con cada ola y que la brisa que lo agitaba me restregaba contra la piel. Igual que Rafael Alberti se deja seducir por el encanto del mar y sueña con ser marinero en tardes del Sol y noches de Luna: “Sueño en ser almirante de navío,/para partir el lomo de los mares,/al sol ardiente y a la Luna fría”.
                Los besos son más dulces en verano porque tienen la urgencia del tiempo; el deseo forjado por las noches cortas y los días que pasan como horas cuando se está en los brazos de la persona amada. Son besos húmedos, estacionales, de amores que tienen la brevedad del verano, sobre todo cuando la juventud corre por nuestras venas y cualquier urgencia para estar entre los brazos de nuestro amor es poca. Como ese beso de pasión estival que con la ciudad eterna como fondo se dan Audrey Hepburn y Gregory Peck en la película “Vacaciones en Roma”, con el deseo de amarse a flor de piel. Pero también hay besos menos urgentes. Besos macerados por amores de madurez, más contenidos y menos impulsivos, como aquel que se dieron Humphrey Bogart y  Katharine Hepburn en “La Reina de África”, que hizo estallar su amor contenido por el puritanismo de la época, durante el verano pantanoso de su huida por el río Ulanga de las tropas alemanas, en la Gran Guerra. Hay otros besos que en verano ser pierden en la noche, a la luz de las Lágrimas de San Lorenzo; besos que no se han dado, que han pasado por delante de nuestros labios, tan fugaces, que han sido más una ilusión, un deseo pedido a las Perseidas, que un encuentro de amor en la plenitud del firmamento iluminado de estrellas. La vi y ya no pude olvidarla,/tras sus ojos negros, brillantes,/calma nocturna de estrellas,/sonaba Corcovado para los amantes/y yo quise ser el pensamiento de ella”, escribió el falso poeta.
                Por qué en verano nos enamoramos hasta la pérdida de la razón, es un enigma. Transitamos por el filo hiriente del amor, con una intensidad tan grande que aquello que podría llegar a ser placentero lo vivimos en una constante angustia de desamor. En la estación más lúdica y carnal del año tememos que el tiempo se nos escape por los desagües que deja abiertos la pasión por el otro. Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo, escribió Virgilio en sus Geórgicas. El contacto físico, el aliento perfumado de la noche abrazados a quien entregaríamos todo nuestro ser; los besos de humedad salina que se hacen dulces en nuestros labios, se vuelven urgentes porque el tiempo del verano apremia, y luego… el otoño, con sus días que van declinando hacia el olvido aquello que fue libación amorosa de vida. Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan/para que no los puedas convertir en cristal, cantaba Silvio Rodríguez, intentando exorcizar el vacío que el verano puede dejar cuando llega el otoño y los duendes obran para que el amor encendido en las noches calurosas de Luna y estrellas sea sólo un recuerdo de desamor.

                Un verano que no deja recuerdos imborrables se diluirá entre los pliegues de nuestra memoria y nunca habrá existido, dejando un vacío que será imposible de rellenar con otros veranos. Un paisaje que colma nuestro espíritu de paz, una música que abre nuestros sentidos a la belleza, un cuadro que nos hipnotiza hasta el punto llevarlo siempre junto a nuestro corazón, un beso que cae en nuestros labios con el deseo de hacerlo eterno, una playa que nos convertirá en diletantes mecidos por el rumor de las olas, y un amor que juraremos para siempre con la urgencia del fin estival, son sentimientos imperecederos que nos dejarán una huella de felicidad que sólo puede proporcionarnos el verano. Nada podrá apartar de mi memoria/la luz de aquella misteriosa lámpara,/ni el resultado que en mis ojos tuvo/ni la impresión que me dejó en el alma. Del poeta chileno Nicanor Parra.  

