lunes, 16 de agosto de 2010

Morella. El encuentro con la historia


De José Manuel González de la Cuesta

Si el visitante se sitúa en la Plaza de Armas del Castillo de Morella, comprenderá las razones por las que la población ha sido objeto de deseo de todo tipo de poderosos y aspirantes al poder, que la Historia ha puesto a los pies de esta villa fortaleza cargada de historia, tanto que pasear entre sus estrechas y, a veces, empinadas calles, es un reencuentro con el pasado, tan presente en sus edificios religiosos o civiles; fachadas de belleza sencilla, a medida humana, de tal forma que uno enseguida siente la simbiosis que se establece entre la arquitectura que contempla y su propio ser; y en la traza urbanística que se va cerrando sobre sí misma dibujando un semicírculo en torno al castillo, resguardándose por una imponente y pulcra muralla, como dándole la espalda a los peligros que pudieran venir del valle.
¿Por qué el visitante, situado en lo alto del Castillo, comprende las razones por las que Morella es una villa en la que se respira Historia sin querer? Sólo tiene que mirar a su alrededor y ver como ante sus ojos se extiende la inmensidad abrupta del Maestrazgo, controlada casi en su totalidad, para darse cuenta de su posición de centralidad en lo que fue la Corona de Aragón, y paso obligatorio de todo el que quisiera ir de las tierras del Ebro hacia el Mediterráneo. Por eso, esta villa coronada por una gran tarta pétrea en la que se asienta uno de los castillos más codiciados por reyes, duques, mercenarios, y guerrilleros ha sido objeto de luchas, traiciones y asedios. El propio Rodrigo Díaz de Vivar, alias El Cid, el mercenario más famoso de la Historia, lo intentó estando al servicio del Rey musulmán de Zaragoza, y fracasó.
Sin embargo ese deseo de poseerla, muchas veces violento, cuando el visitante se interna en sus mismísimas entrañas, en un laberinto de calles medievales, se transforma en aroma del pasado, en Historia en estado puro, que destila un embriagador líquido, que nos hacer estar en un tiempo detenido en cada uno de los rincones de la villa. Los hados o la inteligencia de sus habitantes han conseguido que Morella sobreviviera a los apetitos especuladores del siglo pasado y lo que va de éste, gracias a lo cual el visitante puede sentir que al cruzar por cualquiera de sus siete puertas que dan acceso al mundo exterior, el tiempo se detiene concentrando en su sólo espacio varios siglos de vital y vivida existencia, permitiéndole respirar la huella que sus diferentes habitantes han ido dejando en sus edificios y sinuosas calles, como si fuera un exquisito coctel de Chicote, al que nada le sobra, y en el que destacan, por encima de la deliciosa base, dos o tres sabores, bien diferenciados, que acaban dando carácter al combinado. Así es Morella en su interior, nada le sobra, nada desentona, y sus edificios más singulares, de un gótico de bellísima factura: Ayuntamiento, Basílica Arciprestal, Convento de San Francisco, y otros varios, son la guinda picante que hacen de Morella una visita única, en un viaje de reencuentro con la Historia.