domingo, 10 de agosto de 2014

EL RUMOR DEL VERANO. El goce del arte

                                            Imagen: "El árbol residente en la mente humana" de Úrculo
Publicado en Levante de Castellón el 8 de Agosto de 2014
Escrito por González de la Cuesta
El verano aprieta fuera, agostando las calles de piedra arcillosa, de rojizo rodeno y cal blanca envueltas en un halo casi mágico, como de pueblo emergido de un cuento de las Mil y una Noches, por algo su trazado en la parte antigua viene de los tiempos en los que la villa era musulmana, pertenecen al Emirato de Córdoba, ese que Abderramán III convirtió en Califato y en el reino más poderoso de occidente, donde el lujo competía con la ciencia, la poesía y la brutalidad del califa. Pero eso fue hace más de mil años, y hoy el calor aprieta afuera y Vilafamés se resguarda tras los gruesos muros de sus casas. Por las ventanas del Museo de Arte Contemporáneo entra el rumor de las cigarras, como embajadoras campestres de la canícula, pero también entra el sonido silencioso de la placidez rural, que se expande por cada rincón del museo, haciendo que el visitante se encuentre en un mundo onírico, muy lejos del que se está cociendo en el exterior.  
                Las salas se suceden vigiladas por cuadros y esculturas que viven el verano en el fresco que dan sus anchas paredes centenarias, haciendo del palacio que alberga a tanta sabiduría plástica, una buena excusa para abandonar la abulia de la playa y alimentar el espíritu mientras el cuerpo agradece un poco de descanso solar. Porque la materia, tan al uso en el arte contemporáneo, tiene espíritu, como dijo Antoni Tàpies, y de eso, de materia y espíritu está sobrado el Museo de Vilafamés. Un alma que se muestra distinta en cada estación del año, porque el ánima está expuesta a los humores climatológicos, y en verano se muestra abierta a la experiencia onírica, a la sensualidad que provoca la dilatación de los cuerpos y la expansión de la mente hacia lugares ignotos, que nos gustaría sentir.
                Pero el arte contemporáneo no es fácil, ni siquiera en su versión figurativa. ¿Qué trata de transmitirnos Eduardo Úrculo, cuando nos apostamos delante de su impresionante cuadro “El árbol residente en la mente humana”, colgado de una de las paredes del Museo de Vilafamés? ¿Somos capaces de penetrar en ese sueño evanescente de una noche de verano, que Úrculo pinta? Intentarlo es un esfuerzo vano, más vale dejarnos llevar por los sentidos, vivir la experiencia de sentirse atrapados entre los vahos nocturnos que surgen de la pintura. Cuando el visitante veraniego se sitúa ante el monumental cuadro de Traver Calzada “Las Meninas”, creerá que está ante una obra reconocible por su ojo, pero las dudas enseguida le asaltarán, por la originalidad y la actitud transgresora de la pintura.
                Si el calor del estío nos abre los poros a experiencias sensoriales, no intentemos apresar con la razón lo que está lejos de nuestro entendimiento, porque, entonces, nos convertiremos en diletantes que suben y bajan por las escaleras del museo, sin haber tenido ni una sola sensación placentera. Sobre todo cuando nuestro ojo quiere ser el comandante de lo que ve, para analizarlo y comprenderlo, sin dejar que otros sentidos, ese cerebro emocional que llevamos todos en el intestino, de rienda suelta a sus impresiones. Jacobo López, personaje de la novela “Larga tormenta de otoño” descubre el arte abstracto delante de “El Grito” de Antonio Saura, cuando se quita el velo de la razón y puede ver más allá que un lienzo emborronado de grises y negros: “Solo entonces comprendió que la pintura abstracta nos mostraba el alma de la cosas, y que necesitaba una mirada desprendida de la realidad que nos rodea para llegar al fondo de lo que es.”
                Porque si el arte figurativo que cuelga en el Museo nos resulta difícil de entender, el abstracto nos enfrenta a nuestra propia capacidad de tolerancia, esa que hacemos más elástica en verano, por lo que pasear y detenerse en estos días de canícula por las salas de uno de los mejores museos de arte contemporáneo de España, puede resolvernos muchas intransigencias. Si en su viaje veraniego por el museo se detiene ante la poesía de la obra escultórica de Marcelo Díaz, la fuerza de la abstracción expresionista de Manolo Rivera, o las cerámicas sobre tabla de Manuel Safont, entre otras muchas, mire más allá de lo que ve, atraviese el espacio que le separa de la obra y déjese llevar; no trate de comprender, simplemente sienta y recuerde que no tiene porqué gustarle, pero si le atrapa piense que es posible que en otoño ya no le trasmita las mismas sensaciones. Por eso, si paseando por el Museo cualquier tarde de este verano se encuentra atrapado en alguna obra, no tenga prisa en abandonarla, responda a su llamada y disfrute del placer de tenerla ahí, frente a usted, durante unos minutos, porque esa sensación no volverá a repetirse, pero cuando esté tumbado en la playa bajo la luz del Sol y la brisa del mar, sabrá que este verano será inolvidable porque un día se le ocurrió experimentar la sensación de dejarse envolver por un museo pleno de maravillosas obras de arte contemporáneo, y que hubo una que recordará como una acontecimiento sensorial que siempre llevará consigo.

                El Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés es una invitación para vivir una experiencia distinta en cualquier estación del año. Pero en verano, pasear por sus salas con ese maravilloso contraste que se palpa entre la contemporaneidad del arte que habita en ellas, en un espacio centenario de gruesos muros que ya ha trascendido al tiempo, como esos vinos que adquieren un bouquet con el paso de los años, que los diferencia del resto, y en un paisaje que se cuela por los ventanales de singular belleza urbana y rural, es un placer sobrevenido que nadie debería perderse. Volviendo a Tàpies, dijo en una ocasión: Pienso que una obra de arte debería dejar perplejo al espectador, hacerle meditar sobre el sentido de la vida.” Y en un museo como el de Vilafamés, les aseguro que si son receptivos a la perplejidad que produce el arte, sus vidas recordarán siempre ese momento de goce que produce la contemplación una obra de arte.

sábado, 2 de agosto de 2014

EL RUMOR DEL VERANO. Sensaciones luminosas

                                                                                                   Imagen: José de Togores
Publicado en Levante de Castellón el 1 de Agosto de 2014
Escrito por González de la Cuesta
Al igual que los dinosaurios dejaron impresas sus huellas en el barro hace millones de años, y nos han llegado hoy a nosotros como rastros pétreos que nos recuerdan que hubo otro tiempo, otros veranos bajo la luz del Sol, en los amplios bosques mediterráneos que tapizaban la Península Ibérica, o en las montañas recónditas que al norte del Maestrat circundan Morella, en donde la tierra nos va devolviendo el rastro de aquellos enormes reptiles que fueron los habitantes del planeta durante un tiempo tan grande que se escapa a nuestro conocimiento, el verano sigue marcando con huellas imborrables nuestro corazón de sensaciones difíciles de olvidar, que permanecen con nosotros el tiempo que nos dura la vida. Como la emoción que tuvo aquel chaval de 10 años cuando vio por primera vez el mar en el puerto de Valencia una luminosa tarde de Julio, cierto que era un mar domesticado por el hombre, encerrado entre los espigones que aplacaban la dársena de la bravura del mar abierto, ese que rozamos en la vuelta que dimos en la golondrina que nos llevó hasta la misma linde donde las aguas tranquilas del puerto se agitan por la llamada del oleaje de las aguas en libertad del mar abierto. Es un recuerdo imborrable perfumado por ese olor penetrante mezcla de sal y pescado, de vida oceánica en definitiva, que llegó un verano como una revelación de un mundo desconocido, para quedarse.
                Siempre me he preguntado qué pensarían los tripulantes de las naves fenicias, cargadas de sal, esparto, curtidos y minerales, cuando divisaban las Agujas de Santa Águeda, retando al sol del verano costero, que como torres vigías indicaban la presencia de las grandes playas de arena fina que se extienden entre Benicasim y Castellón, donde vararían su redondos barcos para hacer los intercambios de un comercio menor con las poblaciones indígenas de íberos del interior. Playas que tendrían la misma luminosidad estival que actualmente, y que los niños, impactados por la inmensidad del mar, aprovecharían para zambullirse en sus aguas tranquilas, con la misma algarabía que miles de años después lo hacen los niños de hoy. Una emoción indescriptible sentirían al ver ese infinito de agua bañado por el sol canicular, como tuvo Manuel, el joven protagonista de la novela de Manuel Vicent,“El león de ojos verdes”, cuando teniendo cinco años su tío le llevó, por vez primera, en un carromato, a la playa de Moncofa, y quedó impactado, de por vida, por el azul de ese mar milenario, que en verano mostraba sus mejores galas.