sábado, 7 de agosto de 2010

Vilafamés. La mirada interior

De José Manuel González de la Cuesta

Flota en el ambiente de Vilafamés un aire de equilibrio sereno. Se puede apreciar ya cuando el visitante se va acercando por la carretera que le une a Castellón. La vista que se ofrece es la de una villa fortificada, que desde época musulmana fue guardián de posibles invasiones desde el interior hacia la costa, en un alto de las estribaciones de la sierra que la separa del litoral. Emerge sobre el llano alrededor de un castillo de planta árabe, arropado por un bello casco antiguo, con calles empinadas y estrechas que sus habitantes han sabido conservar con todo su sabor original, aderezado de los olores de un jardín botánico en forma de macetas que cuelgan de las fachadas de las casas, o nos dan la bienvenida a la puerta de éstas. Es una visión mágica, que se esconde en la impavidez de la estampa del castillo, levantado por todos y cada uno de los ocupantes que la villa ha tenido, con su barrio árabe lamiéndole los pies.
El equilibrio sereno de Vilafamés se puede sentir en cuanto uno se interna en sus calles silenciosas y tranquilas. Ya el visitante puede percibirse de ello cuando, subiendo por la calle de la Font, se encuentre con una impresionante roca a los pies de una de las fachadas de la iglesia de la Asunción, construcción religiosa que se inició a finales del siglo XVI; la roca en cuestión asusta pues parece que sus dos toneladas de peso van a dejarse caer sobre las casas que tiene enfrente. Sin embargo lleva ahí desde hace varios millones de años sin perder la compostura, en perfecto equilibrio estable con las arquitecturas que la rodean. Pero también puede sentir la relación que mantienen todos los contrastes que dan carácter a la villa: existe equilibrio entre las piedras de sus edificios y la naturaleza que los circunda; entre la contemporaneidad del arte que cuelga de su museo y las paredes que lo albergan, las de un palacio renacentista del siglo XVI; entre el espíritu artístico que trajeron en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, todos los pintores y artistas plásticos que se instalaron en sus casas, y el ambiente rural cargado de historia que se respira, una simbiosis que ha dado como fruto una localidad pequeña (apenas alcanza los dos mil habitantes) consagrada al arte contemporáneo, lo que se puede palpar en las galerías y talleres que todavía quedan en el pueblo y en ese maravilloso Museo de Arte Contemporáneo, una joya del más alto nivel, que atesora una amplia colección de artistas locales, nacionales e internacionales.
A pocos kilómetros de Castellón el visitante se topará con una sorpresa que, a buen seguro, empezará a cambiar su percepción de una geografía de sol y playa. Vilafamés es un lugar ideal para relajarse y culturizarse con el goce de los sentidos. Ya quedó claro con aquel eslogan de una campaña de promoción turística de hace alguno años: “Vilafamés, la mirad interior”. Mientras, desde las almenas del castillo, algunos atardeceres hacen que el visitante sienta como una corriente de paz espiritual le atraviesa el alma.

lunes, 28 de junio de 2010

El hombre invisible

Relato de José Manuel González de la Cuesta

Nunca sabía cuál era su lugar en el mundo. A veces pensaba que las cosas, las personas que le rodeaban, habían tejido una conspiración para desplazarle hacía un lugar que le mantenía fuera de juego de lo que sucedía. Por eso cuando entraba en cualquier sitio, lo primera que hacía era mirar cuál era el lugar más invisible, para ubicarse allí a continuación. Su vida era un juego de luces y sombras: la zona iluminada era la vida de los otros, que él veía como en una pantalla de cine; y la zona oscura era el lugar donde se desenvolvía sus relaciones con los demás.
En cierta ocasión conoció una chica que le gustaba realmente. Era una mujer encantadora, que le hacía reír, y lo más importante: había sido capaz de hacerle sentir que alguien lo veía. Pero un día, su capacidad de hacerse visible se agotó de golpe, y no volvió a ver a la chica, a la que expulsó de su vida, volviendo a las tinieblas.
Era un caso patológico, su rechazo a los otros, ha encontrar una ubicación entre los demás, con el tiempo fue yendo en aumento, hasta el aislamiento total. Pero algo había en ello que le sumía en la frustración más absoluta, haciéndole un ser huraño, esquivo y de mirada torva. Pero aquella tarde estaba eufórico mientras se dirigía al estadio, se encontraba como pez en el agua en su invisibilidad. Al llegar a la grada ocupó su asiento, tan encogido a los ojos de los demás, que pasó absolutamente desapercibido. La gente jaleaba las jugadas de su equipo, silbaba, hacía la ola y desahogaba toda la frustración que cada uno llevamos dentro. Él miraba la grada que estaba enfrente, al otro lado del campo de juego, cuando se le ocurrió que era el momento de hacer una llamada de teléfono. Marcó los números sin prisa, mientras un rugido surgía del estadio. Entonces un ruido ensordecedor se alzó por encima de todas las gargantas y la onda expansiva de una fuerte explosión hizo saltar por los aires una parte de la grada que estaba mirando. Durante un segundo un silencio de muerte se hizo en el recinto, seguido de gritos, llantos y carreras enloquecidas. Él se quedó sentado en su sitio, esperando, mientras alrededor suyo todo quedaba desierto. Se hizo un vacío angustioso, por primara vez en su vida su invisibilidad le resultó dolorosa. Ni siquiera prestó atención a lo que estaba sucediendo enfrente.
Una pareja de policías se acercó a él, y su rostro se iluminó cuando les entregó el teléfono móvil con el que había detonado la bomba. Al salir del estadio la noticia había corrido como la pólvora y una nube de cámaras de TV y fotógrafos se abalanzó sobre él. Por primera vez en su vida se sentía importante, visible a los ojos del mundo, y una sonrisa dibujó en su rostro la mueca de la satisfacción. A partir de ese momento nada sería igual, y eso la hacía sumamente feliz.