                El Papa Luna está sentado en la terraza almenada del Castillo de Peñíscola. Medita sobre las luchas geopolíticas que le han llevado a convertirse en un Papa cismático y refugiado en la bella localidad costera del Reino de Valencia. Frente a él, un amanecer espléndido, de finales de Julio, se yergue bajo la batuta de una esfera solar que tiñe de tonos anaranjados y azules turquesa el cielo, dando luminosidad a la infinitud de un mar sosegado, que se despereza con el fresco de esos primeros compases del día; un mar que hará, cuando el Sol estrelle sus rayos plateados sobre las tonalidades verdes surgidas de las profundidades de Mediterráneo, curvarse la línea del horizonte, recordarle que antes de Papa fue Pedro de Luna, hijo de Juan y María, nacido en Illueca, muy lejos del mar que ahora le reduce a la insignificancia del hombre frente a la inmensidad de la naturaleza, haciendo tambalearse en su terquedad por sobrevivir en el trono papal que él cree le pertenece. Pero ya no hay vuelta atrás. Son demasiado los intereses que se han creado en torno a su figura y su cetro. Tantos que ya sólo le queda permanecer amarrado a esos muros del Castillo de Peñíscola, que no son otra cosa que una ilusión del poder que tuvo, frente al mar que le alimenta con la sal de la vida, y le ofrecerá, durante muchos veranos, la paz espiritual que otros le arrebataron.
                Siempre el verano en el centro de nuestros grandes sentimientos. Como los que debieron tener los monjes carmelitas que buscaban en los tórridos días de un verano del último cuarto del siglo XVII, cuando llegaron al paraje montañoso que se erguía encima de la localidad de Benicasim, y quedaron mudos contemplando la belleza serena de sus bosques, en un paisaje que se abría hacía el fondo del llano con el mar de fondo, cambiante según las horas del día. Fue ese momento del primer encuentro, cuando el Sol declinaba tras las montañas entre irisaciones doradas y violetas, y el aire se hacía más espeso y solemne; en esa hora mágica en la que el silencio invade la montaña con una reverencia sagrada, casi mágica, cuando los monjes supieron que aquel era el lugar que buscaban, el Desierto anhelado para sus oraciones y su vida retirada y contemplativa. Y allí, en ese paraje, que en verano destila fragancias espirituales y un frescor en la tarde que sale de las profundidades de la montaña, instalaron su Convento, en un monte que la sabiduría popular bautizó con el nombre de Bartolo, en honor a una de los primeros monjes que ocuparon el cenobio carmelita.
                 Veranos que nos han dejado la huella imborrable del primer amor ¿Por qué siempre ese primer amor de pasiones desbocadas y llantos incontrolables cuando se termina, nos ha llegado en verano? Entre las pesadumbres de la adolescencia, el verano venía de la mano de una chica celestial, de un chico que llenaba cada segundo de nuestros pensamientos, sofocados por el calor de la canícula y el arrobo encendido de la pasión. Amores veraniegos que se han ido repitiendo en el tiempo, como si estuviéramos encerrados en una rueda órfica de la que no pudiéramos salir, hasta que la vida nos lanza a otro camino menos lúdico y menos mágico.

                Tiene el verano un sabor especial, un hechizo para el deleite, el placer y la percepción sensorial, quizá porque el Sol nos mira a la cara ofreciéndose como una fuente inagotable de luz y de vida, que nos hace sentir con una fuerza más intensa todo lo que nos rodea. Por eso soñamos más en verano, amamos pasionalmente en verano, y nos abandonamos al hedonismo epicúreo de disfrutar la vida y encontrarnos a nosotros mismos en la abulia de sus calorosas tardes, o de hallar nuestro Shangri-la particular en la contemplación de sus noches pinceladas de estrellas. Todo esto cabe, porque el verano, en definitiva, es sentimiento a flor de piel, que deja huella en nuestro corazón. 