miércoles, 2 de junio de 2010

La grieta



De José Manuel González de la Cuesta

Existen muchas visiones por las que se pueden contar la historia de nuestros ancestros, esos que los prehistoriadores siempre nos enseñan con cara de mono y cuerpo de humano asexuado, desgarbado y peludo. No se por qué siempre que miro una representación de un homo… lo que sea, me digo: que filigrana de trabajo ha hecho la naturaleza si es cierto que nosotros venimos de estos seres bípedos. Porque realmente hay que echarle imaginación para poder identificarnos con tales antepasados, claro que los arqueólogos han encontrado una solución que suavice nuestra posible animadversión, poniendo muchos años por medio, ciento de miles, y así parece que la cosa es más digerible. Pero qué le vamos a hacer, la teoría evolutiva tiene estas cosas y, de momento, es la más creíble de todas, a pesar de las grandes dosis de imaginación que los científicos le echan al asunto. Pero ¿qué sería de nuestra vida sin un pequeño toque de fantasía a lo que hacemos?
De las otras teorías, las de fundamento religioso, casi mejor no hablar. El creacionismo cristiano, que tan en boga está en EE.UU., y aquí miran con tan buenos ojos obispos y meapilas, resulta casi un insulto a la inteligencia humana: o sea, Dios hizo un hombre, lo dejó a su albedrío por el Paraíso y como se aburría le quitó una costilla ¡et voila! apareció la mujer, no como igual, eso es demasiado para le mente reduccionista de los prohombres cristianos, más bien como esclava; lo que pasa es que algo les falló y la mujer, es decir Eva, quizá también harta de aguantar al pesado del Adán a todas horas, y hasta el gorro de servirle, como tonta no era se dijo: aquí o pringamos todos o no pringa nadie, se comió la manzana y a freír espárragos el Paraíso y la holgazanería de Adán. Esta historia es de película de Búster Keaton, la ves te ríes un poquito, y te vas a tu casa pensando que chorrada acabas de ver, pero que divertida, sobre todo si el protagonista es el Keaton con esa cara de pan relamío que tenía. Las otras religiones, más de lo mismo, parece que la esencia de toda buena religión se sustenta en creer en la bobería de sus seguidores, así cuanto más delirante es un precepto más fácil es que se lo crean, deben pensar los Popes religiosos.
Puestos a fantasear sobre nuestros orígenes, se puede hacer literariamente con el único fin de escribir una novela. Esto es lo que ha hecho Doris Lessing: escribir una narración en forma de novela en la que un supuesto historiador romano nos cuenta, basándose en documentos antiguos que han llegado a su poder, la historia de nuestros primeros pasos en la Tierra. Pero lo más fascinante de La Grieta, título de novela en cuestión, es que Lessing hace un ejercicio de inversión de los roles y le da a las féminas el papel de primeros seres humanos que habitaron nuestro planeta, que se reproducían por inseminación lunar. Un mundo perfecto hasta que empiezan a gestar monstruos sin grieta y sin pechos, pero con un péndulo entre las piernas, que son rescatados a la vida por la intervención de unas águilas que ejercen de protectoras. Lo demás: el reconocimiento del otro sexo, las tensiones entre grietas y péndulos, en definitiva, la construcción de un mundo de convivencia difícil pero hermosa y de dependencia mutua, lo tendrán que leer ustedes, si quieren. Pero no les quepa la menor duda que esta historia contada con la maestría de Doris Lessing no es ni más ni menos creíble que la que nos cuentan algunas religiones sobre los orígenes de la especie humana. La ventaja que tiene es que La Grieta es una novela que les hará disfrutar y pensar.

La peligrosa huída hacia adelante de Israel y EEUU

  Netanyahu, EEUU y algún que otro país occidental demasiado implicado en su apoyo a Israel, haga lo que haga, sólo tienen una salida al con...