viernes, 25 de julio de 2014

EL RUMOR DEL VERANO. Noches de Luna

                                          Imagen: De la película "El viaje a la Luna" de George Méliès
Publicado en Levante de Castellón el 25 de Julio de 2014
Escrito por González de la Cuesta
Hay veranos que nunca se olvidan, que permanecen en la memoria de nuestra retina grabados con el fino cincel que esculpe nuestros recuerdos imperecederos. Muchos de estos veranos pertenecen a nuestra infancia y adolescencia, cuando las imágenes de nuestra vida pasan a ser sentimientos que acaban anidando en los más profundo de nuestro ser. Yo tengo uno que ha perdurado en el tiempo, inamovible, en blanco y negro, no sé si por que en aquellos años del final de mi infancia, la vida en España era demasiado gris, incluso para un preadolescente, o porque el acontecimiento lo viví en la oscuridad de la noche entre imágenes que se difuminaban del negro al blanco, con una voz de fondo lejana que parecía venir del mismísimo espacio sideral. Al igual que a Antonio Muñoz Molina, quizá porque somos de la misma generación, el verano de 1969 es una época de grandes evocaciones, o mejor dicho, de una gran evocación, que a él la dio para escribir otra de sus maravillosas novelas “El viento de la Luna”, que toma como referencia la llegada del Apolo XI al Mar de la Tranquilidad lunar, para narrarnos los sentimientos de un adolescente en la sociedad cerrada y rural del franquismo profundo, y la ensoñación que le produjo ver cómo el astronauta Neil Armstrong hollaba con su bota espacial, por primera vez, el suelo del satélite que tantas fantasías ha provocado en la humanidad.
                Para mí, el alunizaje del módulo lunar Eagle, aquella madrugada del 21 de Julio de 1969,  y las posteriores imágenes de un paisaje desolador y nunca horadado por la acción del Hombre, estuvo marcada por un nerviosa espera delante del televisor, hasta que unos pies, o algo que  parecían eran eso, comenzaron a bajar por una escalera metálica. Las dudas que nos concitaba la mala calidad de las imágenes quedaron disipadas por la magnífica narración de los hechos que nos hizo Jesús Hermida, que nos lo contó todo. Es un recuerdo maravilloso, de fiesta nocturna, desde que mi padre me despertó de madrugada para ver el gran acontecimiento en el pequeño salón de mi casa, con un calor tórrido, como corresponde a las buenas noches veraniegas de Madrid. Allí, sentados frente a un televisor Marconi, que emitía imágenes en blanco y negro de muy mala calidad, pero suficientes, me sentí un privilegiado de la historia al poder presenciar el alunizaje en la pantalla de aquella caja llena de válvulas que colaboraban en aumentar el calor del verano que se respiraba en aquella habitación de mi infancia. Pude sentir el aliento de la historia, de todos aquellos que habían soñado con la Luna, desde que los griegos la hicieron diosa y la llamaron Selene; diosa que se enamoró de la belleza del joven pastor Endimión, mientras este dormía un una cueva, y tras rogarle a Zeus que le concediera el sueño eterno, lo visita todas las noches para la eternidad.
                Los hombres siempre han mirado la Luna con fascinación y respeto. En la Edad Media se pensaba que era un gran espejo en el que se reflejaba nuestro planeta, la tierra en su blancura y los mares en la oscuridad de sus cráteres. Una visión muy teocéntrica, como no podía ser de otra manera en el cristianismo medieval, que no compartía el islam, que veía en la Luna una fuente de inspiración romántica y sensual. Así el poeta andalusí Shakir Wa’el, escribe hacia mediados del siglo XIII, enamorado de una concubina del harem de Mahomed I en Granada: “Con el sigilo de la Luna en el estanque/me sumergí en el silencio de tu amor./No lo denunció el vigía de la noche/pero tú lo percibiste en la oscuridad”. La Luna siempre como evocación de nuestro hedonismo amoroso, incluso en las calurosas noches de El Sueño de Una Noche de Verano de W. Shakespeare, cuando Teseo, deseoso de casarse con Hipólita, se lamenta de las noches que faltan para la nueva Luna: “Bella Hipólita, nuestra hora nupcial/ya se acerca: cuatro días gozosos/traerán otra Luna. Mas ¡ay que despacio/mengua ésta! Demora mis deseos,/semejante a una madrastra o una viuda/que va mermando la herencia de un joven.”

Pero más allá de la ciencia que trata de desvelar sus secretos, del misterio que oculta el rostro que no vemos, la Luna es una revelación de amor, que hacía a “ese toro enamorado de la Luna”, que cantaba Bambino, abandonar cada noche la maná; o al poeta de cuyo nombre no quiero acordarme, derramar sobre su amada el deseo de besarla, incluso al precio de abandonar la Luna que le había acogido en sus largas noches de insomnio: “Bajaré de la luna liviano/en la madrugada de tu sueño,/con un ramo de luz entre las manos,/lo depositaré junto a tu cuerpo/y pondré mi primer beso en tus labios.” Es una fascinación que no deja de sorprendernos, como lo hace todos los años en verano, en esas noches en las que se viste de gala sobre el mar nocturno que baña las doradas playas de Benicasim, redonda y majestuosa; u ocupando la noche que se derrama sobre las finas arenas de las playas del Gurugú y el Pinar en Castellón. Tan grande, que al verla nuestras fantasías sonámbulas y veraniegas se hacen más posibles. Igual que la mente de un niño de un verano de hace 45 años voló por el espacio, al ver que uno de los sueños de la humanidad se hacía realidad, sin importarle si lo que veía era una pura ficción al mejor estilo americano propio de la guerra fría, o estaba viendo como la huella de la bota de un hombre quedaba grabada en el suelo lunar para la posteridad, sin saber que ese acto también rompía el enigma de la Luna como un territorio virgen, vedado a los hombres y mujeres que pueblan la Tierra, pero fecundo en sueños y evocaciones poéticas. La magia de aquel verano sigue habitando en su corazón, porque la Luna para él, siempre será el sueño de una noche de verano.    

sábado, 19 de julio de 2014

EL RUMOR DEL VERANO. Peregrinos hedonistas

                                                                                                        Foto: Rober Solsona
Publicado en Levante de Castellón el 18 de Julio de 2014
A los humanos nos gusta peregrinar, hacer camino al andar, ya sea en cumplimiento de una promesa, o por alcanzar cierta liberación espiritual, o al encuentro con nosotros mismos, perdidos en la vorágine de supervivencia que supone nuestra vida; pero también por la superación de los retos y dificultades que surgen a lo largo del camino de nuestro peregrinaje. Nadie como el gran poeta griego Constantino Kavafis (1863-1933) ha expresado tan bien la importancia del viaje como lo hizo él en su maravilloso poema El Viaje a Ítaca: “Cuando salgas para hacer el viaje a Ítaca/has de pedir que el camino sea largo,/lleno de aventuras, lleno de conocimiento./Has de rogar que sea largo el camino,/que sean muchas las madrugadas,/que entrarás en un puerto que tus ojos ignoraban;/que vayas a ciudades a aprender de los que saben.” Quizá por eso, por la búsqueda de la sabiduría que da el camino, o porque peregrinar es una metáfora de la gran aventura que es la vida, con un objetivo final, alcanzar la  muerte lo más preparados posible, los peregrinajes más famosos del mundo son los más largos, lo que nos ponen a prueba y, si culminan con éxito, producen un gran placer espiritual que compensa las calamidades del camino. Será por eso que las grandes religiones, maestras en la conducción de la humanidad hacia su objetivo de afianzamiento religioso en la conciencia individual y colectiva, tienen sus grandes peregrinajes a lugares sagrados, casi mágicos, que pueden proporcionar la salvación de las almas. El Camino de Santiago es un ejemplo de ello, frecuentado por peregrinos desde la Edad Media, y en la actualidad repleto, sobre todo en verano, de mochileros en busca del fin que cada uno se haya marcado, ya sea este místico o laico. O en el Islam La Peregrinación a la Meca, necesaria para todo musulmán que quiera asegurarse entrar en el Jardín de la Huríes.
                Pero no sólo los vivos hacen peregrinación. También los muertos tienen su comitiva de almas que recorren en Santa Compaña los caminos, sobre todo en la festividad de Todos los Santos o en la Noche de San Juan, en busca de almas que van dejar de serlo para convertirse en ánimas. Santa Compaña de almas en pena que, en Galicia, vaga por los bosques en peregrinaje hasta el santuario San Andrés de Teixido, para cumplir en la muerte, la visita que no ha cumplido en vida. También hay peregrinajes penitentes, que se hacen en al ámbito religioso para cumplir con una tradición, como “Los Peregrinos de les Useres”, que partiendo de esta localidad castellonense el último viernes de Abril, recorren treinta y cinco kilómetros por caminos de montaña hasta llegar a Sant Joan de Penyagolosa, otro lugar mágico y sagrado. Peregrinajes que transitan al borde de la muerte en busca de la inmortalidad como el que realizan los chinos al santuario taoísta de la montaña sagrada de Huashan, por un camino de máxima dificultad y peligro, que en muchos tramos transita por tablones de madera colgados en la pared vertical de la montaña.
                Todos estos peregrinajes con carácter religioso y espiritual han ido transformándose a lo largo del siglo XX en rutas de atracción turística, salvo el de la Santa Compaña, que más vale no tengamos que hacerlo, en donde conviven antiguas tradiciones y creencias de muchos peregrinos con motivaciones más laicas como pueden ser la aventura, la superación ante el esfuerzo o la atracción meramente lúdica. Peregrinajes antiguos a los que hay que añadir nuevas peregrinaciones, en las que el motivo religioso está totalmente ausente, y en las que es más importante el placer que produce estar en el lugar de destino, de alguna manera también sagrado, que la superación personal que supone alcanzarlo. La mayoría de estos peregrinajes se producen en verano, y muchos asociados a eventos deportivos, esa nueva religión que se ha extendido por el planeta, con sus ídolos de poner y quitar, que duran el tiempo que producen beneficios a la máquina insaciable del mercado. Pero también, en verano, se producen los peregrinajes musicales. Los festivales, en donde la música y sus intérpretes se convierten en un ritual sagrado que atrae a miles de jóvenes, principalmente, en busca de la identificación gregaria y el placer compartido, a través de ritmos y canciones que son una nueva liturgia para la juventud.
                Así, impenitentemente, todos los años, desde hace veinte, Benicasim se llena de peregrinos veinteañeros, que recorren, muchos de ellos, miles de kilómetros, no andando, sino en medios de transporta modernos, para vivir la experiencia mística del encuentro con su música favorita, la que les da sentido de pertenencia a algo que pueden compartir con muchos otros como ellos. El FIB es el ritual anual del verano en Benicasim, el lugar donde acuden miles de peregrinos en busca, también, de sí mismos, al igual que lo hacen los peregrinos religiosos de otras latitudes. Es un peregrinaje hedonista, de noches sin fin al ritmo de una música que engrasa sus sentidos disponiéndoles para el placer, y días cortos de cuerpos bañados al Sol mediterráneo del verano, que es un bálsamo para masticar entre cabezada y cabezada sobre la arena de la playa y entre chapuzón y chapuzón sobre las olas tibias del mar, esas resacas juveniles de recorrido corto, que les harán resurgir, cual Ave Fenix, para otra noche de baile, quién sabe si sexo y frenesí colectivo.

                Las calles de Benicasim no se llenan de penitentes, ni de ánimas en busca de su liberación terrenal, ni de peregrinos al encuentro de la parte que han perdido por el camino de sus vidas. Están repletas de jóvenes que suben y bajan en un peregrinaje diario hacia el templo de la música, esa nueva religión que da sentido a sus vidas. Jóvenes, sin embargo, que tienen en común con aquellos otros peregrinos, el anhelo de visitar el lugar sagrado de sus creencias, al menos una vez en su vida. El FIB es la nueva Plaza del Obradoiro, la Meca de una juventud, que también busca un lugar en la tierra y una promesa de ensoñación, no sé si divina o humana, que quedará grabada en su mentes de por vida. Todos, en definitiva, somos peregrinos de nuestros propios deseos de salvación y pertenencia a un grupo, ya sea esto mediante la oración, la contemplación, la música o el éxtasis colectivo. Porque el FIB, más allá de otras consideraciones terrenales, es un rumor de liberación que todos los veranos convierte Benicasim en el santuario de peregrinaje de miles de jóvenes en busca de la felicidad, aunque esta sea sólo por unos días. 

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...